35. Almas en pena.

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ALMAS EN PENA.
𖤓ཻུ

KALENA.

Cuando los primeros rayos del sol aparecieron, yo los esperaba despierta, en vela, los susurros habían desaparecido en algún punto de la noche pero la sensación de aprensión me persiguió hasta la luz del día.

Decidí ir en buscar de Killian, quizás enmendar las cosas, tal vez a la expectativa de que él quisiera hacerlo.

El frío crudo del invierno mordió las plantas de mis pies, el agua helada de la jofaina despertó mis sentidos.

Busqué un abrigo de grueso terciopelo recubierto de piel y fui en su búsqueda.

Los pasillos ya comenzaban a inundarse con sirvientes yendo de acá hacía allí, listos para comenzar el día y sus tareas, intenté esquivarlos para llegar hasta los aposentos de Killian.

Cuando ingresé la puerta seguía abierta, igual que la había dejado ayer, cerré detrás de mí y el estruendo me heló la columna vertebral.

Lo llamé tres veces antes de entrar en su habitación solo para comprobar que su cama estaba vacía y las sábanas de seda pulcras y ordenadas, no había dormido ahí.

Seguí su rastro hasta los ventanales abiertas, ambos que daban hacia el jardín y corrí el siguiente trecho, descendiendo las escaleras de piedra que bajaban al jardín interior.

Nívea saltó delante mío, lo encontró con más rapidez, pálido y frío, con la piel azulada y los labios grises dormido entre los setos.

Llevaba la misma chaqueta de cuero de la noche anterior, cubierta con salpicaduras de sangre.

Antes de que pudiera llegar a él, Blak saltó frente a mí, a la defensiva, luego retrocedió como si quisiera esconderse, esconder a Killian, indeciso, jamás había visto a la pantera recular así ante ninguna amenaza.

Acaricié su cabeza y él volvió para acostarse a un lado de su compañero.

Estaba asustado.

Toqué las mejillas de Killian, busqué su pulso y lo encontré latiendo muy débil.

Grité por ayuda.

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──Kalena, siéntate.

──No puedo.

Kaiser insistió, pero saltó como un resorte cuando Nezal salió de la habitación de Killian junto al máster, mi mirada debió ser desesperada porque el hombre me indicó que podía entrar con una leve inclinación de cabeza.

──Killian.

Corrí hasta él y lo abracé sin ningún cuidado, él me rodeó entre sus brazos en un gesto protector que siempre me traía paz.

No se me pasó por alto la desaprobación en la mirada del máster, entendí que era más apropiado mantener la compostura, o exigir la privacidad que necesitaba.

──Discutiremos en una reunión por la tarde.

El hombre, al entender, abandonó la habitación, dejándonos solos.

Me reincorporé lo suficiente para mirarlo a los ojos, el color apenas comenzaba a pintar sus mejillas pálidas.

──¿Cómo te sientes?

──En verdad, me siento excelente...

Killian sostuvo mi mano contra su pecho, noté su leve turbación y entendí su incomodidad ante la discusión de la noche anterior todavía volando sobre nosotros.

Los Pecados que Pagan las BestiasWhere stories live. Discover now