18. El Deber de los Ancestros.

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El Deber de los Ancestros.

El Deber de los Ancestros

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KALENA

Desperté con el sonido del mar rompiendo contra las rocas, el viento susurrando su canto ancestral, me reincorporé para notar la habitación vacía, paredes de piedra caliza y el olor constante a sal y mar de Escar.

Me levanté de la cama, siguiendo los rayos del Sol como un llamado, salí al balcón para encontrarme con él.

Apoyé las manos en la balaustrada, observando el bosque que trepaba inmenso por las montañas, del otro lado podía observar la ciudad, sus muros rojizos brillando bajo el Sol, sus canales limpios rodeando la ciudad.

Tuve el sueño de que todo eso era mío, los muros de la ciudad ya no me rodeaban, me pertenecían.

El viento me acarició el rostro.

Al despertar, volvía a estar envuelta en la frialdad gélida e indiferente de Valtaria, tan lejos de casa.
Desperté sola en la carpa vacía, con los últimos rastros de las brasas que habían ardido toda la noche.
Me senté, escuché los gritos de órdenes repartidas por el campamento y supuse que estabas haciendo tiempo hasta levantarlo.

──Espero que hayas tenido un sueño agradable, mi dulce esposa.

Reconocí su voz como un susurro helado, me aferré mejor a las sábanas, evité mirarlo un momento, luego lo hice por encima de mi hombro.

Ciro estaba parado frente a las pieles sobre las que había dormido, su traje de terciopelo negro e hilos rojos.

──¿Cuánto tiempo estuviste aquí?

Desvió su mirada por la habitación, tras el rastro de algo, de alguien.
Buscaba a Killian, la prueba de que yo todavía le pertenecía.

Me puse de pie, para colocarme el vestido sobre la combinación de seda que usaba, eso sería suficiente hasta llegar al palacio y darme un buen baño.

Sentía que había dormido mil años.

──Todavía olían a ti.

Estiré las mangas del vestido, en un intento de darme una tarea para ignorar sus palabras.
Al voltear, Ciro estaba sobre mí.

──Cuando te fuiste con ese bastardo ──retomó──, dejaste las sábanas con tu perfume, por días, fue como dormir con un fantasma.

──Entonces sabes cómo fue esa relación para mí ──Alcé el mentón.

Sus iris grises siempre habían sabido distraerme del vacío en sus ojos.

──Vuelve conmigo, Kesare.

──No me quieres a mí, quieres a alguien para servirte, que se arrastre y te venere como el arrogante ególatra que eres.

Él negó, pareció dudar hasta rozar mi mejilla, nada llegó, no podía sentir nada con su toque.

Los Pecados que Pagan las BestiasWhere stories live. Discover now