33. El duelo de los espíritus.

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32.
EL DUELO DE LOS
ESPÍRITUS.
𖤓ཻུ

CIRO.


──¿Moi saerev, está bien?

Intenté acoplar algo parecido a un buen semblante antes de ingresar a la habitación.

──Moi saerev ──insistió el lacayo.

──Vete, estoy bien desde aquí ──lo despaché.

No le devolví la mirada a ninguno de los soldados en la puerta.

La luz de la chimenea se derramaba con calidez en la habitación.

La institutriz estaba de cuclillas para observar los garabatos de Astra, los analizó con especial atención.

──Papá ──exclamó mi hija al notarme.

Ella corrió como un resorte hacia mí y le revolví el pelo antes de que se abrazara a mis piernas.

──Moi saerev ──La espalda de su niñera se envaró lista para recibir algún reproche.

──Vete, yo la cuidaré ──le despedí en cambio.

La mujer obedeció, dubitativa, caminé hasta sentarme junto a la calidez del fuego, Astra sostuvo mi mano solo un momento y luego corrió a buscar los garabatos que había dejado sobre la alfombra.

Parloteaba sobre sus dibujos y avances y sobre cómo aprendería a pintar tan bien como su madre.
Me imaginé que un día se convertiría en una líder de carácter, me hubiera gustado ser capaz de ponerla en el trono, de dejar una corona sobre su cabeza, de verla continuar mi legado.

La escuché, en silencio, con atención, porque quizás podría ser la última vez que lo hiciera.

En ese momento Keira Vaetro debía estar retorciéndose en el piso meado de una celda, sufriendo los efectos colaterales del veneno que llegó a consumir, lo había notado, por la forma en la que sus ojos se dilataron y su piel sudaba.

Si el veneno no la mataba por la mañana, lo haría con mis propias manos.

As pareció notar mi mutismo porque escaló el sillón hasta recostarse a mi lado.

Acaricié su cabello.

──¿Hoy no vendrá la abuela a contarme un cuento?

──Hoy no, hija, hoy no.

Pensé que podría llamar a Agar y borrar su memoria en ese momento, cuando no estaba pensando demasiado, cuando el dolor por la ausencia de mi madre estaba aplacando parte de mis sentidos.
Me helé al pensar que podría pasarle lo mismo a Astra, los Vaetro me dieron una advertencia de lo fácil que sería para cualquiera, no importaba, nunca estaría lo suficientemente protegida, no mientras mis enemigos supieran de su existencia.

Al día siguiente, debería desaparecer de la vida de Astra.

Por un momento creí que ya la había olvidado, me pregunté si su apatía devenía de su modo de leer emociones y verse sobrecogida por el cariño de Astra, que bien sabía que ninguno de los dos merecía.

La puerta anunció con su crujido la entrada de Agar, fue terrible ver la forma en que la pequeña la buscó con los ojos que me heredó mi padre.

No me miró en ningún momento.

Agar se sentó junto a ella antes de subirla a su regazo, mi hija recostó la cabeza en el hombro de su madre, a la espera de que retomara la lectura.

Fingí buscar el lugar desde donde dejé de leer, Agar me miró con esos ojos verdes y tan insondables como el bosque más traicionero.

Aun así, podía leer la gravedad en ellos, el peso de la decisión que tomamos ambos.

──Te quedaste aquí ──me apresuró Astra.

Agar se limpió una lágrima y evité volver a mirarla mientras retomaba una historia de esas que el viejo Herschel le leía mejor que yo.

Astra era todo mi legado, todo lo que dejaría algún día y quería que viviera una vida larga, tranquila, en paz.

Y eso era algo que nunca haría conmigo, ni con su madre.

No la condenaría a sufrir las desgracias de mi familia.

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KEIRA.

«Debes seguir el orden de todas las cosas».

El frío suelo era lo único que me mantenía en pie, aguardé en la oscuridad, me replegué sobre mí misma, como una serpiente, esperaba agazapada en la oscuridad.

Mi estómago ardía, mi frente estaba incendiada en puntadas, tenía el gusto amargo de la bilis mezclándose con el de mi sangre metálica.

Un hilo de baba y sangre cayó por la comisura de mis labios, en el charco de agua estancada debajo de mí.

«Debes seguir el orden de todas las cosas», seguía repitiendo esa voz necia embotada en mi cabeza.

Escuché el chirrido de las rejas oxidadas y me arrastré hasta la pared, luché contra cada onza de dolor.

Agar sostuvo mi cabeza y tiró el líquido viscoso entre mis labios.

Tosi, solo un momento hasta que ella volvió a verter la bebida en mi boca.

Mi garganta ardió cada vez que volví a toser.

──¿Qué es eso? ──Me las ingenié para hablar, mi voz como la cuerda de un laúd viejo, olvidado.

──Veneno, serpiente ──zanjó.

A través de la mezquina luz ámbar pude dilucidar sus facciones, serias, rígida.
Al final se rompió para responder con una onza menos de severidad.

──Un antídoto, bebe.

Dejó caer el tazón a mi lado, sin muchos miramientos.

──Arriba, levántate.

Así lo hice, apenas, como pude, luego un par de brazos fuertes me cargaron como si no fuera más que una pluma.

Cerré los ojos para evitar el vaivén del movimiento, huí de las sombras que se removían frente a mis ojos, danzaban como buitres sobre mí, a la espera.

──¿Por qué? ──quise saber.

Ella no respondió, sino que nos guío por un pasillo oscuro, profundo, infinito.

Hasta entonces noté, entre mi delirio, que quien me sostenía era Balto, me aferré a él con una necedad posesa.

Seguir el orden de todas las cosas.

Agar me miró, melancolía cubría en un velo sus brillantes ojos verdes, era una bruja lista para orillarte a hacer tratos en la oscuridad.

──Agar…──supliqué.

──Esta noche escapaste de tu destino, Vaetro ──Fue lo único que me dijo.

──Sigues maquinando, tala, alguna vez perderás los hilos, lo sabes.

Ella esbozó una sonrisa tenue, un rayo filtrándose entre las grietas.

──Para entonces creo que me deberás una, zeret jelvà.

Fue lo único que dijo antes de irse, perderse en la oscuridad, sus palabras sonaron en mi cabeza, distorsionadas por el veneno.

Princesa serpiente.

Los Pecados que Pagan las BestiasWhere stories live. Discover now