28. Vástagos de hielo.

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Vástagos de hielo.
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CIRO.

Cuando me dirigí al salón militar ya me esperaban ahí los cuatro cabezas de mi legión y tres mensajeros. Sonreí al verlos.

──Alégrenme el día.

Tomé el lugar frente a la hilera que conformaban, esperando las buenas noticias, el éxito de mi plan.

Deya dio un paso al frente antes de recitar con convicción.

──Heletrar nos repelió en el bosque, perdimos unos treinta hombres, capitán.

──Una lástima, ¿y entonces?

──Ellos cruzaron el bosque hasta el lago ──continuó la albina──, y ahí, como indicó, moi saerev, tres veladores del agua derritieron puntos estratégicos para terminar con sus provisiones y campamento.

»Con el frío y la intemperie del crudo invierno de Valtaria, estará de vuelta pidiendo asilo antes de que termine el día.

Me permití regocijarme en la victoria, pero mi paz fue interrumpida entonces por la voz del mensajero que, como todos ellos, tenía una voz impostada e irritante.

──No creo que tenga que preocuparse por eso, moi saerev.

──Habla ──le corté.

──Según parece la siraytza cayó también al hielo.

──¿Cómo dices?

──Murió, saerev, o lo hará en estás noches por la hipotermia, las temperaturas no son humanas ──continuó victorioso.

Caminé hasta encontrarme con él, un hombre robusto de mirada nerviosa y una larga sotana de los colores dorado y escarlata del imperio.

Deya rodó los ojos volviendo a su posición, Aiden tomó un paso adelante con su usual aire tranquilo y desenfadado.

──Como miembro de su guardia personal, es mi deber informar cuando hace algo imprudente, mi capitán.

──Bien, cumple tu deber ──le concedí.

El mensajero fue de uno a otro, con una sonrisa idiota en su semblante de borrego.

──Le informo que está a punto de hacer algo increíblemente tonto, mi capitán ──señaló Aiden, muy elocuente.

Ya informado, retiré la daga de mi cinturón para clavarla directo en el cuello del mensajero gordinflón, él gorjeo un momento hasta caer como un saco a mis pies.

Pasé por encima de su cadáver, le tendí la daga a mi guardia más meticuloso, Zaid, para que la limpiara.

──Cumpliste con tu deber ──Le avisé a Aiden.

──Para eso estoy, mi saerev ──Realizó una elegante reverencia.

Los otros dos mensajeros permanecieron en guardia, sus rostros pálidos de miedo. Les sonreí.

──¿Algún otro mensaje?

«No, moi saerev», murmuraron a destiempo.

──Bien, pueden retirarse.

Una vez que ellos se fueron, Agar fue anunciada en el salón.

Apoyé ambas manos sobre la mesa de pulido blar.
Le indiqué que la dejaran pasar y ella entró con su usual aire de tranquila solemnidad.

Iba vestida con en traje completo de la legión negra, pantalones con botas de caña alta de combate y la pechera cruzada con la insignia del cuervo a la derecha.

Los Pecados que Pagan las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora