Anexo II. La familia Schwarzschild

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En la mansión de la Colina Gris había silencio. No solo era un silencio de fuera, que además no era completo, ya que lo acompañaban las ramas de los olivos mecidas por el viento, los relinchos de los caballos en el establo, el servicio que proseguía con sus tareas. También había silencio en el comedor, solo interrumpido por los cubiertos de los cuatro comensales; y casi de las miradas, si fueran capaces de hablar. 

Christopher Schwarzschild carraspeó, aburrido de tanto silencio. 

—Bueno, contadme qué pasa. Para un día que salgo pronto del ayuntamiento y parece que se haya muerto alguien. 

David paró de comer. Gabrielle miró con incomodidad la mesa y Eden hizo un gesto a su marido. 

—Esta mañana ha fallecido un compañero —dijo Gabrielle con voz pálida—. Nos han atacado una horda de koloss. 

El alcalde se quedó un momento cavilando, con el rostro contraído y las palabras a medio decir. 

—Lo siento mucho. ¿Queréis hablar de ello? 

—Ya he tenido que dar demasiadas explicaciones hoy, papá —dijo David y, queriendo corregir su tono, levantó la vista de la mesa y miró a su padre con más condescendencia—. Lo siento. Es que no puedo quitármelo de la cabeza. Solo quiero que se acabe este día. 

—Aunque no quieras hablar de ello —dijo su madre—, como instructora, déjame decirte que lo has llevado de forma extraordinaria para ser tu primera vez. Recuerda que hace solo un año ya te habían ascendido a sargento. Se te ha confiado este cargo no por nada, y no deberías dejar que una sola baja te afecte. 

Aquello solo le consoló en su ego. Seguía sintiendo que había fallado a sus compañeros, a una familia y a sí mismo.

Una sola baja. Un solo muerto. Uno solo que pesaba en su espalda como la carga de todo un ejército. 

—Además, David —dijo Gabrielle—, nadie esperaba que nos atacaran, los demonios no habrían venido de no ser por ese vacum. 

—¿Un vacum? —preguntó Christopher, desconcertado. 

La pareja le explicó cómo habían encontrado al demonio y las sospechas que les inspiraba. 

—No es lo único raro que nos ha pasado últimamente —dijo David—. Hace una semana, en el puente, había un cabo flojo. Si no lo llega a ver uno de los soldados que iban a pie habríamos cruzado el puente y nos habríamos llevado un susto, como mínimo. Pensábamos que se había aflojado solo, pero dos días después encontramos un vacum pudriéndose cerca del acantilado. Y ahora hemos encontrado otro manchando de sangre los árboles cerca de Claro Silencioso; no puede ser más sospechoso. Los vacum no deberían deambular por nuestra zona. 

—¿Se lo habéis contado al capitán? —preguntó Eden. 

—Sí, ya lo sabe todo el mundo y lo están investigando. Imagino que interrogarán a los vacum del Subsuelo, pero no creo que vayan a sacar nada en claro. Lo mejor que podrían hacer es deshacerse de todos, no entiendo por qué siguen ocupando las cuevas del Subsuelo. 

—Hasta ahora no habíamos tenido ningún problema con ellos —dijo Eden. 

—¿Además del polen que intercambian por trastos viejos? ¿Eso no lo sabías?

—Como que los propios soldados no han vendido nunca plantas y polen del bosque para hacer drogas. 

—Y a los soldados que pillan los procesan, pero, ¿qué hacen con los demonios? Hay un núcleo de corrupción ahí abajo, al lado de los estudiantes y de nuestro cuartel y nadie hace nada. ¿De qué nos sirven un puñado de demonios que no hacen más que maldad? Somos más que ellos, sería muy fácil abrasarlos a todos y terminar con el problema. 

—No te metas con cuestiones que no entiendas, David —habló su padre con severidad—. El Ejército los mantiene por una razón, eso es diligencia del alto mando. 

—Pero tú sí que sabes cuál es esa razón, ¿verdad? —dijo con despecho mal disimulado. 

Christopher no se dejó arremeter por la acusación y le mantuvo la mirada, si bien entendía a qué se refería y sabía que tenía razón.

—A todo esto, David, ¿Mikhael no tenía relación con uno de esos demonios? 

David apartó la mirada y se echó para atrás, descansando el cuerpo en el respaldo con gesto desinteresado. 

—Supongo. 

—¿Por qué no tratas de recuperar el contacto con él, y le pides que hable con ese vacum? Quizá pueda averiguar algo. 

—Claro, seguro que me recibe con los brazos abiertos. ¿Cómo no se me habrá ocurrido antes? Gabrielle le dio un manotazo a su marido. 

—¿Cuántos años hace que no os veis? No sabemos ni si sigue con vida. ¿Tanto te cuesta pedirle perdón? Erais casi como hermanos, no me puedo creer que sigas dejando las cosas así con él. 

—Ya le invitamos a la boda, ni siquiera tuvo la decencia de decir que no vendría. 

—Por culpa del orgullo estás distanciándote de una persona que sabes que te importa. Y si faltara algún día te arrepentirás por no haber hecho las paces antes con él. 

Aquellas palabras tan duras le calaron. Miró a su padre, quien asentía con comedimiento, como diciendo «tu mujer tiene razón». David se cruzó de brazos. 

—Me dijo cosas muy feas —se defendió intentando convencerse—. No creo que quiera volver a saber nada de mí. ¿Cómo me podéis pedir que le convenza de hablar con ese demonio, después de lo que ocurrió? 

—Han pasado muchos años —dijo Christopher—, estoy seguro de que ya lo ha superado. Lo primero que has de hacer es recuperar su amistad y confianza, dale el tiempo que haga falta. Y se lo dices en el momento oportuno. Tú sabes hacerlo. Si los vacum están planeando algo contra nosotros, no podemos quedarnos parados a ver qué pasa. Los sentimientos heridos se curan, la muerte no. 

David suspiró. No había terminado su cena, pero se le había pasado el hambre. Ya no le quedaba más remedio que hacer de tripas corazón y tragarse su orgullo por el bien de las vidas de sus soldados. Debía disculparse conmigo.

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