Recuerdo XI. Darek

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"El mejor medio para hacer buenos a los niños es hacerles felices".

Oscar Wilde.


Octubre, 315 después de la Catástrofe

Nadie quería que hubiese pasado, pero lo cierto es que sentí un inmenso alivio cuando el señor van Duviel se desplomó en el suelo, encima del charco de su sangre.

Darek gritaba y lloraba y agarraba la masa inerte que componía el cuerpo de su padre, muerto. Le clamaba: «papá, papá», como si tratara de despertarle. «Papá, papá», y le sacudía. Pero van Duviel ya no volvería a abrir los ojos.

Lloró arrodillado frente al cuerpo, suplicante. En calidad de espectador, yo observaba desde el otro lado de la ventana. Lloré de pena, y de rabia, y de alivio, y de miedo. Lloré porque ya había pasado, y porque habían sido unos minutos agotadores, y porque no podía creer que aquello hubiese sucedido, y que hubiese terminado.

Dado un rato para que Darek llorara la violenta muerte de su padre, choqué los nudillos en el cristal y entonces se percató de mi presencia. Se levantó del suelo, manchado de sangre su pijama, y corrió afuera para reunirse conmigo. Se lanzó a abrazarme con desespero y lloramos juntos, estrechando los brazos en el cuerpo del otro, con fuerza, incapaces de soltarnos.

—Darek —dije en un llanto—, vámonos.

Caminamos temblorosos hasta la mansión Schwarzschild, la más cercana si descartábamos la opción de mi casa. No quería, ni por asomo, pensar qué pasaría si aparecíamos ante Hugh y Katherine en plena noche, llorando y con la ropa llena de sangre. Sabíamos que Christopher comprendería mejor nuestra situación.

El vigilante nocturno, alarmado al vernos en tal estado, nos llevó a la casa sin perder tiempo. Las luces de la planta baja estaban encendidas. Del vigilante pasamos al ama de llaves y esta nos llevó ante Christopher. Él y Peter se encontraban reunidos en el salón junto con un hombre de cabello azul. Al vernos, se levantaron como un resorte y Christopher vino corriendo hacia nosotros.

—Dios mío. ¿Qué ha pasado, niños? ¿Estáis bien? —Hablaba rápido y nervioso. Nos tocó los brazos, nos cogió la cabeza y nos observó, levantó nuestras camisas, buscó heridas en nuestro cuerpo, pero al ver que estábamos enteros se tranquilizó—. Dios santo, ¿pero qué ha sucedido?

Darek y yo éramos incapaces de articular palabra. Cuando lo intenté, estaba tan nervioso que me entraron de nuevo ganas de llorar y Christopher comprendió que no era momento de interrogarnos. Con la misma rapidez, puso en marcha al servicio.

—Theresa, llévalos al baño y manda a alguien a lavarlos y cambiarles la ropa, esta noche dormirán aquí. Zafiro, tú ve a ver qué ha pasado en la casa de van Duviel.

El hombre del cabello azul se levantó y, con expresión impasible salió rápidamente del salón.

Lo siguiente que recuerdo son retazos confusos de aquella triste velada. Nos metieron en una bañera con agua caliente y nos dieron pijamas de nuestras tallas. Una mujer del servicio nos instaló en una habitación y estuvo con nosotros hasta que Christopher entró. Más tranquilo, pero todavía con un nudo en el estómago, le conté lo que había pasado, y nos escuchó con apenada expresión asintiendo con la cabeza. Por último, nos prometió que aquí estábamos a salvo y nos dejó para que intentásemos dormir, mañana ya hablaremos.

Pero Darek y yo nos mantuvimos despiertos toda la noche. Intenté consolarle, pero yo estaba casi tan traumatizado como él. No sé si hubo pasado mucho o poco tiempo, pero antes de poder cerrar los ojos, el cielo comenzó a clarear, y fue cuando escuchamos ruidos de pisadas que no pudimos aguantar más y nos levantamos para buscar a los adultos.

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