Recuerdo II. El Cuento del Bosque

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Febrero, 315 después de la Catástrofe

Crack.

—¿Qué ha sido eso? —Afuera pareció que había sonado algo. Tenía ocho años y me servía cualquier excusa para alargar el tiempo de vigilia. Irme a dormir era pedirme demasiado. Me iba a mi cuarto pronto por el único motivo de desaparecer antes de que Hugh volviera a casa, pero me quedaba despierto tanto como aguantara.

—Solo es el viento, cariño. Acuéstate —Katherine volvió a arroparme. Mi madre ya era mayor cuando yo nací. Decían que había sido un milagro que, a sus cincuenta y cuatro años, se hubiese vuelto a quedar en cinta. Por ello me pusieron el nombre de Mikhael Engel, el patrón de nuestro pueblo: el arcángel Miguel. Por eso y porque rompió aguas justo enfrente de su estatua y lo interpretó como una señal divina.

—Mamá, ¿crees será un wedinn? —pregunté con cierta preocupación.

Mi madre se rio ante mi ingenuidad y las arrugas de la edad se acentuaron en su rostro.

—Claro que no, y no debes tener miedo de ellos: esos solo se comen a los muertos, ¿recuerdas?

—Ah, sí, es verdad. ¿Y cuál era el que hacía ruidos por la noche?

—Esos son los korsa, los demonios con patas de mosquito que te chupan la sangre mientras duermes —dijo haciéndome cosquillas en la barriga.

—¿Y esos dónde vivían? —pregunté entre risas intentando apartar su mano.

—Pues por todo el Bosque, sobre todo en los lugares pantanosos.

—¿Y los capry, mamá?

Katherine suspiró, se sentó en la cama de Jael y se echó el cabello canoso por detrás de las orejas, pensativa.

—¿Te cuento la historia entera?

—¡Sí, porfa!

—Pero tienes que prometerme que después te dormirás.

—Lo prometo.

Katherine volvió a sonreír. No lo hacía muy a menudo y me sentía bien cuando la veía contenta.

—Pues... Érase una vez un mundo en el que el sol brillaba casi siempre y podían verse las estrellas por la noche.

»Este mundo estaba divido en países: Alemania, Bélgica, Francia, Holanda... En cada país había costumbres y personas diferentes, pero todos compartían la misma tierra, una en donde la niebla no era tan espesa y los campos se cubrían de un manto floreado al llegar la primavera.

»Pero un día llegaron las Sombras, y el hermoso mundo quedó oculto bajo las nubes negras. Los demonios persiguieron y atacaron a las personas en todos los países, pero algunas consiguieron huir. Los que sobrevivieron formaron un pueblo alrededor de las montañas y sus bosques, que poco a poco fueron arrasados por la oscuridad. Alzaron un muro para protegerse de los demonios y florecieron.

»El mundo fuera, sin embargo, había sucumbido a la más absoluta negrura, siendo alimento para hongos y escondrijo de los demonios. El sol dejó de brillar intensamente, nunca más volvieron a verse las estrellas y, aunque los que vivían dentro del muro estaban a salvo, no eran del todo felices. Así que intentaron luchar contra ellos: su campo de batalla era el Bosque.

»Cada demonio habitaba un margen del Bosque, y cada margen tenía su nombre. La Ciénaga de los Muertos era el más inofensivo: invadido por la vacilante niebla, cubierta de estepa fangosa y de aguas viscosas. Pocas cosas salían vivas de ahí: si no morían por el hedor corrosivo del ambiente, lo hacían ahogadas en las fosas escondidas, repartidas por toda su amplitud.

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