Recuerdo 3. Observar aves

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Mayo, 323 después de la Catástrofe

No habíamos podido dormir. David me pidió que no me fuera y estuvimos en su cuarto charlando toda la noche. Después de haber salido huyendo de la biblioteca y encerrarnos en su cuarto, con la luz apagada, escuchamos nuevos pasos de gente bajando las escaleras, abriendo la puerta y marchándose con el coche, y después sus padres volviendo a subir las escaleras y cerrar la puerta de su habitación. Tanto David como yo nos mantuvimos inmóviles, respirando con cuidado, como si temiésemos que se dieran cuenta de que estábamos despiertos. Tenía la sensación de que sabían que los habíamos visto.

—David —susurré—, tenemos que devolverle las llaves a Greta.

—Lo sé.

Pero no se movió. Seguíamos escuchando sonidos de movimiento. El dormitorio de sus padres estaba cerca. Y la puerta hacía suficiente ruido como para que se dieran cuenta de que salíamos al pasillo. Nos quedamos en silencio mucho rato, mucho después de dejar de escuchar sonidos o vibraciones del suelo. Después, David se levantó y abrió la puerta con cuidado quirúrgico, caminamos como si el suelo pudiera romperse y regresamos a su habitación de la misma forma.

—Tío, no me puedo creer lo que ha pasado —murmuró.

—Yo tampoco. ¿Crees que...?

No fui capaz de pronunciarlo en voz alta. Tenía que haber una explicación razonable para que Christopher y Eden, dos de las mejores personas que conocía, y a quienes admiraba por su bondad y sabiduría, cargasen un cuerpo en mitad de la noche con absoluta discreción, después de haber encontrado fichas que delataban una muerte sospechosa de trece soldados, instruidos por Eden, y tras haberla escuchado decir aquella misma mañana que «Mark Hammer era el último».

—No quiero creer que los han matado ellos —dijo—, pero está claro que algo tienen que ver con todo esto.

Pronto se nos hizo de día. Estábamos hechos polvo, pero no podíamos dormirnos, ya que habíamos quedado con Gabrielle en que iríamos al entierro. Además, teníamos que hablarle de lo que habíamos encontrado y lo que habíamos visto. Necesitábamos contárselo.

Metí la carpeta con los mapas y la de las fichas de los soldados desaparecidos, y antes de salir de la habitación, David y yo nos miramos con duda.

—Yo no sé si voy a poder actuar con normalidad delante de tus padres.

—Pues habrá que intentarlo.

Bajamos al comedor con el corazón en un puño. Aunque sabíamos que sus padres se levantaban temprano, esperé que la suerte nos acompañara aquel día y que, al haberse pasado media noche en vela, hubiesen decidido quedarse un rato más en la cama. Pero no fue el caso.

Nos los encontramos en el comedor y fue el saludo más incómodo de mi vida.

—Buenos días —se adelantó Eden.

—Buenos días —dijimos con tranquilidad mal disimulada y nos sentamos. Nos miraban fijamente y yo cada vez estaba más nervioso. Procuré no prestarles atención pero sentía sus ojos sobre mí como una roca aplastándome.

—¿Os sentó bien el vaso de leche? —preguntó Christopher. El corazón me saltó de pronto y no fui capaz de decir nada. David me dio un ligero apretón en la pierna por debajo de la mesa. «Yo me encargo».

—¿Cómo sabéis que bajamos a hacernos un vaso de leche?

Ninguno de los dos respondieron, sino que siguieron mirándonos esperando una respuesta. Me hubiese sentido presionado a responder algo si no lo hubiese dejado en manos de David.

Christopher sonrió, dejándonos descolocados por completo.

—¿Por qué estáis tan serios? ¿Hay algo que queráis contarnos?

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