Capítulo 2. Los problemas que nunca terminan

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Noviembre, 341 después de la Catástrofe

Desperté al escuchar un ruido fuerte: la puerta del dormitorio de Vanda cerrándose. Ya era de día, por lo que me había dormido. Al recordar la noche anterior, busqué con la mirada a Darek, pero ya no estaba. Habría dejado la habitación y regresado al Subsuelo antes de que amaneciera, puesto que ningún demonio tolera la luz del día.

—¿Por qué tienes esa cara? —preguntó Vanda cuando entré en la cocina. Entonces me serví una taza de té, me senté frente a ella en la mesa y me enchufé un cigarro.

—Nací con ella.

Vanda torció el gesto, como si mi chiste no le hubiese hecho gracia.

—Anoche me despertaste, capullo. ¿Viniste con alguien? No me digas que has mojado, lo que me faltaba por oír.

—Estás muy graciosa por las mañanas.

—¿De dónde venías anoche?

—A ti qué más te da.

De nuevo, frunció los labios. Apartó la vista y bebió un sorbo de té.

—Me encontré con Darek.

Por poco casi se atraganta. Dejó la taza y me escrutó con los ojos bien abiertos.

—¿Con Darek el...? ¿En serio?

—En serio. David me pidió que hablara con él: últimamente tienen problemas con los vacum. Anoche estaba dando una vuelta y me lo encontré. Dice que quiere ayudarme.

—¿Ayudarte a qué? ¿Y estás seguro de que puedes confiar en él? No deja de ser un demonio.

—Contigo se puede confiar a veces.

—Gilipollas.

Di un trago a mi té.

—No me da motivos para desconfiar.

—¿Y vas a poder llevar bien lo de tener contacto con él?

—Claro que sí.

—Recuerdo que te quedaste hecho polvo mucho tiempo cuando pasó eso.

—Bueno, ahora es un demonio.

—Aun así, ¿no te afecta?

Su pregunta me dejó descolocado. Miré en mi fuero interno. No lo había visto de ese modo. La noche anterior había estado demasiado preocupado en si podía ser de fiar o no como para centrarme en cómo me afectaba a mí su vuelta. Teniendo en cuenta que había estado enamorado de él y todo el historial de malos tratos, por supuesto que me afectaba volver a verle, aunque fuese un demonio.

—No tengo más remedio si quiero averiguar alguna información útil. De todas formas, no puede hacerme más daño del que ya me ha hecho.

Vanda me miró de soslayo, quizá conteniéndose en decir lo que pensaba.

—Ve con cuidado.

—No te preocupes.

—Sí que me preocupo, que tú eres un inocente y te ilusionas, y luego soy yo quien tiene que aguantarte.

Me molestó que dijera eso, así que la ignoré. Me terminé el cigarro junto con el último trago de té y me levanté para echar la taza y la colilla en el fregadero.

—Voy a ver a Gabrielle y David.

...

Cuando llegué a la mansión, el ama de llaves fue a llamar a David mientras yo esperaba en el salón. Esperé a penas un momento hasta que apareció, él solo, y me dio un apretón en el hombro que me recordó a un gesto característico de su padre.

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