Recuerdo VIII. El demonio

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Vanda perdió el interés en seguir besándome al ver que no reaccionaba. Se apartó de mí e hizo como si no hubiese pasado nada llevándose el cigarrillo a la boca.

Me quedé unos segundos pensando en lo que acababa de pasar, entre confuso y sorprendido.

Pero un sonido me distrajo. Entonces Vanda me cogió de la mano y, antes de que me diera tiempo a reaccionar, me arrastró hasta el pasillo por donde habíamos entrado. Nos escondimos detrás de un pilar y le pregunté qué pasaba, pero me mandó callar.

—Necesito que hagas una visita al señor van Duviel. —Era la voz de Christopher. Al escuchar el apellido del padre de Darek presté absoluta atención—. Hace dos semanas que no se presenta en su puesto, y el doctor Genezen dice que no ha pasado por el hospital, por lo que no está enfermo. Y tengo entendido que su hijo tampoco va a la escuela.

—Lo del niño no es nada extraordinario.

—Como sea, me parece un asunto sospechoso. No sé si es posible, pero siendo vigilante de la puerta, creo que esto podría estar relacionado con un demonio.

—El señor van Duviel debería llevar un rosario protector, es poco probable que haya tenido problemas con demonios.

—Es mejor prevenir.

—Me pasaré esta misma tarde, entonces.

Cuando acabaron la conversación, los dos hombres volvieron por donde habían salido al patio y nosotros nos reímos por la tensión de haber estado a punto de ser descubiertos. Aunque mi risa era más comedida, pues en el fondo me preocupaba lo que estaría pasando en casa de Darek, por qué era sospechoso que su padre no fuera a trabajar, por qué decían que podía ser cosa de un demonio, si estos solo existían en los cuentos y en los juegos.

—Eh, no te quedes empanado.

—Vanda, ¿tú crees que los demonios existen?

—Pues claro que existen, bobo, en el Infierno.

—¿Y puede ser que alguno se escape y venga al pueblo?

Vanda lo reflexionó un momento, colocando dedo índice y pulgar en la barbilla.

—Sí, pero solo si tienes muchos pecados y no te confiesas ni nada. Dicen las monjas que si te portas mal los demonios te rodean —se encogió de hombros como sí no le diese importancia o no lo terminara de creer. Y es que daba igual lo mal que se portara, los demonios le tenían miedo a ella y no al revés—. ¿Lo dices por lo que estaban hablando? Si hay algún demonio en su casa, Peter se encargará, él ve a los demonios invisibles y los arregla.

—¿Cómo que los arregla?

—Sí, los vuelve buenos y van al Cielo.

Asentí. Me quedé más tranquilo sabiendo que Peter lo solucionaría.

No podía dejar de darle vueltas. Era cierto que Darek no había estado yendo a la escuela y hasta ese momento no me había preocupado, ni siquiera lo había visto después de clase, pero había estado jugando con David y Gabrielle y haciendo los deberes con ellos, por lo que no había tenido tiempo para pensar en Darek. Me sentía mal por haberlo dejado de lado cuando estaba pasando algo malo en su casa, y la culpa y la curiosidad me empujaron a espiar a Peter aquella tarde.

Esperé agazapado tras unos arbustos en una parte del camino. Era preciso que Peter pasara por ahí, no había otro modo de llegar al Páramo desde el pueblo. Me quedé allí alrededor de una hora hasta que escuché unos pasos, los suyos, y cuando me adelantó lo seguí con todo el sigilo posible. Aquella tarde soplaba un poco de viento que mecía las copas de los árboles y camuflé mis pasos con aquel sonido. El camino estaba más elevado para evitar inundaciones cuando llovía, por lo que pude mantenerme escondido sin mucho esfuerzo. Veía la silueta de Peter a través de la neblina, desapareciendo tras los altos y enjutos troncos de los árboles que se arrastraban con esfuerzo hasta el cielo, aparecía y desaparecía tras ellos, y hubo un largo recorrido hasta llegar a la casa de los van Duviel.

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