Primera parte: Ciudad de las Sombras

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     PRIMERA PARTE    

Ciudad de las sombras

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La infancia es lo más delicado en la vida de un ser humano. 

Por ello, debemos proteger a los niños de cualquier tipo de maldad.


Octubre, 315 después de la Catástrofe

Un niño gritaba, indefenso, en el suelo de la cocina, mientras su padre lo apresaba con una mano y sostenía un cuchillo con la otra. 

Ocurría de noche, en mitad de la nada. La niebla insondable avanzaba apacible por el campo de hierba fenecida, ajena a lo que ocurría en el interior de la casa. 

Darek gritaba y lloraba y suplicaba a su padre una y otra vez que, por favor, que parara. 

En el Páramo hacía mucho frío, pero las lágrimas mantenían calientes mis mejillas. 

Desde el otro lado del cristal de la ventana vi la escena, encerrado tras los barrotes que me impedían entrar. No había podido ayudarle. No había tenido el valor. No había hecho todo cuanto estaba en mi mano mientras conocía suficientes detalles para haber intentado evitarlo. 

Darek se retorcía bajo la mano del monstruo que le oprimía el cuello. Sus pequeños dedos trataban de liberarse, pero al final quedaron sosteniendo sin fuerza la muñeca. 

Mi desesperación aumentaba en cada nueva intención de entrar a salvarlo. Solo tenía ocho años, pero no me quedaba más remedio: no tenía tiempo de pedir ayuda, pues la casa más próxima era la mía y habría tardado demasiado.

Al final una idea cruzó mis pensamientos, como si alguien me hubiese golpeado la cabeza. Busqué una piedra entre la densa oscuridad y me abalancé a por ella con torpeza. La sostuve con una mano temblorosa y con mi ridícula fuerza la impacté repetidas veces contra el cristal. Golpeé con frenesí la ventana, incapaz de detenerme, desesperado por hallar el modo de frenar aquello, de ganar tiempo. Pero lo único que se rompió fueron mis vanas esperanzas. 

Un reflejo me cegó. El cuchillo me apuntaba, se hacía más grande mientras desaparecía todo lo demás. Y ya solo quedó un filo fulgurante, una última advertencia, una despedida. 

Los segundos transcurrieron con pesadez, el tiempo caminaba lento como si se hubiese metido en uno de los charcos de barro del Páramo. La atmósfera se quedó sin aire que pudiese respirar y mi corazón me gritaba, torturándome el pecho, que reaccionara. Sabía lo que ocurriría, y no podría hacer nada para evitarlo. 

En el final de la velada, presencié cómo Darek dejó de luchar por su vida, quedando inmóvil bajo la mano firme del verdugo. Y mis últimas esperanzas se marchitaron cuando el hombre abominable precipitó el cuchillo.




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