Recuerdo VI. El ángel

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La infancia es motivo de alegría e ignorancia.

Cuanto menos sepa un niño, más puro será su corazón.


Octubre, 315 después de la Catástrofe

Una vez. Una sola vez había asistido Darek a la escuela. Pero había bastado para atormentarme.

Después de la expulsión no había vuelto a sentarme con Gabrielle, estaba avergonzado por haberla dejado plantada y creía que ya no querría que fuésemos amigos. Me sentaba solo en el último escritorio de la fila de los niños, y ella se sentaba sola en el primero de la fila de las niñas. No volvió a hablarme, supuse que estaría enfadada conmigo. Sin Gabrielle me veía inerme. No me relacionaba con nadie y nadie se relacionaba conmigo. Los niños se interesaban en el balompié y las niñas en sus fantasías de amas de casa, y yo no encajaba en ninguno de los juegos.

No había vuelto a jugar con Darek porque mi madre me lo había prohibido, y no me importaba porque estaba enfadado con él después de que mi hermana me riñera y me convenciera de que el incidente había sido por culpa de su influencia.

El lunes siguiente a la expulsión me quedé en el rincón más oculto del patio almorzando con la única compañía de las piedras del suelo, los gorriones que aprovechaban las migas de pan y la pared en la que apoyaba mi espalda. Esperaba no encontrarme de nuevo con los matones, estaba dispuesto a no volver a dirigirles ni una breve mirada si por desgracia me los cruzaba y después de que mis padres le pidieran disculpas a los de Joseph, pensaba que ya no iban a volver a atemorizarme, pero me equivocaba. Seguían buscando venganza, y ahora que estaba solo, vinieron a por mí.

Cuando los vi llegar ya estaban demasiado cerca para huir y el mordisco de pan se me atragantó. Joseph tomó la delantera y en menos de lo que tardé en levantarme ya me había cogido del suelo y me apresaba contra la pared a mis espaldas.

—Mira, el mocoso chivato. ¿Dónde está tu amigo, chivato?

Si alguna vez has estado demasiado cerca de un perro enorme y agresivo, gruñendo a escasos centímetros de ti y sabiendo que en cualquier momento podía morderte, entonces sabrás cómo me sentía.

Al tener su cara tan cerca pude apreciar la costra que le recorría el párpado inferior hasta la mejilla. Seguro que eso le dejaría marca; un poco más a la izquierda y le habría hecho daño de verdad en el ojo.

Quise decirle que me dejara en paz, que yo no le había dicho nada y que no tenía la culpa de que le hubiesen expulsado. No entendía por qué me llamaba chivato y la tomaba conmigo, si yo ya había recibido un castigo igual de grave que el suyo. Él tenía una fea marca en la cara y yo hematomas en las costillas, estábamos en paz. Pero no era suficiente. Su padre también le había pegado por meterse en problemas, lo sabía por la mancha violácea que se le salía por el cuello de la camisa. Lo reconocía por los castigos de Hugh infligidos a Jael cuando era más pequeño: lo cogía por la nuca y le daba en la espalda con el cinturón, y cuando se quitaba la camisa tenía la piel teñida por marcas rojas que luego se volvían pardas y verdosas. No puedo decir que Jael fuera un santo y que Hugh le pegara porque sí: le hacía rabiar sabiendo lo que podía llevarse, pero a él le daba lo mismo. Pegar era la única manera que los hombres conocían para educar a sus hijos, y podías saber quién era más problemático solo por los moratones de su cuerpo. "Las medallas del canalla", lo llamaba mi hermano. Y el peor canalla de toda la escuela la había tomado conmigo.

Me tenía bien agarrado del cuello y lo único que supe hacer fue cogerle el brazo con ambas manos y suplicar en silencio que parara de estrangularme. No podía respirar y el corazón me golpeaba violento. Si le daba una patada solo serviría para enfurecerlo más. Si gritaba, en caso de poder hacerlo, me encontraba tan lejos del gentío que nadie me oiría. Estaba acorralado, y tan asustado que solo podía quedarme quieto y esperar que terminara cuanto antes.

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