Anexo III. La familia Schneider

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Septiembre, 341 después de la Catástrofe


No tengo idea de qué pasó aquel viernes por la noche para que Albrecht convenciera a Stefan de que era buena idea que trabajara para mí, pero lo imagino de la siguiente manera:

La primera semana en la Academia Interna había pasado rápida como un parpadeo. A pesar de la mala experiencia con aquel profesor antipático que le había humillado delante de sus compañeros y a quien había tenido que ignorar en la siguiente clase —a la que había asistido a regañadientes solo para demostrar que yo no tenía razón—, al fin había llegado el viernes y se reunía de nuevo con su familia para contarles durante la cena cómo le había ido.

Estaban todos: su abuelo Albrecht y su abuela Angelika, los patriarcas de la familia Schneider, sus tres tías con sus maridos, sus cuatro primos pequeños, su madre Marilyn y su padrastro Frank, que era comandante de gendarmería. Cenaban en el amplio comedor de su casa, en la calle Schneider. Esta era tan grande que sus muros rodeaban toda la manzana. Tenían un buen jardín y un patio interior en el centro de dos plantas en las que en la primera se hallaban las dependencias privadas y en la baja se encontraban habitaciones propias de una casa señorial como la biblioteca, el salón de fiestas y un comedor con capacidad para cuarenta invitados. Este tenía una mesa larga, siempre decorada con flores y velas por el servicio, y las paredes cubiertas de retratos familiares y escenas costumbristas pintados por los mejores artistas de Engelsdorf.

—¿Cómo ha ido la primera semana, Stefan? —preguntó su madre cortando un muslo de pavo con cubiertos de plata.

—Bien. Por ahora no hemos hecho gran cosa, presentaciones y demás. Nos han explicado cómo será el curso, nos han enseñado los módulos... Bien. Bueno, excepto por un profesor que no me dejó entrar en clase —dijo y continuó comiendo sin darle más importancia.

—¿Y por qué no te dejó entrar en clase? —preguntó Frank.

—Porque llegué apenas cinco minutos tarde —dijo muy indignado. Él sabía que no era del todo verdad, pero si no lo hubiese adornado se habría llevado un escarmiento—. No es justo, no encontraba la clase. Encima cuando llegué le pregunté si era la clase que buscaba y me respondió "no, esto es repostería". Menudo imbécil.

Su tía Scarlett, la mayor de las cuatro hermanas, no pudo evitar soltar una risa.

—Perdón, es que no me lo esperaba.

—Yo tampoco me lo esperaba, tía. No le soporto, se cree que es guay por hacer las clases de forma diferente, me han dicho que ha entrado este año, y parece que se piensa que le van a dar un premio al mejor profesor, pero es un imbécil. Es que encima, con la edad que tiene, habla como si se pensara que mola. Se mete con todos y con todo y piensa que hace gracia, pero los demás se ríen por hacerle la pelota.

—¿Es muy mayor? —preguntó Mary.

—No, bueno, tendrá cuarenta años como papá. Pero da igual, ya no tiene edad para ir con esas maneras. Se supone que los mayores tienen que dar ejemplo, ¿no?

—Eh, ¿estás diciendo que a los cuarenta años ya no molamos, tío? —preguntó Scarlett haciendo gestos con las manos.

—Tú sí que molas, tía, pero ese tipo no. Estoy pensando en darme de baja, me da a mí que no vamos a llevarnos nada bien y no pienso suspender por una optativa y mucho menos por culpa de ese imbécil.

—No vas a darte de baja —dijo su madre—. Tú escogiste esa materia a pesar de que te dijimos que era una tontería, y ahora vas a apechugar con ella. Ya eres mayor para empezar a responsabilizarte un poco y terminar lo que empiezas.

Stefan no respondió, se limitó a mirar su plato intentando ignorar la reprimenda de su madre.

—¿Cómo se llama ese profesor? —preguntó Frank—. A ver si podemos hablar con él.

—Mikhael Bauer —dijo entre dientes.

—¿Has dicho Mikhael? —preguntó su abuelo.

—Sí. Me dijo que os conocíais.

—No puede ser, ¿de verdad ese tipo está dando clase? —dijo Marilyn.

—No hables así, Mary —le pidió Angelika.

—Madre, ya sabes lo qué dicen de él, no me puedo creer que le hayan dejado dar clases.

—¿Por qué? ¿Qué dicen de él? —preguntó Stefan.

—En el pueblo se cuentan muchas cosas, Mary —dijo el señor Schneider—, no hay por qué creer todo lo que se escucha. Mikhael siempre ha sido muy buen chico y muy respetuoso.

—Quién lo iba a decir —murmuró Stefan.

—Y no has podido tener mejor profesor que él —le dijo su abuelo—. Es un gran artista. Mira, ese cuadro nos lo hizo él a los veinte años.

Albrecht le mostró el retrato familiar de un metro por dos de ancho, el más grande de la sala. En él se mostraba a toda la familia vestida con sus mejores prendas, diseñadas por Angelika y elaboradas por Albrecht y sus hijas. Stefan solo tenía cuatro años, y era el único niño del retrato. Las capas del óleo eran tan finas y la profundidad tan bien representada que parecía que estuviese viendo una ventana a una sala de gente congelada. A veces, incluso después de haberlo visto tantas veces, se quedaba mirando ese retrato. Tenía algo que le llamaba la atención, tal vez el recuerdo de su infancia, tal vez el hecho de que el propio autor se hubiese pintado realizando el cuadro.

—¿Ese cuadro lo ha hecho él? —preguntó con incredulidad. Albrecht asintió.

—Mikhael trabajaba en el taller cuando nos hizo ese retrato, tú eras demasiado pequeño para acordarte —dijo Angelika—. Si trataras de llevarte bien con él, verás que puede enseñarte muchas cosas. Por algo has escogido esa materia, ¿no? —dijo, y miró a su sobrino con un mensaje oculto, como si ambos compartieran un secreto.

A Stefan no le convencía del todo tener que aguantarme, pero decidió darme otra oportunidad.

—De hecho, ahora que me acuerdo, Stefan —dijo su abuelo—. Hace unos días me comentó que estaba buscando un ayudante, deberías hablar con él.

—¿Ayudante de qué?

—Me parece que ahora se dedica a la escultura.

—Abuelo, no me cae bien... Ya tengo bastante con soportarle en clase, no me hace ilusión verlo en otra parte.

—Ni se te ocurra, Stefan —dijo su madre—. No quiero que trabajes para ese hombre, es una persona indecente.

—Mary...

—Es la verdad, padre. Esa mujer que vive con él era prostituta, ¿no lo sabía? Y eso sí sabemos que es cierto, porque más de una vez la hemos visto salir de casas diferentes arreglándose el vestido.

Albrecht estaba cansado de discutir con su hija, Marilyn y yo nunca logramos llevarnos bien. No era mentira nada de lo que había dicho, pero el señor Schneider me miraba con buenos ojos dijeran lo que dijeran de mí.

—Dale una oportunidad, hijo, verás como no es una mala persona. Puedes llegar a aprender mucho de él, estoy seguro que sí.

Stefan no estaba nada convencido, pero quería y respetaba a su abuelo y no podía seguir discutiendo con él, así que, aunque fuese por hacerle feliz, le prometió que hablaría conmigo. Además, su madre le había ofendido al decir que nunca terminaba nada de lo que empezaba, y le pareció una buena oportunidad para hacerle la puñeta.







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