Capítulo 50

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Killian tosió polvo y cuando estuvo seguro de que nada más caería y los aplastaría, intentó levantarse. Pero el suelo era muy inestable y tampoco veía nada. 

-¿Estamos muertos?-escuchó la voz de Leo. No estaba muy lejos.

-Creo que no-respondió Killian.

Leo suspiró y se escuchó movimientos de piedras, indicio de que él también estaba intentando levantarse. Por el ruido final, Killian supuso que no lo consiguió. 

-¿Dónde estamos? No veo nada. 

-Vivos, por los pelos-replicó Killian intentando agudizar la vista para ver algo, una sombra, lo que fuese. Fue imposible. 

-¿Y Emma?

A Killian se le encogió el estómago. Si ellos estaban vivos era porque Emma debía haberlos desaparecido, por lo que tenía que estar con ellos. Pero no podía verla. 

-Emma-la llamó.

Killian y Leo se mantuvieron en silencio unos segundos. La tensión aumentó cuando nada rompió el silencio. 

-¡Swan!

-Presente-se escuchó la voz de Emma, solo un susurro ronco. 

Killian y Leo suspiraron sonoramente. 

-¿Estás bien?

Emma asintió pero al abrir los ojos solo vio oscuridad, así que supuso que no la habían podido ver. 

-Ajá-murmuró. Hizo una mueca al notar las rocas duras bajo su espalda, probablemente tendría moratones. Y también notó su corazón latiendo rápido en su pecho debido a todo el esfuerzo.

-¿Dónde estás?-preguntó Killian, aún nervioso hasta que no pudiera verla a la luz y asegurarse de que lo estaba.
Intentó levantarse de nuevo, o al menos arrastrarse con cuidado sobre las rocas inestables, no quería provocar algún nuevo desprendimiento. 

-No lo sé, no veo nada.

Killian se guio por su voz y tras un par de intentos tocó algo que no era piedra. Era su hombro, notablemente más delgado que el de Leo, así que debía ser ella. Susurró su nombre para asegurarse y que supiera que era él. Estaba tumbada en el suelo y Killian temía tocarla en cualquier parte por si estaba herida. Se escucharon movimientos de piedras cerca, Leo también estaba intentando moverse. 

Emma se tomó unos momentos más para recuperar algo de fuerza antes de levantar la mano y encender una nueva bola de luz. El brillo los cegó a todos por un momento.

Lo primero que Emma vio fue a Killian a su lado, sus ojos se encontraron enseguida y Killian la escaneó con la mirada. No estaba herida, solo con algunos rasguños y moratones que empezaban a mostrarse. Emma se ayudó de él para quedarse sentada y buscó con la mirada a su hermano. No estaba tan lejos como había imaginado, solo a unos pocos metros de ellos. Estaba de rodillas sobre unas rocas. 

-Desde siempre supe que nuestra familia no era aburrida-dijo Leo-, pero no había esperado sobrevivir a la muerte tres veces en menos de una semana.

Emma soltó una carcajada cansada y Killian también sonrió comprensivo. 

-Bienvenido a Storybrooke-murmuró Emma. Hizo una mueca cuando el filo de unas rocas se le clavó en las piernas e intentó moverse. 

-¿Dónde estamos?-preguntó Leo intentando ponerse cómodo sobre aquellas piedras. Encontró una con un poco de arena por encima que amortiguó la dureza.

-Creo que encima de todo lo que ha caído-respondió Emma. 

La luz mágica resaltaba su palidez y le daba un aspecto enfermizo. Killian podía notar que aquel enorme esfuerzo le había pasado factura. 

-¿Estamos atrapados?

Emma quería decir que no, pero necesitaba un tiempo para poder volver a usar su magia. Le dolían los músculos,  los pinchazos en el pecho se habían vuelto a intensificar y creyó ver doble en la oscuridad. 

-Ese desgraciado nos ha utilizado-respondió en su lugar Killian. 

Emma estaba enfadada con él también, aunque el recuerdo de cómo había terminado le produjo un escalofrío. Killian pensó que era de debilidad y la sostuvo más fuerte. 

-Bueno, ha tenido lo que se merecía-replicó Leo-. Y nosotros aún tenemos esto. 

De su bolsillo interior sacó la lámpara mágica, intacta a pesar de todo aquel desastre. Los ojos de Emma se abrieron con sorpresa.

-¡La tienes!

-Pues claro. 

-Podemos usarla-dijo Killian tras un momento de silencio en el que Leo la observó bajo la pálida luz mágica. Parecía estar hecha de algo parecido al latón, con relieves delicados adornándola. Pesaba más de lo que parecía.

Leo esperó a que Emma también accediera. Cuando lo hizo agarró con firmeza la lámpara por la fina asa.

-No sé muy bien lo que tengo que hacer.

-Frótala-indicó Emma expectante. 

Leo lo hizo. Fue un ligero roce en el lateral y, de repente un humo azulado comenzó a surgir de la boquilla de la lámpara. Leo se detuvo cuando el humo se hizo más grande y se elevó sobre sus cabezas, girando en varios colores y rugiendo como si contuviera una tormenta. Un hombre musculoso y de piel azulada surgió de él y se quedó flotando por encima de ellos. 

Los tres se quedaron callados, asustados y asombrados sin poder dejar de mirar a aquel grandioso ser que les devolvía la mirada con los brazos cruzados sobre su gran pecho. Emma notó como Killian apretaba su agarre sobre ella pero se quedaba quieto a su lado. Leo retrocedió un poco sin embargo. Emma contuvo la respiración.

-¡Oh, alabado sea aquel que me invoca! -Dijo el genio con voz grave y profunda que retumbó entre las paredes-. Terrible amo que manda sobre mí. Seré fiel a mi juramento: os concederé tres deseos.

A ninguno les salieron las palabras y el genio bajó la mirada como para asegurarse de que había alguien escuchándolo. Hizo un ruido ronco de aclararse la garganta. 

-¡Os concederé tres deseos!-repitió. Su ceja se levantó cómicamente al mirarlos. Los tres estaban boquiabiertos. –Vamos, chicos, ayudadme un poco-dijo de repente, su tono grave cambió por uno más relajado y se inclinó sobre ellos-. ¿Es el idioma? Puedo hablar casi cualquier idioma, decidme cuando llegue al vuestro. 

El genio empezó a repetir el mismo discurso en distintos idiomas que apenas pudieron entender. 

-Espera-consiguió articular Emma. 

-¡Oh!-exclamó el genio bajando sobre ellos. –Sí sabéis hablar, estaba empezando a pensar que no sabíais. Eso hubiera sido un problema. 

-Eres un gigante… de humo azul-balbuceó Leo. 

El genio captó su mirada.

-Ah, ah, no soy ningún gigante-dijo adquiriendo un tamaño más normal y acercándose a ellos-. Soy un genio, hay una gran diferencia. 

Ahora más de cerca pudieron observarlo bien. Su piel era indudablemente azul y la mitad inferior de su cuerpo no existía, era solo humo, también azul. Flotaba frente a ellos y dos grandes y gruesos brazaletes de oro brillaban en sus muñecas al reflejo de la luz mágica. Ninguno de ellos había esperado ver un rostro tan humano, aunque en realidad no sabían lo que habían esperado.

Los ojos del genio eran de un brillante marrón oscuro, muy parecido a su cabello corto. Sus orejas eran puntiagudas y de ellas colgaban un par de pendientes de lo que parecía el mismo material que los brazaletes, los cuales hacían juego con un gran collar alrededor de su grueso cuello.

-Y, por lo que veo, tú eres mi nuevo amo-preguntó en dirección a Leo.

-¿Amo?

-Tú has frotado la lámpara ¿no?

Leo asintió, la impresión aún no había desaparecido de su rostro. El genio lo observó con curiosidad y asintió.

-Bien. ¿Te importa si me estiro un poco?-dijo con una mueca mientras se apartaba. 

Leo buscó la mirada de Emma y Killian pero ninguno de ellos parecía entender mejor la situación. Definitivamente no era lo que se habían esperado. A unos metros de ellos, el genio estaba adoptando diferentes posturas de estiramiento mientras sus huesos crujían. 

-¿Cuánto tiempo llevas aquí dentro?-se atrevió a preguntar Leo.

-Oh, pues…, unos mil años. 

-¿Mil años? -exclamó Leo.

-Año arriba, año abajo. Guau, mirad lo que habéis hecho-dijo echando un vistazo a su alrededor con las manos en las caderas nublosas. 

-No hemos sido nosotros-repuso Killian. 

-¿No?

-Nos siguieron, un hombre, intentó llevarse el dinero y las joyas. 

-Mm, sí, suele pasar. Lo que no entiendo-dijo volviendo cerca de ellos, asustándolos por su rapidez-, es por qué habéis venido a buscarme si ya poseéis magia. -Señaló a Emma con una mano-. En fin, no seríais los primeros brujos y brujas que intentan ganar más poder pero lo de antes ha sido asombroso, no necesitáis mucho más.

-¿Nos has visto?-preguntó Emma. 

El genio asintió. 

-Tengo una visión muy panorámica.

-¿Y por qué no nos has ayudado?-replicó Killian. 

El genio levantó una ceja. 

-Veo que no sabéis mucho sobre genios y lámparas mágicas. Permitidme que os ilumine-dijo estirando las manos frente a ellos.

-Oh, dime que no te vas a poner a cantar-dijo Emma con una mueca. 

El genio levantó ambas cejas y sonrió ampliamente. 

-Siento decepcionaros, pero yo no canto. Ahora, reglas básicas: paso uno, necesito que frotéis la lámpara para poder salir de ella. ¿Comprendido?

Los tres asintieron. 

-Paso dos, decís lo que queréis. Paso tres…, no existe paso tres. Veis, está chupado. Hasta un mono lo pillaría. 

-Entonces, ¿podemos pedirte cualquier deseo y tú nos lo concederás?-preguntó Emma. 

El genio hizo una mueca.

-No exactamente. Tenéis tres deseos, no podéis pedir más, con tres es suficiente. Y hay un par de…. salvedades. 

-¿Salvedades?

El genio asintió.

-No puedo hacer que alguien se enamore de otro alguien. Ni resucitar a los muertos, es asqueroso… y huele muy mal. Aunque normalmente no tengo que contar todo esto porque para cuando el tipo llega hasta mí ya sabe lo que quiere, ya sabéis todo eso de: “¡todo el poder y el dinero del mundo!”-gesticuló con las manos-. Hacedme un favor, no os metáis en ese jardín porque os aseguro que no hay poder ni dinero suficiente en la tierra para poder satisfaceros. ¿Estamos?

Los tres asintieron. 

-No sois muy elocuentes. 

-Entonces, ¿puedes concedernos lo que queramos?

-Excepto las salvedades-interrumpió el genio.

-Excepto las salvedades, cualquier cosa. 

El genio se encogió de hombros. 

-Sí, claro, soy todopoderoso y esas cosas-dijo con un movimiento de la mano-. Podría sacaros de aquí con solo chasquear los dedos. 

-¿Podrías detener una maldición?-preguntó Emma. 

El genio se quedó extrañamente callado y redujo su tamaño hasta quedarse frente a ellos.

-Supongo que sí.

-¿Y varias a la vez?

Esta vez, incluso Leo y Killian miraron a Emma. El genio sonrió.

-Por supuesto. ¿Ese es vuestro primer deseo?

Emma, Killian y Leo se miraron entre ellos. Asintieron. 

-Bien, pues decid las palabras mágicas. Ya sabéis, “Deseo…” mientras frotas la lámpara. Sin trucos. 

Leo asintió y se preparó. 

-Otra cosa más-añadió el genio-, tenéis que ser muy precisos. 

-Espera-dijo Killian-, ¿todo esto conlleva un precio?

-¿Un precio?

-Sí, por la magia. 

-Bueno, supongo que el precio es el riesgo que conlleva toda magia: asumir las consecuencias inciertas de los deseos. ¿Seguís queriendo usarlos?

-Sí-respondieron al final. 

-Bien, dadle, estoy listo.

Leo respiró hondo y pensó bien las palabras.

-Deseo que todas las maldiciones que ha iniciado Jafar se detengan. 

Hubo un gesto extraño en el rostro del genio al oír ese nombre, pero se concentró en el deseo. Sus manos brillaron intensamente y hubo una especie de trueno. Después no hubo nada. Sus manos hicieron un ruido como el de una descarga eléctrica y pareció desinflarse. Sacudió las manos. 

-Guoh, no me habíais avisado de esto. 

Emma, Killian y Leo parecían decepcionados. 

-¿De qué? ¿No ha funcionado?

-No, no lo ha hecho porque esa no es una maldición normal que se pueda romper con magia. 

-¿Qué quieres decir con normal?-preguntó Emma. 

Han pasado tantos años que llegué a pensar que no lo había conseguido-murmuró el genio. Levantó la cabeza hacia ellos en un gesto rápido. -¿Qué hacéis relacionados con Jafar?

-¿Lo conoces?-exclamó Emma en un tono de voz cansado. 

-Sí, él fue quien me encerró en esa lámpara. 

-¿Cómo que te encerró?

-Bueno, yo diría que me lo busqué en realidad. 

-Espera-los interrumpió Emma-. Has dicho que llevas encerrado en esa lámpara unos mil años-el genio asintió-, ¿cuándo conociste entonces a Jafar?

-Bueno, no estoy seguro, el tiempo dentro de la lámpara corre de manera diferente. Para mi pueden haber sido mil años y para el mundo real solo cinco. Además, esta cueva es interdimensional así que la visita mucha gente extraña.

-Eso es horrible-dijo Leo. 
El genio hizo una mueca.

-¿Entonces tú no eres el genio de Aladdin?-preguntó Emma.

Este hizo un gesto extraño con la cabeza. 

-No sé quién es ese tal Aladdin.  

Emma se había imaginado que podía serlo, era lo más lógico, pero en realidad no tenía sentido si la historia del cuento era idéntica, en ese caso el genio ya no era un genio y al parecer ni siquiera estaba en Agrabah. 

-En esta cueva hay más maravillas de las que yo mismo puedo contar. Podría haber otra lámpara debajo nuestra, aunque no debería haber dicho eso-bajó la voz a un susurro. Se encogió de hombros.

-Como ya dije, me lo busqué yo solito. 

-¿A qué te refieres?

El genio suspiró.

-Yo era un humano, un hechicero. Oí la historia sobre esta cueva y sobre la lámpara que podía conceder cualquier deseo. Yo no era ningún prodigio, nada sobresaliente, simplemente un brujo que sabía realizar algunos trucos. Quería más poder. Así que hallé la cueva y entré. Encontré una lámpara parecida a esa-dijo señalando la suya propia-, cuando la froté un genio colosal y furioso apareció ante mí. Era rojo como el fuego y debí darme cuenta entonces de que me estaba manipulando. Yo le dije lo que quería y él utilizó mi deseo para encerrarme aquí. ¿No lo entendéis? Ese genio era Jafar. Lo habían desterrado como genio a esta cueva. 

-¿Jafar? 

Entonces después de que Aladdin derrotara a Jafar y liberase al genio, lo encerraron en la lámpara en esta cueva. En ese periodo de tiempo indeterminado, el nuevo genio encontró a Jafar y este se escapó. A Emma le dolía la cabeza pero consiguió entender aquello. 

-Pero eso no explica cómo se liberó-dijo Emma.

-Yo lo liberé. Fue todo un engaño, fui estúpido y vanidoso. Y este fue el resultado. Después de eso vi como Jafar se hacía con un veneno mágico, “arena blanca”, conseguida de lo más profundo de esta cueva donde nadie se atreve a llegar. Se hizo también con un artilugio que potencia esa arena y la expande como una maldición, destruyendo a su camino toda la magia y ser mágico que encuentra. Lo he notado en cuanto he intentado detenerla. Esa maldición es en la que ha utilizado la arena. 

Ellos asintieron. 

-No puedo detenerla. La arena blanca destruye toda la magia, por lo que ninguna magia es efectiva en ella. Solo se puede detener con…

-…con el cristal que hay en el reloj de arena-completó Leo-, lo sabemos. 

El genio frunció el ceño.

-Si lo sabéis ¿por qué me habéis pedido que intente pararla?

-Porque Jafar ha multiplicado los relojes y los ha colocado en distintos reinos-explicó Killian-. No podemos detenerlos todos. 

-¿Los ha multiplicado?-exclamó el genio. –Eso es un desastre. Aquí también, ¿verdad?

Asintieron. 

-¿Eso significa que no puedes influir sobre nada relativo a esa arena?-preguntó Killian tras un rato. 

El genio negó y Killian miró de reojo a Emma. Su mandíbula volvía a estar apretada. Por un momento había albergado la esperanza de que un deseo pudiera curarla. Con una sola mirada Emma supo lo que había pretendido. 

-Tú tienes arena-entendió el genio-, dentro de ti. Puedo notarlo. 

Emma asintió. El genio hizo un gesto de asombro y se pasó la mano por el pelo.

-Lo siento, pero no puedo hacer nada. 

-Pues menudo genio todopoderoso-murmuró Killian. 

Emma le cogió del brazo para calmarlo, entendía cómo se sentía; enfadado y frustrado, impotente, pero no les ayudaría enfadar al genio.

-Oye…-se quejó este.

-En realidad tú tienes la culpa de todo esto-siguió Killian, la desesperación de todo aquello saliendo fuera-, si no lo hubieras liberado no estaríamos en esta situación. 

Por primera vez, el genio pareció no saber qué responder. Se cruzó de brazos y dejó escapar el aire.

-Tienes razón. 

Emma se giró hacia el genio y Killian arrugó la frente. 

-Sí, la tienes. Y asumo toda la culpa. He tenido mil años para torturarme pensando en los escenarios posibles que Jafar podría crear con una maldición así. Por eso-añadió un momento después-, quiero ayudaros. 

-¿Ayudarnos?-habló Leo. 

-Sí. Es evidente que estáis intentando detenerlo. Bien, pues os aseguro que haré lo posible porque lo consigáis. 
Se hizo un momento de silencio. 

-Pero has dicho que no puedes influir en la maldición. 

-No, pero os ayudaré. 

-¿Con los deseos?-preguntó Leo.

El genio asintió. 

-Bueno, creo que va siendo hora de sacarnos de aquí-dijo dando una palmada y frotándose las manos. El genio esperó mientras ninguno de ellos decía nada. –Venga chicos, ya hemos pasado por esto, necesito un deseo.

-Cierto-asintió Leo.

-No, espera-lo detuvo Emma-. No podemos gastarlo en eso. 

-Esta cueva tiene su encanto, pero no es mi lugar favorito para permanecer el resto de mi vida-replicó el genio mirando a su alrededor. 

-Solo tenemos tres, y podríamos necesitarlos en otras cosas más importantes.

La cabeza de Emma había estado dando vueltas desde que había escuchado lo de los deseos. Podrían encontrar a Jafar, podrían reunirse con su familia, podrían restaurar la brújula. No podían permitirse gastar un deseo en algo que podía hacer ella misma. 

Killian supo enseguida a lo que se refería, pero antes de que pudiera replicar algo, Leo habló.

-Tienes razón-su expresión era preocupada.

-No-replicó Killian.

-Sí-dijo Emma levantándose. Sus rodillas temblaron pero se mantuvo.

-No, Swan, no puedes.

-Oh, yo apostaría porque sí-dijo el genio. Killian le dirigió una mirada dura. -Mirad, yo puedo salir de aquí sin problemas, pero para sacaros a vosotros necesito un deseo.

-¿No puede ser un favor?-preguntó Leo.

El genio le dedicó una media sonrisa.

-Los genios no funcionan así.

-Necesitamos un deseo para arreglar la brújula-dijo Emma sacándola de su bolsillo-. Y seguramente otro para encontrar a Jafar.

El genio los contaba con los dedos. Emma se giró hacia Killian.

-Será mejor que guardemos el deseo para algo más duro que salir de una cueva-le susurró. 

Killian suspiró aunque su rostro preocupado no varió. A pesar de que sabía que probablemente tenía razón, no quería que lo hiciera. Ya se había esforzado al máximo salvándolos del derrumbe y no parecía ser capaz ni de sostenerse mucho más tiempo en pie. Pero la conocía y su determinación era clara. Al final asintió. 

-Estupendo-exclamó el genio-, volveré a ver el sol. Estoy listo, dale caña preciosa. 

Emma respiró hondo un par de veces y, con un gesto de la mano, una nube de humo los envolvió a todos, incluido al genio. 

Érase Una Vez... a contrarrelojDove le storie prendono vita. Scoprilo ora