Capítulo 36

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Emma terminó de explicarle a Campanilla en lo que consistía aquella maldición, lo que había supuesto para ellos y podría suponer para muchos reinos mágicos, justo cuando dejaron atrás el Bosque de Nunca Jamás y empezaron a distinguir el mar a lo lejos. Cuando llegaron a la orilla el sol ya casi tocaba el horizonte.

Por el mapa de Killian, Emma supo que el pequeño islote que veían a lo lejos a su izquierda se llamaba la Roca Imantada, que si seguían por la derecha llegarían a la Bahía de los Dragones y que la Roca Calavera frente a ellos se encontraba en el Mar de las Mil Islas. Su brújula encantada indicaba sin lugar a dudas aquella dirección. Habían llegado. 

-Quien puso los nombres se lo tuvo que pasar bien-comentó cuando Killian guardó el mapa. Este sonrió. 

-¿Cómo llegamos hasta allí?-preguntó Leo.

-Volando-contestó Campanilla, claramente sin pensarlo demasiado. Los tres la miraron. –Oh, claro, no podéis volar. Bueno, antes había una barca abandonada por aquí que utilizaban los niños perdidos para jugar. 

La buscaron por la playa durante un rato hasta que dieron con ella escondida entre unas rocas. Emma usó su magia para llevarla al agua, pero la miró con recelo.

-¿Seguro que nos aguantará a los tres?

-Sí-respondió Campanilla mientras Killian sopesaba la estabilidad de la barca-. Está vieja pero servirá. 

Con una mirada de desconfianza entre Leo y Emma, ambos subieron a la barca que se movía sobre las olas. Killian los siguió. 

-Yo no puedo acercarme más. La magia negativa es muy fuerte. Os esperaré aquí-dijo Campanilla.

-De acuerdo-respondió Killian-. No tardaremos. 

Solo había un remo, el otro había desaparecido, por lo que Emma realizó un pequeño hechizo de navegación con el que la barca comenzó a moverse sola por encima de las olas. 

-Esto es bastante cómodo-dijo Leo recostándose contra el lateral de la barca y cruzando las piernas al lado del sitio vacío de Emma. Esta lo miró con una ceja levantada. Miró a Killian a su lado quien también parecía estar conteniendo una risa.    -¿Qué pasa?-preguntó su hermano. 

-Me parece que has pasado demasiado tiempo con Ruby-bromeó Emma. 

Emma esperó que su hermano se sonrojara por el comentario, o al menos que se sintiera un poco incómodo. Pero no lo hizo, simplemente se encogió de hombros con una media sonrisa y recogió las piernas. 

Unos minutos después la Roca Calavera se hizo visible entre la neblina y apareció grande ante ellos. Emma notó el conocido sabor a metal en la boca y las náuseas subirle por la garganta. Era como si de repente le hubiese dado un bajón. Lo había notado desde que habían llegado a Nunca Jamás, cada vez con mayor intensidad conforme iban avanzando, la sensación que se había hecho tan habitual mientras había estado el reloj de arena en Sotrybrooke, como si alguien le estuviese robando la energía y la estuviese enfermando. Era desagradable y aterrador.

-¿Qué es eso?-preguntó Leo mirando a su alrededor. 

Emma hizo lo mismo pero ella solo vio agua. 

-¿El qué?

-Ese sonido.

Emma agudizó más los oídos.

-Yo no escuchó nada.

-Maldita sea-murmuró Killian tensándose a su lado. 

Emma se contagió de su nerviosismo de inmediato. 

-¿Qué pasa?

-Sirenas-respondió simplemente.

Leo siempre había imaginado que las sirenas serían seres agradables y hermosos, buenos y simpáticos, pero la expresión de Killian decía todo lo contrario. Por eso sacó su daga.

-No servirá de nada-replicó Killian-. Tenemos que llegar rápido a tierra. ¿Puedes llevarnos más deprisa?-le preguntó a Emma.

Esta lo intentó pero notaba la energía negativa de la maldición debilitando sus poderes.

Vio una cabeza morena romper la superficie del agua y observarlos. Dos más la siguieron y Emma se tensó al ver como Killian y Leo las miraban ausentes, como si estuviesen fuera de sí. Su hermano se estaba encaramando peligrosamente sobre el borde de la barca.

Emma se estremeció y se adelantó para sujetarlo a tiempo. Lo tiró hacia atrás, justo cuando una ola levantó la barca y los hizo caer dentro. Emma gruñó al notar el peso de su hermano sobre su brazo y la madera vieja rasparle la piel. Levanto la vista para ver cómo Killian imitaba a su hermano y se acercaba al borde de la barca donde una sirena de ojos grises tendía la mano hacia él. Emma recordaba haber oído algo sobre las sirenas: su canción atontaba a los marineros y los atraía, haciendo que las siguieran hasta las profundidades donde los ahogaban. Las sirenas atraían a los marineros a través de canciones, recordó. Probablemente se lo había dicho Killian. 

Tiró de él a tiempo, justo cuando la sirena lo agarraba del brazo con sus afilados dedos. Emma volcó todas sus energías en hacer que la barca fuese más deprisa. Las sirenas los estaban siguiendo y Leo y Killian no estaban colaborando para mantenerse a salvo.

“Hombres”, suspiró internamente. 

Por suerte, el terreno rocoso de la Roca Calavera estaba ya a solo unos metros de ellos. Frenó la barca justo al lado de unas rocas, podrían llegar a ellas y alejarse del mar a tiempo si se daban prisa. Pero Leo y Killian estaban concentrados en otra cosa.
Viendo como otra sirena pelirroja se acercaba a su hermano, Emma lanzó una ráfaga brillante de magia que la hizo retroceder en el agua y sisearle. 

-Vamos-les dijo tirando de ellos-, tenemos que salir de aquí.

Ninguno de ellos hizo ningún gesto que indicara que la habían escuchado pero no parecían tener mucha resistencia, así que Emma tiró como pudo de ellos. Pero las rocas eran resbaladizas y ellos dos muy grandes para ella sola. Vio como las sirenas cada vez estaban más cerca. Las olas rompiendo en las rocas le dificultaban la visión y el movimiento y notó cómo la balanceaban sin piedad. Killian y su hermano también estaban tirados en el agua, pero ambos se dejaron llevar por las sirenas cuando estas volvieron a acercarse.

Con un movimiento de su mano desapareció a su hermano, quien estaba más lejos de ella tirado por una sirena, y lo llevó a la orilla. Se giró a buscar a Killian. Sintió como el corazón le daba un vuelco al no verlo por un momento. Pero enseguida distinguió su pelo oscuro a unos metros de ella. La misma sirena de ojos grises y pelo color platino se había acercado de nuevo a él y lo llamaba para que la siguiera. Killian obedecía. 

-¡Killian!-lo llamó en un grito, pero este no le hizo el menor caso. 

Una nueva ola la desestabilizó pero consiguió aferrar el brazo de Killian y tirar de él hacia atrás, en dirección a tierra. Killian no se resistió pero la sirena intentó agarrarlo también. Antes de que pudiera hacerlo otra ola los sorprendió y Emma se notó lanzada hacia atrás, sin soltar el brazo de Killian, y golpeó con fuerza el suelo rocoso. Jadeó por aire por el impacto y levantó la vista de inmediato. Su hermano estaba a unos metros en el suelo, parecía estar bien, solo como si acabase de despertarse de un profundo sueño. Killian estaba también a su lado, moviéndose aturdido. Y las sirenas la miraban a ella con odio en la mirada desde el mar. Desaparecieron entre las olas. 

Emma suspiró y se situó sobre Killian, se había llevado unos buenos arañazos en el brazo y el cuello y, a pesar de lo mal que se encontraba, Emma no tardó en poner sus manos sobre él y empezar a curarlo con su magia. Killian abrió los ojos enseguida, parpadeando rápidamente, como si intentara salir de un trance. 

-Eres un ángel-murmuró con voz ronca e intentó acariciar los mechones húmedos del pelo de Emma que caían sobre él.

Esta sonrió entre aliviada y divertida. 

-Me parece que te has golpeado más fuerte de lo que pensaba.

Enseguida terminó con sus heridas y lo ayudó a despejarse. 

-¿Estás bien?

Killian se irguió con una mueca mientras asentía. 

-Solo como si tuviera una buena resaca. 

Leo también se había levantado y se acercaba a ellos. Emma lo miró de arriba abajo para comprobar que no estaba herido. Tenía la misma expresión que Killian. 

-¿Estás bien?-volvió a preguntar y Leo asintió.

-¿Qué ha pasado?

-Han sido las sirenas ¿no?-preguntó Killian también observando el mar. Lo último que recordaba era escuchar una suave y embaucadora melodía, después todo había sido una sucesión de imágenes borrosas. 

-Sí, estabais más que dispuestos a iros con ellas-respondió Emma levantándose temblorosa del suelo. Tenía algunos raspones y arañazos en la piel pero nada grave. 

Leo hizo una mueca ante aquel comentario y reprimió un escalofrío, pensar que había estado a punto de ahogarse en el mar… 

-¿Todas las sirenas son igual de simpáticas?

-No todas son así-respondió Killian poniéndose en pie con la ayuda de Emma-, pero de que estés lo suficientemente cerca como para averiguarlo ya te habrán ahogado. Gracias, amor-añadió dándole un beso a Emma en la cabeza. Después examinó sus heridas. 

-No es nada-lo tranquilizó Emma.

-Deberíamos alejarnos un poco más del mar ¿no?-preguntó Leo.

Ya estaban a unos metros de la orilla pero aún así caminaron más hacia el interior. La gran roca con forma de calavera se erguía ante ellos y Emma no tuvo que mirar su brújula para saber que el reloj de arena estaba allí dentro. Podía sentirlo.

-¿Vamos?

Emma y Killian siguieron a Leo al interior de la gran roca. Debido a que el sol se había escondido ya a esas alturas, apenas había luz en el interior. Emma deseó que estuviese allí Campanilla para alumbrarlos, igual que había hecho por la mañana en el bosque. Aunque, por otra parte, se alegró de que se pudiera evitar sentirse como se estaba sintiendo ella. En otra ocasión hubiera encendido una llama para poder guiarse mejor por la cueva oscura, pero su instinto le dijo que ahorrase energías. 

Al parecer, su hermano ya había pensado en eso y había recogido una antorcha caída del suelo. “Una chispa, eso no es gran cosa”, pensó Emma y acercó los dedos a la parte superior. Una llama onduló en la punta de sus dedos y prendió la madera. 

-Gracias, hermanita. 

Emma hizo una mueca ante el nombre.

-Sabes que soy mayor que tú. 

La sonrisa de Leo se distinguió con el titilar de la llama. Se encogió de hombros divertido.

-Yo soy más grande.

Leo tenía razón, era más grande que Emma; le sacaba casi una cabeza y era el doble de ancho que ella, lo cual le daba el aspecto de alguien mucho mayor.

-Eso no te hace mayor. 

Siguieron caminando a través de los pasillos de la cueva, Emma dirigiendo con la brújula en su mano, Leo a su lado con la antorcha y Killian detrás de ellos, sonriendo mientras escuchaba la “discusión” entre los hermanos por los respectivos apelativos. 

Sus voces se apagaron cuando llegaron a una gran sala. En lo alto había unos agujeros por los que entraba el aire y podía divisarse el cielo ya oscuro. Emma supuso que esos eran los huecos que formaban los ojos de la forma de la calavera. Bajó la mirada a la brújula, indicaba un punto fijo, a unos metros frente a ellos. El reloj de arena estaba allí, entre unas rocas oscuras y rodeado de sombras. Killian y Leo también lo vieron. 

-Yo mejor me quedo aquí-dijo Emma sin moverse. 

Leo y Killian se giraron para mirarla. Emma se veía muy pálida a la luz de la antorcha, tenía los hombros caídos y la frente arrugada. Su respiración era pesada. 

-Claro-entendió Leo-, nosotros lo hacemos, no te preocupes. 

Se giró para avanzar pero Killian mantuvo su mirada fija en ella unos segundos más. Había preocupación en sus ojos. Sabía que el estar allí, tan cerca del reloj de arena y la maldición la debía de estar afectando, debía de ser duro, y doloroso. No necesitaba que se lo dijera, podía verlo en su rostro, en sus movimientos. Lo había notado desde que habían llegado a la isla; había recuperado la misma expresión que había adoptado en Storybrooke cuando Jafar inició la cuenta atrás de la maldición. Si Campanilla no había podido llegar hasta allí era lógico que ella también estuviera sufriendo por estar tan cerca. 

Emma le hizo un gesto para que no se preocupase y siguiese a su hermano. Killian asintió con la mandíbula apretada y caminó deprisa junto a Leo. Cuanto antes apagaran la maldición antes dejaría de afectarle. 

El reloj no estaba protegido ni escondido así que no les fue difícil llegar hasta él. Se miraron un momento, dudando; ninguno había hecho aquello antes, pero la teoría era fácil. Killian se arrodilló y buscó el cristal de color turquesa que sabía que estaba colocado en la parte de atrás. Lo soltó con relativa facilidad y miró a Leo un momento, quien le dio un asentimiento seguro, antes de centrarse en lo que tenía que hacer. Podía ver la arena extrañamente blanca en el interior, cayendo hacia la parte de abajo. Por la cantidad que había en cada burbuja supo que no había pasado mucho tiempo desde que Jafar lo había colocado.

Con mano firme situó el cristal sobre la parte plana superior, sin saber si aquello iba a funcionar, y presionó hacia abajo. Impresionado, vio como el cristal comenzaba a traspasar la superficie hasta que apareció dentro del cristal. Entonces este se iluminó con una luz azulada, la arena se arremolinó y empezó a ascender hacia el cristal. La luz le hizo entrecerrar los ojos pero no se movió ni aflojó su agarre alrededor del cristal hasta que toda la arena fue absorbida y el brillo desapareció. Cuando la cueva volvió a quedar a oscuras el cristal estaba de nuevo fuera, con un tono blanquecino en su interior, y el reloj de arena estaba vacío. 

Érase Una Vez... a contrarrelojWhere stories live. Discover now