Capítulo 37

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Emma se tapó los ojos del brillo que surgió de donde estaban Leo y Killian y esperó en tensión a que todo saliese bien. Cuando el brillo desapareció notó que todo había terminado, al menos en aquel reino. Era como si le hubiesen quitado un peso de encima, su respiración se volvió más profunda y el malestar en su cuerpo desapareció en gran medida. La cabeza ya no le dolía, el zumbido y las náuseas también habían desaparecido y ya no notaba el sabor a metal en la boca. Respiró hondo varias veces, entonces se atrevió a acercarse a ellos.

Killian sostenía un cristal en sus manos y la antorcha en la mano de Leo iluminaba el reloj de arena vacío en el suelo. 

-Lo hemos conseguido-dijo Leo emocionado. 

Los tres se permitieron sonreír.

-¿Y qué hacemos con el reloj de arena?-preguntó Killian.

-¿Lo destruimos?-sugirió Emma. –Así nadie más podrá usarlo de esta manera.

-A favor-levantó una mano Leo. 
Killian también asintió y, utilizando una roca, golpeó el cristal rompiéndolo en pedazos. La estructura que lo sostenía también se desprendió y solo quedaron trozos inservibles de lo que había sido el reloj. 

Emma se sintió aliviada. Habían conseguido detener la maldición, por lo que estaban a salvo, al menos de un peligro inminente. Solo esperaba que sus padres y el resto tuviesen la misma suerte. 

-Creo que no quiero volver a montarme ahí-dijo Leo cuando volvieron al exterior y observaron la gran extensión de mar frente a ellos, la barca golpeando las rocas movida por las olas y la isla a lo lejos. 

Emma sabía que lo decía más por las sirenas que por el hecho de navegar en algo tan pequeño con aquel oleaje, el cual se había intensificado el tiempo que habían estado dentro. Ahora las olas golpeaban las rocas con violencia y se elevaban un par de metros. 

-Aunque quisieras, es peligroso con el mar así-replicó Killian. 

Con el cielo cada vez más oscuro, a Emma le pareció distinguir a Campanilla al otro lado, donde la habían dejado en la playa.

“Podría hacerlo”. Se sentía más fuerte ahora que la maldición se había detenido, aunque los efectos no habían desaparecido por completo. 

-¿Entonces qué hacemos? 

Emma sabía que ya no necesitaban ir en la barca. Con un movimiento de su mano, una nube blanquecina los envolvió. Cuando se despejó tenían la Roca Calavera frente a ellos en el mar y la isla a su espalda. 

-Ah, claro, muy práctico-replicó Leo con una sonrisa. 

Campanilla se acercó enseguida a ellos.

-¡Lo habéis conseguido! Puedo notarlo en el aire. 

-Pues claro, te dijimos que podíamos hacerlo-replicó Killian guardándose el cristal en su bolsa; aún no estaban seguros de lo que pasaría si se rompiera y se liberara la arena de su interior pero no quería que estuviese cerca de Emma si eso pasaba, solo por si acaso. 

Campanilla tintineó en respuesta. Su luz parecía brillar más.

-¿Ahora qué vais a hacer?

Los tres se miraron, no habían pensado en eso todavía. 

-Hemos tardado poco-dijo Emma-, dos días, aún tendríamos tiempo para detener la maldición en otro reino. 

-Sí, pero no pensamos en ninguno más-replicó Leo. 

-No importa, nosotros nos podemos mover más libremente teniendo la girosfera. Tenemos que aprovecharlo. 

Killian estaba pensativo.

-Conozco otro reino con magia al que Jafar podría haber ido. 

-¿Dónde?-preguntó Emma pero Killian miraba a Campanilla. 

-¿Sabes a dónde se dirigió el hombre cuando se fue? ¿Por dónde salió?
Campanilla negó.

-Lo perdí. Pero solo hay un mundo al que puedes acceder desde aquí, tú lo sabes.

-Sí, en ese estaba pensando. –Killian captó la mirada confundida de Emma y Leo-. Desde aquí puedes llegar al País de las Maravillas-explicó con lo que Emma abrió mucho los ojos-. Hay una especie de Portal permanente que comunica ambos mundos. 

-No nos hablaste de él la última vez-replicó Emma.

-No nos servía para nada. Pero Jafar podría haberlo utilizado.

-¿Dónde está?-preguntó Leo.

-En la Hondonada de las Hadas-respondió Campanilla-. Lleva ahí desde que existe la isla, no sabemos por qué. 

-¿Podemos usarlo?-preguntó Emma.

-Claro. 

-¿Y dónde está esa Hondonada de las Hadas?-preguntó Leo.

-Al sur del Bosque de Nunca Jamás-respondió Killian.

-Desde aquí tardaremos un día en llegar si camináis deprisa. 

-Ya ha anochecido-dijo Killian-, no podemos salir ahora. 

Campanilla pareció suspirar, aunque sonó más como un tintineo apagado. 

-Los humanos estáis tan limitados. 

-Es peligroso-replicó Killian-, además, necesitamos descansar. Hemos estado todo el día caminando. 

A Campanilla no le pasó desapercibido el vistazo fugaz que le echó Killian a Emma a su lado; parecía cansada, tenía los hombros caídos y estaba pálida. Podía notar algo negativo dentro de ella. No preguntó, se sentía igual que la isla minutos antes. 

-De acuerdo, como vosotros queráis. 

Killian les aseguró que la playa era segura; estaban lo suficientemente alejados del mar como para no volver a tener problemas con seres marinos y los montículos de arena y los árboles les proporcionaban una buena protección. 

Emma suspiró cuando por fin se sentó en la arena blanda; tenía los pies doloridos de caminar todo el día, y sería mejor que dormir sobre el suelo duro del bosque. La arena aún mantenía el calor del día, pero las temperaturas habían vuelto a bajar y Emma se estremeció bajo su chaqueta. 

-Podéis dormir-dijo Campanilla después de que acabaran de comer algo de lo que habían traído y algunas bayas y fruta que habían encontrado Killian y ella-, yo vigilaré. 

-¿Las hadas no necesitan dormir?

-Sí, pero no tanto como vosotros. Además, así no tendréis excusa para ralentizar nuestro viaje de vuelta. 

Aunque sus palabras fueron un tanto duras, Killian sonreía; por más que se quejaba los había ayudado a llegar seguros a la Roca Calavera y ahora lo haría para que regresaran. 

-No le hagáis caso-les susurró a Emma y Leo-, en el fondo tiene buena intención.

-Sí, y buen oído-replicó el hada. 

Los tres reprimieron una sonrisa. 

Emma utilizó su bolso como almohada y se relajó sobre la arena blanda. Suspiró de cansancio al tumbarse y notó a Killian hacer lo mismo a su lado. Le sonrió en la oscuridad; la luna dejaba un reflejo pálido sobre el mar pero no les daba la suficiente luz como para que se viesen con claridad. Aún así encontró su mano con gran facilidad y entrelazó sus dedos. Killian le dio un beso en la frente y se relajó a su lado. Leo estaba al otro lado de Emma e hizo un ruido sordo cuando se tumbó en la arena también. 

A pesar de las quejas de Campanilla, esta se quedó sentada en la parte sobrante del bolso de Emma, al lado de su cabeza, vigilando. Emma sonrió y cerró los ojos. Ninguno de ellos tardó en dormirse.


Érase Una Vez... a contrarrelojTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon