Capítulo 49

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Como les dijo el mercader, salieron de la ciudad y se alejaron, internándose en el desierto hasta que ya no pudieron ver la ciudad. Entonces todo fue arena a su alrededor y el sol sobre sus cabezas. Emma se llevó la mano a los ojos para protegerse del sol. 

-Espero que no nos haya engañado. 

-Más le vale porque no nos queda mucho tiempo, tres días si suponemos que activó la maldición justo cuando salió de Storybrooke-dijo Leo-. Aunque también podría activarse en cualquier momento. 

Emma se tensó. Se había esforzado por no pensar que la maldición podría explotar en cualquier momento y pillarlos por sorpresa. Pero ese no era el peor pensamiento que se le ocurría, sino que el resto estaba en la misma situación. Ni siquiera sabía si sus padres estaban bien y eso la ponía muy nerviosa. 

-Mirad-dijo Killian minutos después sacándola de sus pensamientos-. Son las montañas. 

A su derecha se extendían unos montículos de piedra, parecidos a montañas desde lejos pero que, conforme se acercaron, pudieron ver que eran más pequeños que eso. Caminaron a su lado durante unos minutos más hasta que llegaron a un pequeño arco de piedra oscura. Parecía una aparición en aquel lugar, pero les indicaba que iban en buen camino. 

Descendieron hasta llegar a él y observaron el terreno. La arena era más dura, tal y cómo les había dicho, y se extendía por todo el camino frente a ellos, incluyendo bajo el puente. Killian se arrodilló, cogió una piedra y la tiró al terreno bajo el arco. La piedra cayó con un golpe sordo y solo tardó unos segundos en empezar a hundirse. Emma levantó una ceja y Leo exclamó sorprendido. 

Fueron de uno en uno, pegados todo lo que pudieron al pilar de su derecha. Solo por unos pocos centímetros el terreno se mantenía estable, aunque la tierra era un tanto resbaladiza y blanda. Aún así lo consiguieron y sortearon el resto del camino con cuidado de no pisar las arenas movedizas. Para cuando lo consiguieron el sol estaba más bajo en el horizonte y supusieron que debía haber pasado toda la mañana. 

-Pues parece ser que decía la verdad.

Emma levantó la vista al escuchar a Killian y su boca casi se abrió por la impresión. Incrustada en la montaña frente a ellos sobresalía una cabeza de lo que les pareció un tigre creado con arena. Mantenía la boca cerrada y sus ojos brillaban rojos. No se movía pero Emma tuvo la desagradable sensación de que los estaba observando. 

-A eso te referías cuando dijiste que nos daríamos cuenta cuando la viéramos ¿no?

Emma asintió a su hermano. Se acercaron con cuidado hasta que estuvieron frente a la cabeza del tigre arenoso. Se mantuvieron callados y quietos unos segundos en los que no pasó nada. 

-¿Qué hacemos?-susurró Leo. 

-Creo que yo mejor debería…-empezó Killian. 

Emma sabía lo que iba a decir, pero no tuvo tiempo de responder a ninguno de los dos. Un gruñido bajo que parecía proceder del interior de la tierra retumbó a su alrededor y una voz grave y profunda lo siguió. 

-Un diamante en bruto…

La boca del tigre se abrió con un soplo de aire y los tres dieron un paso atrás. Emma se había tapado los ojos para protegerse de la arena, pero la apartó para poder ver bien lo que había frente a ellos. A través de la boca abierta podía distinguirse una cueva que se internaba en la montaña y el interior de la tierra. Estaba oscuro ahí dentro y solo se adivinaban unos escalones de piedra que descendían a saber dónde. Los tres se miraron y Leo dio el primer paso. Emma fue a seguirlo pero vio que Killian dudaba. Podía comprender su mirada, sabía lo que estaba pensando, ella había pensado lo mismo. Killian encontró su mirada y supo que lo entendía sin necesidad de decir nada. Él había hecho cosas horribles en su pasado por lo que creía que no sería digno de cruzar aquel umbral, pero la puerta se había abierto ante él, igual que lo había hecho ante ella. Emma le sonrió, le agarró la mano y tiró de él para que entrara con ella. Killian dudó un momento pero la siguió y, así, los tres pasaron por los colmillos de arena hasta quedar dentro de lo que técnicamente era la boca del tigre. Esta no se cerró en cuanto entraron, sino que se mantuvo abierta hasta que empezaron a descender a la oscuridad. 

Emma se permitió encender una bola de luz en la palma de su mano para que al menos pudieran ver por dónde pisaban. 

-Esto es un poco claustrofóbico-dijo Killian luciendo claramente incómodo. 

-No se ve el final-murmuró Leo mirando frente a ellos, el camino se perdía en la oscuridad. 

Descendieron con cuidado por la roca resbaladiza. El silencio era total, roto solo por el sonido de sus pasos. Y después de lo que les pareció una eternidad el camino se enderezó y una gran extensión de terreno se descubrió ante ellos. Emma desapareció la bola de luz porque ya no hacía falta, había algunas antorchas distribuidas por la gran sala. La luz se reflejaba en los millones de joyas, monedas y más tesoros que había allí.

Leo soltó una exclamación de asombro y Emma casi tuvo que volver a taparse los ojos por el fuerte brillo que desprendían todas las joyas juntas. 

-Si hubiera encontrado algo así en mis años de piratería…-comentó Killian acercándose a un baúl lleno de monedas y rubíes. 

Entonces una alarma se encendió en la cabeza de Emma. 

-¡No lo toques!

Killian se quedó quito al momento. Miró hacia atrás. 

-No podemos tocar nada. 

-¿Por qué?

Killian se alejaba ya del baúl.

-Es la trampa, si cogemos algo nos quedaremos aquí encerrados. 

-Entonces ¿cómo pudo Jafar llevarse algo de aquí?

-No lo sé, no me acuerdo bien, pero mejor no coger nada que no hayamos venido a buscar. 

-De acuerdo. 

La expresión de Leo había pasado de una asombrada a una desconfiada.
Siguieron caminando, sorteando las joyas y monedas que incluso estaban desperdigadas por el suelo hasta que llegaron a una parte más despejada, adornada por alfombras, espejos y todo tipo de artilugios que desprendían un aura mágica. Pero nada parecido al reloj de arena, Emma no sentía nada de eso y estaba empezando a pensar que la idea de ir hasta allí había sido en vano. 

-¿Qué eso?

Leo observaba desde cierta distancia un pequeño objeto situado sobre una piedra plana a varios pies del suelo. 

-Yo he leído sobre eso-respondió esta vez Killian con emoción en la voz-, lo vi en un dibujo. No lo recuerdo bien pero decían que con esa especie de lámpara podrías tener todo lo que desearas. Pensé que era solo una leyenda. 

A Emma le dio un vuelco el estómago al verla. 

-Es una lámpara mágica. 

-Eso es-recordó Killian. 

Emma podía ver que aún no comprendían lo que eso significaba. 

-Podría servirnos, podría ayudarnos a resolver todo esto. 

-¿Cómo nos va a ayudar una lámpara?-preguntó Leo. 

-Es mágica-repitió Emma-. Dentro hay un genio que puede conceder deseos. Podría ayudarnos.

Leo abrió los ojos en comprensión. 

-Pero ¿podemos cogerla?

Emma se lo replanteó un momento. Ellos habían ido hasta allí en busca de un objeto que pudiera ayudarlos contra Jafar, no era avaricia, era lo que necesitaban, nada más y nada menos. 

Asintió. 

Leo respiró hondo una vez antes de caminar hasta ella. Mientras lo hacía, Emma rezó internamente porque no fuera un error.

Leo escaló las piedras y levantó la mano para alcanzar aquella lámpara luminosa. La cogió sin que eso provocara ningún estruendo apocalíptico ni nada parecido. Suspiró. Fue a girarse con una clara sonrisa en su rostro cuando lo vio: detrás de Emma y Killian, al fondo de la sala donde todo estaba cubierto de joyas, había un hombre. 

-Pero qué…

Emma y Killian se giraron alarmados para mirar en la misma dirección que él. Les fue un poco más difícil verlo desde allí pero era claramente reconocible. 

-¿Quién demonios es ese?-murmuró Killian, Leo aún seguía desde su posición elevada observando al intruso, ¿o ellos eran los intrusos?

Como si el hombre se hubiese dado por aludido se giró en su dirección. La barba blanca relució a la luz de las llamas. 

-Es el mercader.

Este los miraba ahora. Su risa retumbó en las paredes de la cueva. 

-¿Cómo ha entrado?-le gritó Killian haciéndose oír por toda la cueva. 
El mercader volvió a reír. 

-Os seguí.

-¿Por qué?

-Os lo dije, solo algunos elegidos pueden entrar. Yo no podía, así que necesitaba a alguien que me abriera la entrada. –El mercader soltó un pequeño bufido de satisfacción-. Estabais tan impresionados que no os disteis cuenta de que os seguía. 

Emma apretó los labios; no le importaba demasiado lo que hubiera venido a hacer el mercader, lo que le preocupaba era que ellos también estaban allí y lo que hiciera les afectaría también a ellos. 

-Llevaba tanto tiempo esperando a alguien que por fin pudiera abrir la entrada-siguió murmurando el hombre-. ¡Y de repente aparecisteis vosotros! Y ahora todo este oro es mío, seré rico. –Soltó otra carcajada más aguda-. ¡Seré más rico que la sultana!

Emma se tensó de inmediato al oír aquellas palabras. 

-No-susurró al ver como el mercader se giraba e inclinaba hacia el baúl al que Killian también se había acercado-. ¡No!-gritó más fuerte cuando el mercader agarró un buen puñado de monedas y se las metió en el bolsillo de su túnica. 

Hubo un temblor, y después otro, y otro más mientras el mercader seguía cogiendo los tesoros de la cueva. En lo alto de la roca Leo casi perdió el equilibrio cuando la cueva tembló peligrosamente y llegó hasta Emma y Killian abajo. 

-¡Tenemos que detenerlo!

-Me parece que ya es tarde-replicó Killian apartándolos de una roca que cayó del techo. 

Después de esa vinieron más y aún así el mercader no se detuvo. 

-¡Estúpido-gritó Killian cuando el crujido de las rocas se intensificó-, vas a matarnos a todos!

Cuando el suelo se resquebrajo con otro temblor el mercader pareció percatarse de la situación y su rostro adquirió una expresión de completo horror. Se metió un último puñado de joyas en el bolsillo ya lleno y se dio la vuelta para correr hacia la salida. En ese momento, la grieta en el suelo se expandió y las joyas, las monedas y varios objetos cayeron en su interior, incluido el mercader. Su grito se ahogó por la colisión de más rocas.

A Emma no le dio tiempo ni de llevarse las manos a la boca por aquella visión cuando tuvieron que apartarse de otras rocas desprendidas. Intentaron correr a algún lugar seguro, pero no había ninguno y el camino por el que habían llegado ya no existía. Todo se estaba destruyendo. 

-¿Qué hacemos?-gritó Leo por encima del estruendo. 

Intentaron alejarse de las grietas, pero las rocas seguían cayendo, las paredes se desprendían y movían y los temblores no cesaban. La oscuridad los envolvió cuando las antorchas se cayeron de sus soportes y se apagaron lentamente. Emma volvió a encender una bola de luz justo a tiempo para ver que el techo se desprendía sobre ellos. 

Al verlo, por instinto, Killian intentó llegar hasta Emma con la intención de protegerla, aunque en el fondo sabía que no supondría mucho. Creyó que allí mismo se les acaba su suerte, que aquella sería su última aventura, pero antes de que las rocas pudieran alcanzarlos se detuvieron. Killian había alcanzado a Emma y Leo estaba junto a ellos también, con los brazos intentando protegerse la cabeza. Se había quedado quieto y levantó la cabeza al igual que él al ver que nada los había aplastado, aunque las rocas seguían cayendo a su alrededor y la cueva seguía descomponiéndose. Entonces fueron conscientes del manto dorado que los cubría. Cuando levantaron la vista vieron a Emma con los brazos en alto, un brillo dorado cubría sus manos y, aunque los brazos y las piernas le temblaban, la barrera mágica no flaqueó. 

-Emma-susurró Killian, la adrenalina y el miedo haciendo que su voz sonara descompuesta. Buscó su mirada y puso la mano en su espalda. Notó cómo su cuerpo temblaba por el esfuerzo. Tenía los labios apretados en una mueca pero no retiró la vista del techo. 

-Por todo lo que quieras-exclamó Leo acercándose más a ella, como si eso le diera más seguridad-, no pares. 

Otro temblor sacudió lo que quedaba de la  cueva y del techo se desprendieron más rocas y arena. Emma las vio venir, caer sobre ellos, eran grandes y había muchas. Apretó los dientes y cerró los ojos cuando golpearon la barrera, sacudiéndola por dentro. Sus pies resbalaron unos centímetros en la arena y la fuerza la hizo inclinarse un poco. Pero mantuvo la barrera, a pesar de que le estaba empezando a faltar el aire y sentía que sus huesos podían romperse en cualquier momento debido a la presión.

Killian y Leo, que también las habían visto venir, habían esperado impacientes hasta que golpearon el escudo. El ruido sordo del golpe les hizo daño en los oídos y ahogó el gemido de Emma ante el peso. 

-¡Tenemos que salir de aquí!-dijo Killian. 

-No me digas-replicó Leo. 

Sobre sus cabezas lo único que veían eran rocas, habían quedado atrapados y lo único que los mantenía con vida era el escudo de Emma sobre ellos. Pero su luz estaba empezando a titilar, indicio de que Emma no podría soportar mucho más tiempo el peso. Entonces un nuevo temblor sacudió las rocas, hubo ruidos pero solo Emma pudo notar que el peso sobre ella se intensificaba. Y una nueva grieta se abrió bajo ellos. 

-Maldición-murmuró Killian. 

No podían huir a ningún lado y Emma no se podía mover, ahora miraba con temor aquella grieta a sus pies. Cuando un último temblor sacudió la cueva ya inexistente, el peso sobre Emma fue demasiado, su barrera se quebró, la grieta a sus pies se abrió y ella no pudo hacer otra cosa que volcar sus últimas energías en desaparecerlos. 

Killian y Leo pudieron ver cómo la barrera de Emma se resquebrajaba como el cristal y se rompía. Las rocas sobre ellos cedieron y por unos segundos pensaron que estaban muertos. Pero una nube de humo blanquecino los envolvió a todos y, por un momento, se sintieron volar. Hasta que aterrizaron sobre rocas duras y rodeados por una asfixiante oscuridad. 

Érase Una Vez... a contrarrelojWhere stories live. Discover now