Treinta y cinco

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~DANI~

—No tengo ganas.

Alzo la cuchara con decisión y la miro.

—Abuela, tienes que comer. El médico dijo que debes hacer vida normal —le explico, a lo que hace un ademán quitándole importancia.

—Vida normal no puedo hacer, estoy sentada en una silla de ruedas.

—Mucha gente lo está, incluso personas de mi edad, y no les queda remedio. Al menos tú tienes la suerte de que en unas semanas te podrás deshacer de ella. —Cojo un poco más del plato y se lo enseño—. Es puré de patatas, tu favorito.

Suspira sabiendo que tengo razón y se traga el contenido de la cuchara. El estado de ánimo de mi abuela varía según el día: a veces se encuentra más receptiva y otras ni siquiera abre la boca para hablar. A pesar de ello intento ser paciente y tratarla con todo el cariño y cuidado que puedo, ya que ella ha hecho lo mismo conmigo desde que llegué.

—Esta noche te voy a poner un programa de esos que te gustan, de viajeros que visitan otros países. Como te perdiste el del sábado porque estabas en el hospital lo grabé para que los veas cuando quieras. ¿Te parece?

—Gracias, cariño. Eres un ángel. —Pasa la mano por mi mejilla y sus labios se curvan en una sonrisa, muy similar a la de mi madre.

—No hay de qué. Espera aquí que te traigo una servilleta.

Salgo del salón en dirección a la cocina y encuentro a mi madre, apoyada en la encimera y sosteniendo una taza de café.

—No puedo creer que haya pedido la semana libre para cuidar de ella y que ahora quiera que tú lo hagas —dice tras tomar un sorbo. Me encojo de hombros.

—Ya me había ofrecido voluntario antes, pero no me dejaste.

—Porque tú ya tienes bastante con el instituto y las clases.

Oh, dios, lo ha mencionado. Cojo un puñado de servilletas y hago además de irme, esperando que no caiga en la cuenta de un pequeño detalle, pero la suerte no juega de mi lado.

—Oye, hoy es martes, ¿no? —Asiento—. ¿No tenías que ir esta tarde a casa de Alejandro?

Por un momento considero la opción de decirle que no, que se ha equivocado y que las clases son otro día. Pero ni mi madre es tan estúpida ni yo sé mentir tan bien.

—Sí, pero no he ido. Con todo esto de la abuela no quiero perderla de vista.

Vale, quizás la verdadera razón no es esa, pero no voy a decirle que no acudo a su casa porque estoy pillado de él y no quiero ilusionarme. Mi madre deja la taza sobre la mesa y rodea mi rostro con sus manos.

—¿Va todo bien?

Me gustaría decirle que no. Que el viernes tuve por primera vez un ataque de ansiedad, que tengo miedo de que a mi abuela le pase algo peor y que me está empezando a gustar un chico que lo único que hace es confundirme. Pero de esos "problemas" solo uno es importante desde un punto de vista objetivo y lo último que quiero es preocupar más aún a mi madre.

—Sí, todo bien —respondo.

—Anda, ven aquí. —Me atrae a sus brazos y le devuelvo el abrazo que sin saberlo tanto necesitaba—. La abuela se va a poner bien, tú no tienes que dudar de eso. Va a tomar tiempo, pero entretanto nosotros vamos a estar aquí para que se le haga más ameno.

Asiento separándome de ella y agarro las servilletas que había dejado sobre la encimera.

—Sin tus abuelos no sé qué habríamos hecho el año pasado. Tenemos que mostrarles lo agradecidos que estamos, cada día. —Su voz es casi un susurro ya que los nombrados están en el salón a pocos metros de distancia.

—Lo haremos.

La rodeo con el brazo y salimos juntos de la cocina, mostrando una sonrisa que, a pesar de que no coincide con nuestro estado de ánimo, es lo que ellos necesitan para seguir adelante. Ellos, y nosotros también.


Vulnerable [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora