Ciento cinco

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~ALEJANDRO~

—¿Otro café?

—Esta vez tráeme un chocolate caliente, porfa.

Asiento, me levanto de la silla y dejo a mi novio con Bea y Elena atrás. Cruzo el pasillo del hospital con pereza y llego a la máquina expendedora, la misma que Mario está reventando a golpes. Se detiene al verme, un tanto avergonzado.

—Odio estos cacharros. Siempre se queda atascado.

Por su voz es sencillo reconocer que está cansado. Cualquiera lo estaría si hubiese hecho lo que nosotros: quedarnos toda la noche aquí, esperando a que nos dejen entrar a ver a nuestra amiga a pesar de saber que solo permiten hacerlo a la familia. De todas formas no nos íbamos a ir de fiesta mientras Maya está en el hospital, por lo que esperar parecía ser la mejor opción.

—Deja que te ayude.

Le doy un par de golpes fuertes hasta que el sándwich envasado cae.

—Gracias.

—No hay de qué.

Introduzco dos monedas en la máquina de al lado y espero a que el chocolate se haga. Mientras tanto observo al rubio, que se ha sentado en una silla cercana y ya ha empezado a comerse el sándwich.

—¿Quieres un poco? —pregunta al darse cuenta de que lo estoy mirando.

—¿Está bueno?

—A esta hora cualquier cosa está buena.

Echo un vistazo al reloj de la pared: las seis de la mañana. Tiene razón. Tomo el chocolate y antes de sentarme a su lado compro un sándwich idéntico al suyo. Le doy el primer bocado a la vez que él ya se lo está terminando.

—No es así como creía que iba a celebrar mi graduación, ¿sabes? —empieza con un tono amargo tras tirar el envase en una papelera.

—Ni yo.

—Espero que, a pesar de todo, Maya esté bien. No sé qué haría si algo grave le termina pasando.

Introduce las manos dentro de los bolsillos de la chaqueta y se acomoda en la silla de plástico, nervioso. Es obvio que está enamorado de mi amiga, o como mínimo le gusta bastante. No te preocupas tanto por una persona siendo solo tu amigo y menos con la relación de perro y gato que tienen estos dos.

—No seas pesimista. Estará bien. Tiene que estarlo.

—Oye... En la gala dijiste que creías saber qué le pasaba —indica en un tono más bajo—. ¿Qué es?

Carraspeo con incomodidad. ¿Es conveniente contárselo, a sabiendas que puede ser que me equivoque? Por un lado no quiero preocuparlo sin motivo, pero por otro a lo mejor le alivia entender la razón y saber que no es nada demasiado grave. Todo suponiendo que esté en lo cierto, claro está.

—¿Y bien?

—A ver... Maya y yo hablamos hace unos meses en clase. Le pregunté sobre vosotros.

—¿Sobre...nosotros? —Sus mejillas se enrojecen de inmediato.

—Sí. Siempre me ha dado la sensación de que os gustáis en secreto, pero bueno, eso no es importante ahora. Una cosa llevó a la otra y me confesó que no creía que pudiese tener ninguna relación. Conseguí sacarle que era porque tenía inseguridades.

—¿Maya te dijo eso? —cuestiona, boquiabierto—. ¿A ti?

—Sí... Supongo que al no conocerme tanto le resultó más fácil, no sé. El caso es que esa conversación me hizo pensar. ¿Qué inseguridad podría tener Maya?

Vulnerable [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora