Noventa

13.7K 1.6K 243
                                    

~ALEJANDRO~

—Gracias por acercarme a casa —agradece de nuevo Dani desde el asiento de atrás. Mi hermana le resta importancia con un ademán de mano.

—No hay de qué, tenía que pasar por aquí de todas formas.

Sé que es mentira, mi novio vive a las afueras y jamás venimos por esta parte de la ciudad a no ser que sea necesario. Se lo agradezco con la mirada. Desde el principio se ha preocupado por hacer lo que sea por verme feliz y facilitarnos las cosas. El castaño se desabrocha el cinturón, sale del coche y se apoya en la ventanilla de mi lado. Coloca sus labios para que lo bese y lo hago no sin antes soltar una carcajada.

—Buenas noches. —Me mira primero a mí y luego a mi hermana, sonriendo—. Tened cuidado en el camino de vuelta.

—Sí, tranquilo. Nos vemos mañana.

Se despide con la mano, rodea el vehículo y se adentra en su casa. No es hasta que la puerta se cierra que la rubia arranca de nuevo el coche y emprende el camino de vuelta.

—Te lo has pasado bien, ¿no?

Asiento. La sonrisa sigue en mi rostro como si fuese permanente. El día de hoy ha sido sin duda el mejor de las últimas dos semanas. Después de todo el tiempo que he pasado encerrado en casa, yendo a terapia y acudiendo a clases necesitaba un respiro.

—Perfecto. Ahora escúchame: le dije a mamá y a papá que te iba a llevar al parque de atracciones para distraerte. Así que cuando lleguemos actúa como si eso fuese lo que hemos estado haciendo.

—¿El parque de atracciones? —Alzo una ceja y la miro mientras río—. ¿No se te ocurría algo mejor?

—¡No soy creativa! —Aparta los ojos por un momento de la carretera para observarme y reír conmigo.

Nos quedamos unos minutos riendo con complicidad mientras pasamos de largo las luces de la ciudad. Compruebo por la ventanilla que no queda mucho para llegar a casa y este momento a solas es perfecto para preguntarle sobre lo que llevo pensando toda la semana. Me rasco la nuca y la escudriño una última vez antes de hablar.

—¿Cuándo te vas? —Mi tono suena mucho más serio de lo que esperaba.

—Auch. ¿Ya me quieres lejos otra vez? —menciona con ironía.

—No, no es eso. —Me centro en las heridas ya curadas de mis nudillos y no alzo la vista—. Solo que es raro. Dijiste que venías a pasar unos días por Navidad. Y bueno, ya es febrero y aún sigues aquí.

Su expresión se ensombrece y me parece que estoy teniendo poco tacto. Se queda en silencio por un instante y cuando creo que debo añadir algo más habla.

—Así que la cosa funciona así: decido mudarme y te enfadas. Ni siquiera me escribes, no contestas a mis llamadas... Como si no tuviese hermano. Luego vengo a pasar una temporada aquí, te abres a mí y me dices que me echabas mucho de menos. ¡Y ahora quieres que me vaya otra vez!

—¡No me refería a eso! —explico negando con la cabeza.

—¿Entonces cuál es el problema? He decidido quedarme un poco más porque disfruto estar con mi familia, ¿acaso es un delito? —Llegamos a nuestra calle, aparca enfrente de casa y me contempla con enfado—. Te juro que a veces no hay quién te entienda.

Llevo sabiendo eso desde que tengo uso de razón, escucharlo en voz alta no es nada nuevo.

—Te ibas a marchar la semana en la que me escapé de clase, ¿verdad? —Mis sospechas se confirman al ver la expresión de cansancio en su rostro—. Pero decidiste quedarte para poder vigilarme. Crees que va a pasar lo mismo de la última vez.

—¿Me puedes culpar? Solo estoy preocupada, es todo. —Con el coche ya parado saca las llaves y se da media vuelta para mirarme.

—No quiero que te veas obligada a quedarte por mí. Además, ¿qué piensa Alberto de esto?

—Nada, aún está en Francia. Al final se va a quedar más tiempo. Si volviese a mi casa estaría sola de todas maneras, aquí estoy mejor.

Chasqueo la lengua, molesto.

—Pensaba que tú no serías una de esas personas que creen que me voy a volver un alcohólico. —Su indignación es evidente. Está a punto de rechistar, pero la interrumpo—. Puedo cuidarme yo solito. Sí, a lo mejor no lo pensé bien y debería haber seguido con la medicación, pero mi error no os da derecho a controlarme de esta forma.

—¿Controlarte? —Vacilo antes de hablar.

—No puedo usar el móvil, ni recibir visitas en casa, ni dar clases de inglés. Tú misma me has tenido que ayudar para poder ver a mi novio fuera del instituto.

—¡Exacto! Te he ayudado, no entiendo por qué ahora me metes en el mismo saco que a mamá y a papá.

—Porque estoy cansado de que os preocupéis por mí. Yo solo quiero tener una vida normal y salir sin que os pongáis a pensar que estoy haciendo cualquier locura. —Hablo más rápido de lo que debería a causa de la rabia, soltando lo primero que se me viene a la cabeza—. No sabes lo frustrante que es que todos piensen que estás enfadado cuando lo que te enfada es que crean eso.

—No sabes lo que dices —advierte con tristeza en su voz. Guarda las llaves en el bolso y abre la puerta para salir, no sin antes darse la vuelta y pronunciar una última frase—. Si nadie se preocupase por ti serías mucho más infeliz, créeme.

Y sin más cierra la puerta, esperando a que yo también baje. Salgo del coche con rapidez y doy la conversación por zanjada al dirigirme a la entrada de casa con la cabeza baja. Ni siquiera sé para qué trato de hacer que me entiendan. Nunca lo hacen.


Vulnerable [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora