Noventa y siete

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~ALEJANDRO~

Los intentos por no mojarme de camino al instituto han sido inútiles. La tormenta que se ha empeñado en empaparme lo ha conseguido, pese a que siempre llevo un paraguas pequeño en la mochila en caso de emergencia. Pues bien, resulta que estos tipos de paraguas no sirven mucho cuando mides un metro noventa y hace un viento de la hostia.

Tras llegar como puedo al instituto sacudo el paraguas e intento hacer tiempo mientras me seco del todo. Distingo desde la distancia a mis amigos al final del pasillo, así que me acerco y los saludo con un movimiento de mano.

—Buenos días.

—¿Buenos? Más bien horrendos —replica Elena mientras intenta secarse el pelo con los dedos.

—No le eches cuenta, su estado de ánimo varía según el tiempo —explica mi novio. Me acerco para darle un beso que corresponde y se entretiene en colocarme unos cuantos mechones mojados en su sitio—. Estás empapado. La próxima vez cómprate un paraguas más grande, por favor.

Asiento con una sonrisa boba en el rostro. Maya, que es la única que falta, aparece por la puerta principal y nos divisa a lo lejos. Una vez llega a nuestro lado compruebo que Elena no es la única que está de mal humor hoy.

—Si la lluvia fuese una persona le patearía el culo. Se me han mojado los libros.

Abre la cremallera de la mochila y saca el libro de economía que efectivamente está empapado. Lo vuelve a guardar y se cuelga la mochila a la espalda otra vez.

—Buenos días a ti también —musita Mario quizás no tan bajo como le hubiera gustado. La morena no tarda en atacarle con el particular desagrado que solo guarda para él.

—Cállate, tú eres peor cuando tu hermana no te deja dormir.

—Eso es un motivo justificable para quejarse.

—Pues si lo mío no lo es págame tú el dinero que me va a costar comprar otros, idiota.

El rubio decide no seguir discutiendo y se adelanta caminando al aula antes de que suene la campana. Los demás esperamos a escuchar el horrible sonido para dirigirnos a las clases. Maya y yo tenemos matemáticas, por lo que me despido de los demás —sobre todo de mi novio— y la sigo hasta entrar al aula correspondiente.

Al menos este día de tormenta tiene algo bueno, y es que nos comunican que la profesora se ha quedado atrapada en un atasco y no hay esperanzas de que llegue a tiempo. Miro con complicidad a Maya y optamos por jugar al tres en raya durante la hora libre, juego que me recuerda bastante a mis antiguas clases en las que no prestaba atención y me distraía con cualquier otra cosa.

—¿Qué vas a hacer con los libros al final? —pregunto en un intento por mantener una conversación que no sea sobre números o deberes de economía.

—Supongo que usar un secador y rezar para que no queden tan mal. —Intenta sonar irónica aunque me da que está diciendo la verdad. Dibuja una X en la hoja y así me gana por quinta vez.

—Si necesitas ayuda yo... —No me deja terminar la frase.

—No, de verdad. Buscaré una solución, no tienes que preocuparte. Aunque lo agradezco. —Me dedica una sonrisa sin enseñar los dientes.

—Vale, como digas.

Dibujo una vez más dos líneas horizontales y dos verticales y empezamos otra partida. Examino su rostro por unos segundos y aprovecho que estamos solos para preguntarle sobre lo que más curiosidad me da. Nunca he sentido que tengamos la confianza suficiente para hablar de otro tema que no sean las clases, pero entiendo que si quiero que nuestra amistad sea verdadera tengo que dar el paso.

Vulnerable [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora