EPISODIO 2, ESCENA 5: En la que una esfinge llora.

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Lo vuelvo a recitar más despacio intentando pronunciar bien los ideogramas.


«Hamalach hagoel oti
Mikol ra.
Yevarech et han'arim,
vikareh bahem shemi

veshem avotai
Avraham v'Yizchak,
veyidgu larov
bekerev ha'aretz».


Cordelia escucha atentamente mientras Felicia busca algo en su móvil. Procedo a traducirlo de nuevo:


«El Ángel que me libera de todo mal,
bendiga a estos niños.
Y mi nombre sea llamado en ellos,

y el nombre de mis padres
Abraham e Isaac,
y que se multipliquen por doquier
en medio de la tierra».


—¿Y eso es una nana? —pregunta Cordelia.

—Eso creo —respondo.

—Sin duda —opina la archivista—. Acabo de encontrarla en YouTube.

Nos lo enseña. Se trata de un video en el que se puede oír una versión coral de la canción, con una cadencia tristona y sosegada, parecida a la que hay grabada en el transistor.

—Vale, sí es una nana —asevera la mexicana—. Aunque no sabemos a qué hace referencia.

Me cruzo de brazos en la silla y miro alrededor. La estancia, de más de cien metros cuadrados, está repleta de estanterías cargadas de libros. Algunas lucen vacías, pero no por mucho tiempo, pues las cajas se apilan en el suelo repletas de archivos y libros que Cordelia ha trasladado aquí desde el Centro Burana, listos para habitar su nuevo hogar.

Hastet trepa por las estanterías como si de un lagarto se tratase. Sus dedos prensiles y garras felinas le ayudan en el proceso. Esta forma de reptar por las superficies verticales hace que su naturaleza no humana sea aún más evidente. La esfinge carga con varios libros a su espalda y los sostiene con su fina cola prensil, parecida a la de un mono y, a la vez, a la de un león. Sin ropajes de calle humanos, su anatomía animalesca resulta bien visible. Sus movimientos gatunos son casi hipnóticos. Desde que entramos, no se ha distraído ni un segundo de su labor de organizar tomos y volúmenes.

He notado algo peculiar en la estantería situada frente a nosotros. No son libros ni documentos lo que ocupa sus anaqueles, de hecho, no hay estantes, sino barras metálicas de las que cuelgan decenas de cilindros de cristal luminiscentes.

Cordelia me ha comentado que en la biblioteca de Burana se recopilaban todo tipo de referencias esotéricas y tomos de cultura popular, pero que existen otros escritos traídos por inmigrados procedentes de diversas frecuencias. Me dijo que, las más sorprendentes, son las Crónicas esfíngeas, esas barritas luminosas. Yo intento elucubrar cómo narices se puede sacar información de esos abalorios colgantes, pero me doy cuenta de que tengo que centrarme si quiero hallar la clave que se esconde tras esta pieza musical.

—¿Crees que resolviendo esto sabremos dónde se encuentra el nodo? —pregunto.

—Sí, pero nunca encontraremos el lugar exacto sin una guía. También debemos hallar la frecuencia a sintonizar en nuestros transistores, pues es la llave que abre el nodo y nos permitirá viajar al mundo donde va a aparecer el relé.

Al ver mi cara de confusión, Cordelia decide explicarse:

—Normalmente, un nodo es un retal (una rotura entre mundos) pero una especial. Está asociado a algún elemento u objeto cotidiano, denominado señal (o señal de paso, como prefiera llamarlo). A diferencia de otros retales cotidianos, los nodos abren puertas a mundos nunca conectados o que se conectaron mucho tiempo atrás, mundos donde está a punto de revelarse un relé.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon