EPISODIO 1, ESCENA 11: En la que los oyentes toman un curso de acción.

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Comienza a lloviznar. El trajín de universitarios ya mengua. Todos parecen concentrados en grandes cuestiones intelectuales como dónde ir a tomar una caña, o si tal o cual indumentaria es adecuada para la fiesta del sábado. Los de la hermandad "ni me importa" pasan por delante de mí y me miran de reojo. Estoy acostumbrado a los reojos desde el instituto.

Yo no hago nada, solo estar aquí sentado en este viejo banco del campus fumando un cigarro. Ni siquiera es un cigarro de verdad, es un mentolado. La vergüenza de los cigarros, la seña de identidad de una vieja cabaretera que pasa los últimos días de su vida rodeada de pastillas para la tensión y antidepresivos. Pero ¡qué coño!, ¡me gusta el sabor! Tampoco soy un fumador empedernido.

No, no creo que sea por el cigarro. Quizás es por mi pinta, mis pelos, mi mirada de telespectador cínico de la vida, o por mi indumentaria poco estudiada.

Lo huelen, simple y llanamente. Hace un tiempo, cuando estudiaba Filosofía, me encontré con un idiota que me dijo que era un macho omega. ¿Macho omega?, ¿se puede ser más retrasado? La culpa no es suya, es culpa del condicionamiento social, la falta de espíritu crítico y las pocas oportunidades de profundizar en lides humanistas. Vamos, que creció rodeado de otros gilipollas.

Dejo salir el aire mentolado y soplo a la voluta para ver cómo se deshace llevada por las leyes de la entropía. Puede ser mi imaginación, pero adquiere forma de caballo. Y entonces pienso: «Sigo vivo». Es la primera vez que no me siento disgustado ante la idea de la vida. El poder estar pensando en cosas banales tras un episodio tan surrealista como el vivido parece casi un privilegio.

Siento movimiento a mi lado.

—Le he leído el pensamiento a mi madre.

Una cabeza aparece a la altura de mis rodillas. Astrid está sentada a mi lado con las piernas enganchadas en el respaldo del banco y la cabeza colgando.

Suelto el humo y sonrío.

—He combatido contra la personificación diabólica de la obsesión de un amigo en un plano cognitivo, la he capturado y ahora soy su dueño —respondo.

Astrid mueve la cabeza y se muerde el labio inferior.

—Vale, lo tuyo es mil veces mejor. Y acojona más.

—Cierto, pero leer la mente es muy molón.

—Tú no eres de los que dicen «molón».

—¿Eso crees? —Doy la última calada.

—Sí, tú serías de los que dicen... «destacable» o «fascinante».

—Me tienes fichado, ¿no? —Levanto una ceja—. Y eso que solo me has visto diez minutos.

—Soy buena identificando personajes. Enseguida sé si son soporte, tanque, defensa o flanqueador.

Vale, ha captado mi curiosidad.

—Explícame eso.

—Como en los videojuegos. Flanqueador no eres, no pareces agresivo. La defensa no es lo tuyo tampoco, todo te duele demasiado. En cuanto a lo de ser tanque, solo hay que mirarte. Poca chicha para ser el que va en vanguardia rompiendo las filas enemigas. Pero una cosa me resulta evidente: te gusta ayudar y hacer del mundo un mundo mejor, y te frustras cuando el mundo no te pide ayuda porque ni siquiera sabe que la necesita. Tú eres un personaje de soporte, eso está claro; un curador.

La llovizna arrecia un poco. A Astrid, como a mí, no parece importarle. Yo la escucho con calma. Estoy acostumbrado a que la gente me prejuzgue, que me aconsejen sin que yo se lo pida y elaboren profundas teorías sobre mi persona, aunque nunca lo han hecho asociándome a un videojuego, eso es nuevo.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ