EPISODIO 1, ESCENA 20: En la que un "príncipe" se aviene al convenio.

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Cordelia ha aparcado el coche bajo el puente de LilHaven, la zona comercial de Cloven. Algunas tiendas comienzan a abrir sus persianas metálicas. Hay poco transeúntes por ahora y, los que hay, se dirigen a las cafeterías para recoger su café para llevar.

—¿Una casa de préstamo? —pregunto. No me lo esperaba.

—Un Bazar, Astrid, fresita mía —responde Cordelia ajustándose las gafas.

—¡Duh! Nunca había visto este lugar, y yo me conozco todos los rincones exóticos de esta ciudad —argumenta Alabama.

—No lo has visto antes, preciosidad, porque no eras un oyente.

Eso es nuevo.

—¿Quieres decir que hay lugares que solo pueden percibir los oyentes? —pregunta él.

—Si su dueño es un oyente de los chiplocudos, puede situar una versión de dicho local en una frecuencia anexa y dejarla abierta para que otros oyentes puedan acceder a ella, sobre todo si saben lo que buscan. Por ejemplo, este lugar no es más que un establecimiento vacío en traspaso para todo aquel que transita las calles, pero, para nosotros, es un Bazar. Se nos permite vislumbrar su verdadera naturaleza, más que nada porque yo lo he buscado expresamente.

»En cuanto crucemos sus límites, pasaremos a una realidad aledaña y los no oyentes quedarán excluidos de ella.

—¿Frecuencia anexa? ¡Espera, espera! Ñe goni lóshadei! Eso es justo lo que hizo ese policía que me atacó en la academia, me arrastró a una especie de espacio vacío que era una copia del lugar —reflexiona Alabama. No parece gustarle la idea de entrar ahí.

—Son frecuencias menores que se dan entre las frecuencias más estables. ¡Y basta de cantinflear!, ya les explicaré todo esto más tarde.

—Todo parece sacado de una peli de las Wachowski —murmuro.

Cordelia comienza a bajar las escaleras con gran agilidad teniendo en cuenta sus tacones imposibles. Nosotros la seguimos. Al cruzar los límites del inmueble, no puedo evitar notar una presión en la cabeza y un ligero cambio en el ambiente. Los sonidos se tornan más apagados y los colores también se ven menos saturados. La frecuencia anexa.

El Bazar está precedido por un largo pasillo enmoquetado. Lámparas de cobre con adornos orfebres han sido instaladas a cada lado de la pared y el cemento ha dejado paso a un papel pintado satinado con motivos hindúes.

—Y, por curiosidad, ¿qué venden aquí? —pregunto.

—Personas.

—¿Qué? —Alabama me coge del brazo.

—¿Está bromeando, verdad, Astrid? —Me estruja el brazo como una esponja.

—¡Suelta, baka! —Me zarandeo para liberarme de su tenaza. ¡Menudo agarre tiene!—. Pues claro que está bromeando.

—No, es la neta —responde Cordelia sin dirigirnos la mirada—, pero con personas me refiero a oyentes independientes. Todos trabajan para el dueño de este lugar y alquilan sus servicios a diversos clientes.

—¿Nos estás metiendo en una cueva de mercenarios? —No doy crédito.

—¿Y para qué nos necesitas? —Buena pregunta, Al.

—Meros refuerzos. El mandamás de este lugar y yo no somos compadres. Tuvimos nuestros tratos en el pasado, pero también nuestras desavenencias. —Cordelia gira la cabeza y nos mira—. Más de lo segundo que de lo primero. —Vuelve a mirar al frente—. Digamos que no acabamos en buenos términos.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt