EPISODIO 1, ESCENA 5: En la que los cuatro charlan con el locutor.

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El musculitos me suelta al fin. Tanto él como yo miramos en todas direcciones, confusos. La puerta por la que entramos ya no está y no puedo ver nada en la oscuridad, solo una zona de diez metros que se encuentra iluminada por un foco revelando un lustroso suelo azabache, una mesa de mármol y cinco sillas de metal. El hombre que se hace llamar el locutor se sienta muy erguido y nos mira impaciente. Ha situado el maletín delante de él, sobre la mesa.

Otras dos personas salen de las sombras. Sus caras también son de «no tengo ni pajolera idea de lo que ocurre». Se miran entre sí. También nos miran a nosotros con cierta alarma. No es de extrañar ya que el señor «tengo muchos followers» va medio desnudo y mi ropa está cubierta de lodo y sangre ajena. Aunque el aspecto de los otros dos invitados no es mucho mejor. Uno de ellos, el tío rubio, lampiño y de cara querubinesca, va descalzo y vestido con ropa de hospital que le queda pequeña. La chica asiática de expresión pensativa y pelo teñido, viste un picardías y un albornoz, aunque lleva otras mudas en la mano.

—Disculpen la irrupción en su realidad cotidiana —se excusa el locutor—. Es imperante que los protocolos se respeten. La introducción debe hacerse en las diez horas posteriores a la aceptación de las condiciones por parte de sus emisoras. —Nos invita a sentarnos con un gesto.

—¡Por el amor de Gaga!, ¿dónde estamos? —pregunta el tío rubio vestido de enfermero. Menudo glamour gasta, no le conozco, pero ya me cae bien. Mucho más que el cagaproteinas, al menos.

La chica de pelo rosado, antes de acercarse, tiene la entereza de ponerse los pantalones negros de traje que trae consigo. Se saca el albornoz y lo sustituye por una americana también negra. Después mira a su alrededor con una tranquilidad incomprensible para mí.

—¡Eh, tú!, ¡el gemelo depresivo de Natalie Imbruglia!, ¿a dónde nos has traído? —El tal Foster me encara—. ¿Qué es este lugar?

—¡No lo pillas! ¡No sé quién es él, no sé qué hacíamos en tu casa, no sé qué es este sitio! —Está claro que este tío es obtuso.

Foster me mira durante unos segundos. Al final, parece que ha decidido creerme.

—Por favor, les explicaré todo lo pertinente —dice el locutor—. A los cuatro. Siéntense, si son tan amables.

Le hacemos caso. Una vez sentados, nuestro anfitrión abre el maletín y saca de él una grabadora antigua, de esas que usan cinta magnética.

—Décimo solsticio, nueva sintonía. Cuatro sintonizados en esta última jornada. Procedo a la introducción.

Todos nos miramos. En esa mirada creo que a todos nos queda claro que los cuatro estamos igual de perdidos.

—Moses Gentry, Foster Callahan, Astrid Mishima, Alabama Jones. Sois oyentes y habéis sintonizado con una emisora. Esa emisora os ha propuesto participar en la Gran Transmisión y vosotros habéis aceptado. Así que, ahora, sois activos.

»La Estación ha verificado vuestra participación y ha abierto el velo para vosotros. Habéis recibido vuestros diales con los que seréis capaces de hacer distorsiones y fluctuaciones de frecuencia.

—¿Diales?, ¿Gran Transmisión? —pregunta la chica, Astrid.

—No sabemos de qué nos hablas —afirma el llamado Alabama.

El locutor nos mira extrañado.

—Esto no es habitual. Las emisoras suelen informar a sus oyentes antes de este encuentro y la Estación misma lo hace con los oyentes independientes. —Suspira—. Mi misión como locutor es asegurarme de que los oyentes participantes de la Gran Transmisión sean conscientes de su papel antes de proceder a la introducción y confirmación de las reglas.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Where stories live. Discover now