EPISODIO 3, ESCENA 16: En la que Ibree saborea una manzana.

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Por la ubicación de la luna y la posición del musgo en los árboles, deduzco que va hacia el norte, en dirección contraria a la mía. Una parte del personal le acompaña. Se han dividido en dos partidas de caza.

El viento ya no puede sostenerme en pie y me derrumbo contra uno de los abedules. Me arranco uno de los bajos de las mallas elásticas para vendarme la herida de la cabeza con ella.

El dolor y el cansancio han hecho que rompa todos los vínculos telemétricos. Solo puedo volcar lo que me queda de fuerzas en mantener la conexión con mi enemigo. Ver lo que él ve, oír lo que él oye. Menos mal que pude tocarle antes de huir, así ahora puedo saber si se aproxima.

Moses y Foster están solos. Ya no puedo transmitir mis capacidades a las plumas ni observar a través de ellas sus paños menores (donde los muy idiotas las guardan), no si quiero conservar fuerzas. Me concentro en lo que sí puedo controlar. Y eso, de momento, se reduce a mi respiración y a vigilar a mi enemigo.

Cojo oxígeno y doy energía a mi cuerpo. Escucho el crecer de las raíces, el lamento de la brisa y el azote de las hojas. Ellas están ahí para recordarme que soy todo y soy nada, parte del equilibrio. Y también que tengo una misión.

«Gran Vendaval tráeme el hálito del mundo, llena mis pulmones, oxigena mi sangre y da energía a mis músculos. Debo continuar», pido.

«Kirin. Hemos visto huellas hacia el sur, las seguimos», oigo de repente. Alguien habla con mi perseguidor a través de su móvil. «De acuerdo, damos media vuelta», responde él. Y, efectivamente, da órdenes de recular. Mal asunto, debo seguir.

Ese tal Kirin conoce y puede anular mis capacidades sílficas, pero, por fortuna, no ha tenido en cuenta mis capacidades de oyente. Ajusto la lente del grillete de mi cuello. Testigo de un aciago pasado, compañero fiel desde mi muerte y retorno. Un instrumento de castigo, vigilancia y subyugación que es ahora mi único aliado en esta huida. Da igual cuantos ajustes le haga a la lente, de poco me sirve mi telemetría y mi dial si no puedo mantener mi cabeza despejada.

«Recuerda, Ibree. Recuerda a tu pueblo esclavizado y extinguido. Los oyentes humanos aún tienen que pagar. Has sobrevivido a la muerte, el dolor y la persecución. Has planeado, engañado y manipulado por un único objetivo. Conseguir lo que el Hombre Polilla te prometió, encontrar ese lugar...». Y para eso debo ayudarle a escapar de la Pirámide.

Comienzo a trotar a marcha ligera. La cabeza me late con fuerza. Enfoco mis orejas para detectar cualquier ruido sospechoso. No es fácil mantener el mismo nivel de atención con mi telemetría activada.

¡Maldición! Estos pensamientos han traído consigo malos recuerdos, recuerdos de mi sometimiento. «Sometimiento», una palabra muy humana, como «control» o «poder». Palabras que hace siglos, cuando era una niña, no significaban nada para mí. Una realidad que mi pueblo nunca fue capaz de comprender hasta que entramos en contacto con su especie.

A algunos humanos les gusta sentirse superiores. Mostrarse sumisa ante ellos o tímida les aporta confianza y hacen que no se fijen en ti. Sin embargo, algunos se resarcen con aquellos que consideran inferiores. Hay que tener buen ojo para saber cuándo aparentar debilidad.

Hay otras palabras humanas como «mentira» y «venganza» que también me han sido muy útiles a lo largo de los años. ¡Oh!, y aprendí muchas, muchas más.

Fueron buenos maestros esos malnacidos, y yo me convertí en alumna aventajada que se esforzó por entender al enemigo. «Quizás ya no me reconozca cuando me miro al espejo, pero tampoco me avergüenzo», pienso mientras trastabillo entre la hojarasca. Puede que muera aquí como una loba herida. Ni siquiera pude mandarle una corriente estable a mi hermano. No creo que me haya escuchado, así que tendré que apañármelas sola.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Where stories live. Discover now