EPISODIO 4, ESCENA 9. En la que Astrid ríe y llora.

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Una hora antes.

La música palpita en la pista. Suena Devil came to me de Dover, la conozco porque a Mónica le gustaba escucharla, lo consideraba una advertencia en contra del maligno.

Un rato atrás las tarimas habían comenzado a ascender. La muchedumbre se había apartado para que los compartimentos mecánicos del escenario pudieran reconfigurarse en una estructura escalonada y, al terminar el proceso, habían vuelto a abarrotar el área para reanudar sus contorsiones salvajes. Desde la zona VIP yo contemplo el espectáculo. La sesión del ocaso, como la llaman en el Infernáculo, es aún más hardcore que la vespertina.

La guitarra eléctrica parece tener un efecto catártico en todos los presentes. Mi corazón intenta latir al ritmo de la canción. Sitúo una mano en el pecho para calmarlo.

—¿Qué se supone que voy a aprender aquí? —pregunto a mis espaldas. Bael da un sorbo a su combinado y me mira con sonrisa reptiliana.

—¿Aquí? —se refiere a la balconada—, aquí nada. —Señala a la pista de baile—. Allí bastante.

—Ve, mézclate, pequeña prima —dice Beleth que se columpia desde uno de los focos. Luego se desenrolla cual trapecista exótica y se queda dando vueltas en el aire agarrada a sus propios cabellos.

—¿Y qué queréis que haga?, ¿que socialice? Hablar con la gente no se me da muy bien.

—¡Palabras!, ¡palabras! —exclama Beleth—. Los humanos y sus palabras.

—Si no palabras, ¿qué, entonces? —digo con sarcasmo. Me contestan con una sonrisa. Estos dos saben cómo ponerme nerviosa. Señalo a toda esa gente—. No sé cómo encajar, no soy como el resto de la gente.

—No, no lo eres —dice Bael deglutiendo un hielo—, nadie lo es.

—¿Qué te preocupa tanto, pequeña prima? —pregunta Beleth.

«¿Que qué me preocupa?».

—No sé qué debo hacer. ¿Cuál es el plan? —digo con voz irritada.

—¡Así que es eso! ¡Un plan!, una estrategia de acercamiento —proclama Bael—. ¡Beleth, hermana, tenemos a una pequeña mariscala de campo aquí! —Beleth ríe y comienza a dar vueltas alrededor de mí.

—¿Por qué ibas a necesitar un plan...? —Su cuerpo pendula adelante y atrás. Escucho su risa y cada vez que pasa por delante de mí, repite: «por qué», «por qué», «por qué». Al cabo de cinco vueltas, le grito exasperada:

—¡Porque no sé cómo comportarme!, ¿vale? —Me muerdo el labio—. A veces hago cosas que no debería hacer.

—¡Uuh!, ¿cómo es eso? —pregunta Bael.

—Reírme cuando debería llorar, enfadarme cuando debería reír, restarle importancia a algo que debería tenerla..., ese tipo de cosas.

—¿Por ejemplo? —Bael se inclina en su asiento prestándome mucha atención. No respondo de inmediato, no sé qué ejemplo concreto poner. Bueno, se me ocurre uno, aunque no me siento segura de querer compartirlo, pero se supone que ellos me deben instruir sobre los pormenores de mi raza. Son como los wiseman de cualquier historia o videojuego, así que debería responder a sus preguntas.

—En el funeral de mi abuela Kimiko todo el mundo lloraba menos yo —confieso—. Durante la lectura de su panegírico, yo me reí. —La escena me asalta con nitidez. Aún puedo recordar la incredulidad en el rostro de los presentes y la mirada desaprobadora de mis padres, sobre todo de papá.

—¿Qué era tan gracioso? —me interpela Beleth haciendo cabriolas.

—No lo sé...

—Sí, lo sabes —responde Bael. Reflexiono durante un rato.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora