ARISTEMO

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Nota 0
De nuevo me tomé mi tiempo para publicar un capítulo y ustedes dirán este wey esta en cuarentena, se supone que tiene más tiempo, pues sí estoy en casa 24 horas pero irónicamente me cuesta concentrarme más con toda mi familia hablándome y bueno después de releer unas tres veces este capítulo y reescribirlo otras tantas aquí está.

Un año después...

Era una mañana soleada de abril y Polita caminaba por la acera junto a Daniela, la más joven traía una bolsa repleta de verduras y otras cosas compradas en el mercado, Amapola por su parte, empujaba una bonita carriola rosa. Saludaron a viejos conocidos que conversaban tranquilamente en las puertas de sus hogares, justo cuando doblaban la esquina de la panadería el inconfundible sonido de la "Burra," que anunciaba su regreso a Oaxaca, las hizo sobresaltarse debido a la sorpresa. Tal cómo había ocurrido años atrás, el vehículo se estacionó frente a la puerta del edificio.

--¿Estas seguro que es aquí? --preguntó un chico delgado al bajarse del vehículo.

--¡Que tenga lagunas, no significa que sea un tarado, Julio, recuerdo más de este edificio que de ti --respondió Temo al abrir la puerta del conductor y descender con cuidado y logrando sacarle un mohín al muchacho, había tenido que volver a  aprender a reconocer la bromas pesadas del adolescente que lo había adoptado como su principal victima, aprovechándose de su amnesia.

Por fin, después de tantos años estaba de regreso en Oaxaca; regresar no había sido una tarea fácil, se tuvo que enfrentar a la negativa de sus hermanos mayores y la de Pancho, que se había negado rotundamente a que lo hiciera; temían que se volviera a meter en problemas pero aún así no lo pudieron detener, no frente al gran argumento que les presentó, por lo que ahí estaba de nuevo, en el mismo lugar donde había iniciado todo, acompañado de sus calcomanías y con una única maleta llena de sus pocas cosas, miraba hacia el edificio con la poca nostalgia que su memoria le permitía. Esté lucía tal cual como lo recordaba, con la mismas manchas de humedad en los mismos lugares que hacía diez años y el viejo portón de hierro con pequeñas costras de oxido disimuladas con capas y capas de pintura.

Caminó apoyado de su elegante bastón con cabeza de león, uno de los pocos recuerdos que aún conservaba de su vida en Paris. A pesar de que todo había sido una cruel farsa de unas personas desquiciadas y cegadas por la perdida de un ser querido, tenía bonitos recuerdos de esa época y él, había terminado por perdonar a Mateo y a los Ortega mucho antes de que le relataran lo ocurrido esa tarde en la que sus amigos lo fueron a rescatar. De esos sucesos no tenía memoria alguna y serían Diego y Ramiro quienes se encargarían de contarle hasta el mínimo detalle de lo que había ocurrido en ese pequeño apartamento, después que Aris lo liberara de las ataduras que lo apresaban en la que había sido su habitación durante muchos años. Aunque aún después de un año, le costaba creer que precisamente esas personas, a las que alguna vez le hubiera confiado su vida y a los que veía como una segunda familia, habían sido capaces de hacerle semejante atrocidad...

Hace un año...

--¡¡Vaya, vaya, esto debe ser algo así cómo una Serendipia, creo que así es como lo llaman. ¿No lo crees, Aristóteles?!! --escuchó decir tras él, no le fue difícil reconocer quien era el dueño de aquella voz, por años la había estado escuchando, en las televisoras y en la radio, era la imponente y fría voz de Ubaldo Ortega --¿Podrías explicarme, cómo una inútil sabandija como tú puede cruzar el océano, venir precisamente a la misma ciudad donde ese, ese, ese desperdicio de  humanidad que tienes en tus brazos está escondido y no sólo lo encuentre, si no que se vuelvan a enamorar? --rugió furioso --¡esto es más que una simple casualidad! --concluyó.

AdicciónWhere stories live. Discover now