IMELDA

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El departamento Córcega cada vez se veía más vacio, más silencioso, más lúgubre. Después del trágico accidente donde su nuera Blanca, y el mayor de sus hijos, Eugenio, murieran; la familia se había comenzado a separar poco a poco.
Frida, estaba en el extranjero con su madre; Daniela, después del sepelio de sus padres, no había regresado al edificio; Juan Pablo, venía seguido pero conforme fueron pasando las semanas, las visitas se iban haciendo más irregulares; a su hijo Tulio, hubo que internarlo en una clínica para alcohólicos, luego de que perdiera todo en las apuestas. La única que vivía junto a ella era Linda, que había tomado las riendas del hogar con la misma abnegación que lo hiciera su madre por años, bueno ella y Polita que a golpes y equivocaciones tuvo que aprender a administrar la panadería, ya que su hijo Audifaz se había convertido en un completo aragan, mantenido por su nuera y nieto.

Hacia ocho meses su hijo Eugenio, había ido a la cocina a calentar un poco de leche para poder dormir y olvidado cerrar la llave del gas, más tarde, Blanca, iría a encender una veladora sin darse cuenta que la habitación estaba llena del gas proveniente de la estufa. La explosión sólo se limitó a la cocina y parte de la sala pero mató a Blanca de manera instantánea y a Eugenio lo envió grave al hospital. Aquella noche, nadie en el edificio dormiría. Eugenio se fue a la mañana siguiente, luego de una dolorosa agonia y con la culpa de que el había sido el causante de la muerte de la mujer que más había amado.

Pancho López, en honor a la gran amistad que cultivo en poco tiempo con Blanca, se encargo de cubrir los gastos del sepelio, y la reconstrucción del departamento. El único obstáculo que encontró fue el orgullo de Juan Pablo que se oponía a aceptar dinero del excentrico inquilino. Al final, logró convencer al que luego se convertiría en su mejor amigo. Pancho no había escatimado en gastos, cambió todas las estufas del edificio por modernas estufas de inducción, el contraste entre el aparente descuido en el que se hayaba el edificio y lo moderno de las cocinas llamaba mucho la atención.

Linda estaba de pie frente a la estufa concentrada en que no se le quemaran los huevos revueltos que le preparaba con  entusiasmo a su abuela.
--Abuelita, buenos días, siéntate, tus huevos no demoran-- la había oido llegar, nadie a parte de ella arrastraba los pies en aquel departamento; ambas vestían de negro. Imelda, había declarado un luto riguroso e indefinido y Linda, la más rebelde de sus nietos, lo había tomado sin chistar. Aquella chispa que la caracterizaba parecía haberse extinguido con la explosión e Imelda lo había notado. Eso la preocupaba, sabía que ya no le quedaba mucho tiempo y si su nieta seguía así, encerrada en aquellas cuatro paredes, se quedaría sola en ese enorme departamento lleno de fantasmas del pasado. Quería que su nieta tuviera más familia. Que la acompañaran cuando ella no estuviera.

Dentro de poco su hermano llegaría con Julieta y su nieta Blanquita, hoy la infante se quedaría con ellas y después del colegio traerían a David. Por lo menos con ellos, regresaba un poco la alegría de antaño.

Todo era silencio aquella mañana soleada, hasta que los gritos y lloriqueos de un niño provenientes del pasillo llamó la atención de las dos mujeres. Linda, dejo los dos platos en los que llevaba el desayuno en la mesa y acompaño a su abuela hasta la puerta. La situación afuera no se escuchaba muy bien.

Al salir vieron a Pancho llevando a un lloroso Temo de los cabellos, mientras lo insultaba.

--¿Qué le haces al niño, energumeno?-- gritó la mujer mayor con aquella voz rasposa que la caracterizaba --¡Sueltalo, Pancho o te la verás conmigo!-- se sentía furiosa --mira como tienes al pobre muchacho.

--¡Pancho, suelta a Temo!-- le gritó Linda sin saber que hacer,Pancho, en ese estado, parecía más enorme, más amenazante.

--¿Pero qué ocurre?... Pancho nooo-- apareció Polita por la escalera curiosa por el escándalo que había esa mañana en el edificio. Su instinto como madre, al ver la escena, fue abalanzarse sobre Pancho e intentar hacer que soltara los cabellos del niño.

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