ANDRÉS

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Este es el tercer capítulo de los tres publicados entre ayer y hoy si no has leído los anteriores, ¡correle que esperas!

Los Amantes

--Sujétense --advirtió Gabriel antes de pisar a fondo el acelerador, el pequeño vehículo golpeo con fuerza la estructura oxidada, arrancándola de sus goznes y lanzándolas lejos.

--¡Daniela te va a matar cuando se entere! --dijo Aristóteles, con una sonrisa, entre divertido y aterrado.

Mientras eso ocurría en Oaxaca, en la Ciudad de México el destino terminaba de mover sus fichas sonriendo divertido.


<<Necesito verte. ¿Dónde estas?

¿Q quieres? ¿Ya no hemos causado tantos problemas?>>

<<Por favor, es importante

...>>

<<😔😔


Esta bien 😒 pero eso es chantaje>>

<<Te espero en el departamento en una hora

Crees que no tengo nada que hacer>>


<<Te repito, es urgente


Ok, ok veré cómo le hago>>

*****

Andrés Cervantes pidió el resto de la tarde libre ese día, había regresado a trabajar con Ubaldo, luego de que el cadáver de Diego apareciera, no podía hacer más nada que refugiarse entre la montañas de documentos que se habían ido acumulando desde que decidiera ir a Oaxaca. Tener la mente ocupada en otra cosa lo ayudaba a olvidar el hecho de que no volvería a ver a Diego revolotear por su pequeño escritorio desconcentrándolo, con sus interminables monólogos sobre moda, del chico que le gustaba tanto y que había resultado ser él o de cualquier tema sin sentido que se le ocurriera en el momento. No lo volvería a cachar viéndolo de forma extraña y que se debía a que estaba enamorado de él. Trabajar lo ayudaba a pensar menos en la culpa que sentía, porque si el no hubiera sido tan imbécil, Diego estaría revoloteando al rededor de su pequeño escritorio, hablando sin parar.

Salió del edificio de oficinas donde Ubaldo tenía su centro de campaña y que ahora sería donde se planificarían sus próximos años de gobierno. Caminó encerrado en la pequeña burbuja personal que le proporcionaban sus audífonos y la música que reproducían, aunque tampoco le prestaba atención por ir inmerso en sus propios pensamientos,  sin prestar atención a lo que lo rodeaba, simplemente Diego se había llevado la luz de sus días, se sentía vacío, gris, incluso había dejado de componer. Sin darse cuenta había llegado al parque cerca del edificio al que se dirigís ñ, asegurándose a penas que podía cruzar las calles sin que fuera arrollado por algún vehículo; podía ocurrir el apocalipsis y no se hubiera dado por enterado.

En su mente no dejaba de pensar en que era tan urgente para hacerlo ir hasta el departamento. Se había jurado no volver ha hacerlo como muestra de respeto a la memoria de Diego pero aún así iba nuevamente en esa dirección.

Llegó al edificio casi media hora después de lo acordado, la estructura era sencilla, balcones poco espaciosos, ventanas angostas, pintado de verde a los lados y una franja color ladrillo justo en el centro; no estaba ubicado en una zona tan lujosa ni transitada por lo que cumplía con lo necesario para sus encuentros furtivos. Saludó tranquilamente al portero del edificio al entrar, era un señor bajito, de edad avanzada, con a penas unas motas canosas en los costados de su cráneo, tan discreto que jamás lo había cuestionado sobre lo que hacía o a quien visitaba, aunque de seguro podría adivinar a que era a lo que solía ir.

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