DANIELA

207 26 7
                                    

Los trillizos

Dani sintió la primera contracción cuando Gabriel estaba en la ducha, en su ignorancia de madre primeriza pensó que había sido un retorcijón en el estomago recordándole que no había ido desde el día anterior al baño. Apuró a Gabriel, mientras, le servía el desayuno, huevos revueltos con bastante chile para él y los suyos a penas con una pizca de sal, debido al embarazo sufría a diario de acidez; tostadas para ambos y café con leche y té de manzanilla para ella. Corrió al baño en cuanto escuchó a Gabriel abrir la puerta y sin tanto protocolo se subió el largo camisón de pijama, se bajó las braguitas y se sentó, estuvo largo rato así, estudiando por separado cada baldosa del baño que podía ver desde su posición --"no debí de haber dejado el celular en la cocina" --pensó aburrida.

--¿Estas bien, Oso? --preguntó Gabriel del otro lado de la puerta, claramente preocupado al ver que no salía.

--Si, tranquilo, Oso, falsa alarma --respondió antes de levantarse para salir.

La segunda contracción la sintió minutos después, cuando llegaban al edificio. --Los huevos me debieron de haber caído mal --le explicó a Gabriel, cuando la volteó a ver asustado. La panza era cada vez más grande, y bajarse del coche era un verdadero reto para ella. Le hubiera gustado quedarse en su hogar pero estaba muy cerca de la fecha de parto y por exigencia de Gabriel, debía quedarse con Linda y su tía Amapola hasta que él regresara. Desde que su panza había comenzado a crecer y se había convertido en un estorbo para trabajar en sus alegrijes, había cambiado la madera, el martillo y los tornillos por una canasta repleta de agujas, carretes de hilo y madejas de lana de distintos colores.

Debía meter sus hinchados pies en agua tibia dos veces al día y mirar lo rellenita que se había vuelto durante esos meses en el espejo la hacía sentirse fea. A pesar de que intentaba no desconfiar del amor de Gabriel, la duda de que alguna chica con mejor cuerpo podía comenzar a llamarle la atención no dejaba de rondarle la cabeza, aún así Gabriel, en el poco tiempo que compartían al día, se desvivía por consentirla y mimarla.

Gabriel entró nuevamente al departamento con su canasta de costura, seguido de Aristóteles y Andrés, que para ese entonces ya había sido adoptado por la familia a pesar de las constantes advertencias de su primo Aris que seguía sintiendo que ese chico de hermosos ojos y bella voz escondía un oscuro secreto.

****

--¡Vamos, primo, Andy es un buen chico! --solía decirle a Aris cuando hablaban sobre su nuevo amigo --¿No será que comienzas a sentirte atraído por él? --le preguntó una vez inocentemente.

--¿Pero qué dices Dani? --respondió molesto --mi corazón le pertenece sólo a ¡Temo! --dijo remarcando con otro tono distinto el nombre del chico que amaba, para recalcar que esa opción era imposible.

*****

Daniela resistiría cada una de las siguientes contracciones con la misma tenacidad con la que su abuela Imelda había sacado a sus tres hijos adelante, cuando Canuto los abandonó, siendo estos aún unos niños. Había adivinado que el parto se acercaba después de la quinta contracción, por lo que no decidió decirle nada a ninguna de las mujeres que la acompañaban esa mañana hasta que Gabriel estuviera de regreso.

No quería interrumpir con la búsqueda, sabía muy bien que era de vital importancia para su primo encontrar a Temo, de todos ella era la más cercana a Aris, y por consiguiente la única que sabía que detrás de aquella hermosa sonrisa, de aquel fantástico optimismo, había una gruesa y espesa masa de tristeza y temor.

AdicciónWhere stories live. Discover now