ARISTÓTELES

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Guido a secas.

Una semana después de la aparición del cadáver...

Aquella mañana, Aristóteles iba pensativo, mirando a través de la ventana del taxi, iba arrinconado justo detrás del asiento del conductor, intentando escapar de la intensidad de los rayos del sol que a esa hora de la mañana se colaban por la otra ventana. Al llegar a su destino, descendió del vehículo y estuvo de pie ante el enorme edificio de aspecto tétrico y es que aquella edificación desentonaba completamente con la arquitectura del resto de los edificios de Oaxaca, la cubierta de hollín y moho negro le conferían a las blancas y frías piedras con la que había sido edificado, un aspecto más antiguo y de abandono; las enormes gárgolas que como inmóviles guardianes, observaban mudas, desde la parte más alta del tejado, a los transeúntes, con sus gestos y poses grotescas, le daban a la enorme mole de piedra un aspecto de mansión embrujada.

Subió los escalones en dirección a la puerta, flanqueada por dos enormes leones echados, con las fauces abiertas, y con solo poner los pies en el primero de ellos, sintió el cambio en el ambiente, sin duda ese edificio era un lugar lúgubre, incluso en ese escalón el sol parecía brillar un poco menos. Se detuvo ante la puerta donde colgaba un pequeño letrero que decía "abierto" con letras azules y que colgaba al otro lado del vidrio; giró la manija y empujó sin lograr abrirla.

Estuvo unos segundos así, luchando contra la puerta sin lograr abrirla, cuando, sintió que alguien desde adentro tomaba la manija y con un suave movimiento la puerta fue empujaba hacia él. Solamente en ese momento leyó el letrero que decía "hale" a un costado de la manija.

--No te preocupes, no eres al único que le suele pasar --escuchó decir desde el interior a quien de seguro le había ayudado a abrir la puerta. Era un tipo alto y macizo, supuso que así deberían de ser todos los demás guardias que trabajaban en ese asilo. Amablemente lo guio hasta una pequeña oficina que supuso era la recepción. Era bonita y de un color malva que rompía con el blanco del resto de las paredes del edificio. En el escritorio habían dos jarrones con dalias frescas, la claridad entraba por una enorme ventana que debía mirar hacia el patio interno del edificio.

--¡Hola! --dijo por fin luego de analizar cada parte de la pequeña pero acogedora oficina, llamando la atención de la mujer sentada detrás del escritorio.

--¡Vaya! Pero que hermosura nos ha traído el día --la regordeta mujer de cabello corto dijo después de levantar la vista y verlo de pie sin saber que hacer --pero siéntate, siéntate --lo apremio, mientras, le señalaba las sillas que estaban delante del escritorio --¿en que te puede ayudar la tía Aura? --aquella mujer era de verdad empalagosa, y eso tenía en cierta medida incomodo a Aristóteles.

--Ve-vengo a-a ver a mi papá --dijo entre apenado y presa del pánico. Sería la primera vez que vería a su padre, desde los hechos de la funesta tarde en la que intentara matar a Temo, a su abuela y a Gabriel.

--¡Oh cariño! --contestó apenada la mujer --¿Cuál es su nombre, corazón? --preguntó mientras, la veía teclear en su computadora.

--Audifaz Córcega...


Hacía dos meses atrás había comenzado a sospechar que su abuela traía algo entre manos y no eran precisamente los hilos y las agujas con la que tejía su nueva mortaja.

Había notado que la señora salía todos los miércoles y sábados muy temprano en la mañana, no le decía a nadie a donde iba, pero tanto Linda como Daniela, imaginaban que iba como todas las mañanas al negocio que compartía con Crisanta pero en más de una ocasión había visto como el taxi que tomaba su abuela se dirigía en la dirección opuesta; despertando así su curiosidad.

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