ARISTÓTELES

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Un año y tres semanas antes...

Aristóteles se había quedado dormido en el sillón, donde su tía Susana lo había hecho recostarse. Aquella elegante mujer, de la cual apenas conocía su nombre, no sólo le había permitido recostar su cabeza sobre sus piernas, si no que también, le había acariciado sus rizos, mientras lo arrullaba como a un bebe, hasta que el llanto y el sueño pudieron con él, o tal vez había sido el té que lo había ayudado a relajarse al grado de quedarse dormido al poco rato y ni siquiera darse cuenta del momento en que Susana lo dejo sólo.

Cuando despertó a la mañana siguiente, producto de las risas de las calcomanías, sebas y de su hermanito, que ignorantes a todo lo que ocurría correteaban felices en el enorme patio de aquella lujosa casa.

Los observó a través de la enorme ventana de vidrio de la sala de estar, algo envidioso por la felicidad que su niñez les regalaba, ajenos a todo el drama que de seguro ocurría no sólo en el edificio Córcega. Se mantuvo de píe ante la ventana siguiendo el corretear de los niños hasta que a sus oídos llegó el sonido inequívoco de la voz de su madre proveniente de la cocina, sin dudarlo y sin saber si había elegido el camino correcto se dirigió en busca de la mujer que le había dado la vida.

Al verla parada frente a la enorme isla no pudo más que preguntarse como ella, siendo una mujer tan alegre, llena de energía y con tantas ganas de salir adelante, había terminado con un hombre tan diferente a ella como lo era su padre. Un hombre que la había hecho menos por años, ahora, a sus casi diecisiete años, entendía que tanto ella como él mismo habían sido victimas de maltrato psicológico de parte de su padre durante mucho tiempo.

Por muchas noches se había lamentado no ser el hijo que su padre tanto había deseado, no poseer su amplio vocabulario, ni tener una respuesta a cada una de sus inquietudes, lo peor fue darse cuenta de lo torpe que era en el colegio y lo difícil que se hacía año con año pasar de nivel, y es que por más que intentara  memorizar cual era el número atómico del Estroncio, al día siguiente ya no recordaba que significaba la "S" en la tabla periódica.

Tantas veces escuchó a su padre pedirle a su madre que no opinara en "X" tema por que ella no sabía sobre eso o por que era muy torpe para hacerlo; o las veces que la culpaba a ella por heredarle su torpeza a su hijo y que de seguro el verdadero Aristóteles debería de estar revolcándose en su tumba, allá donde estuviera enterrado, por compartir el nombre con alguien tan corto de mente como su hijo.

La gota que derramó el vaso y por la que escapó de su hogar hacía ya una año, no sólo fue por que Audifaz lo comparara constantemente con su primo Robert, ni siquiera fue por que le comenzara a exigir más, debido a que según él tenía que ser mejor que su primo, la verdadera y única razón fue que le había escuchado rezar a su degenerado dios, porque su concepto de deidad distaba mucho de la deidad misericordiosa de la que escuchaba hablar a su abuela, pidiéndole que su hijo Arquímedes no se pareciera en nada a él.

Tuvo que pasar un tiempo para que se diera cuenta que todos esas palabras sabías que solía utilizar su padre no eran más que falsa sabiduría, ignorancia disfrazada con palabras rebuscadas, machismo disimulado con aquella tenue comprensión y lo peor, aquella homofobia mal disimulada y estúpidamente basada en su irracional y desquiciada interpretación de su fe.

No había otra explicación, Audifaz había tergiversado todo, lo que debería haber sido un mensaje de amor y paz, de comunión y esperanza; lo había convertido en un discurso lleno de odio y resentimiento. Donde su único objetivo había sido arremeter contra su Temo, a quien culpaba por todo lo que había estado ocurriéndole a su familia; sin detenerse a analizar que todas y cada una de las desventuras y tragedias que habían estado ocurriendo, no eran diferentes a las desventuras y tragedias que solían vivir otras familias.

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