Capítulo 37

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Me quedo sentado, escuchando la conversación que Dalia mantiene a duras penas con Leonardo, no parece estar de humor para verle allí parado. Es más, toda la atmosfera divertida, se apagó tan rápido como soplar un cerillo. Con la cara que tiene ella parece estar tragando ácido de batería o algo peor.

—Tienes que escucharme —pidió Leonardo.

Metí un último bocado de comida a mi boca antes de levantarme y situarme en la esquina que da a la puerta principal para asegurarme de que todo vaya bien.

—No puedo dejar que se vaya así —aseguro Leonardo con la voz inestable.

Si alguien me observara desde otro lugar, seguramente pareciera que estoy disfrutando del drama mientras me deleito con la comida. Algo como ir al cine y comer palomitas de maíz mientras la película llega al clímax, pero la realidad es otra, aborrezco la situación. Primero, porque al fin fluía una conversación entre Dalia y yo. Y segundo, porque la sonrisa que tenía ella se borró.

—Se fue —Dalia acentuó lo más que pudo cada sílaba—. No eres el único que quiere saber qué sucede —espeto con cansancio—. No sé qué paso entre ustedes, pero lo que ella tiene de dulce, lo tiene de decidida y ya decidió irse. Tal vez deberías hacerte a la idea de que cuando regrese, seas invisible para ella.

Qué miedo dan las mujeres enojadas...

—¡Tal vez fui un imbécil! Pero no saques conclusiones... —dijo Leonardo haciendo que toda mi atención vaya a él—. ¿Vale? —Sus manos se tensaron, probablemente de la frustración.

Anubis se posicionó a mi lado con una seriedad que nunca le había visto antes.

—Pero no puedes juzgar la situación sin siquiera saber nada —increpo Leonardo.

—Entonces... Ya que no se nada, ¿por qué no te vas con tus problemas a otra parte? —cuestiono ella recostándose contra una de las paredes—. ¿Esperas que te tenga qué? ¿Lástima? ¿Por qué? No sé lo que paso, no voy a entender tu insistencia, así que mejor vete —suspiro—. Si ella quiso irse y desaparecer unos meses. Simplemente, déjala ser —pronuncio con autoridad—. No vengas a llorar aquí, ni a buscarla, porque no está.

—Y qué... ¿Echo raíces en una silla mientras ella se va a vivir su vida a otro lugar sin saber si realmente volverá? —espeto con sarcasmo Leonardo.

—Podrías intentarlo, tal vez te veas mejor como árbol —ironizo Dalia—. Puedes hacer lo que desees, puedes esperarla o irte a buscar a alguien más para pasar el rato, pero ya que llegaste canturreando que necesitas hablar con ella. ¿Por qué no podrías esperarla? ¿Acaso no hay algo que le quieres decir?

Leonardo arrugó su ceño y apretó los labios, la observo entre aturdido y enojado, no dijo nada, simplemente guardo silencio durante unos largos segundos, para luego dar media vuelta sobre su eje y caminar hacia el ascensor. Dalia cerró la puerta y camino de regreso para sentarse frente a mí.

—Vaya... —Di un silbido—. Es una forma efectiva de concluir una discusión —aseguré.

—Se me quito el apetito —murmuro moviendo su comida ya fría o al menos lo que quedo de ella—. ¿No crees que deberías ir a casa?

—No, estoy bien aquí —aseguré recogiendo ambos platos y dejándolos a un lado del lavabo.

—¿No vas a comentar más nada? —Me observo con curiosidad.

—A ver... ¿Qué esperas que te diga? —Volví a tomar asiento para estudiarla con la mirada.

—No lo sé ¿Qué soy cruel? ¿Una víbora? —murmuro algo cohibida haciéndome reír.

Una tragedia nombrada vida │ST 1│Where stories live. Discover now