Capítulo 18

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Salí de mi apartamento para trotar o a intentar hacerlo, colocándome lo más cómodo del armario; un pantalón deportivo y una camiseta sin mangas, más los zapatos deportivos que me regalo mi madre. No correré durante mucho, solo algunos minutos para calentar y luego ir al gimnasio, pero antes que todo pasaré a desayunar a la panadería Danubio.

Así que, con mi ruta para correr ya trazada, el camino se hizo corto.

Es un lugar pequeño, pero bastante concurrido. El mismo lugar donde le tire el café a Dalia, parece ser que ella también lo visita con frecuencia, no es de menos; sus desayunos son de los mejores. Además, que es un sitio bastante tranquilo, muchos solo lo visitan para sacar estrés—como yo—pero por lo general es la comida lo que llama a los clientes.

Entre al establecimiento, el dueño se encuentra atendiendo en la caja. A las demás personas que trabajan aquí solo los conozco de vista, van de un sitio a otro tomando órdenes o llevando comida.

—Carter —Me saludo Alonzo.

El hombre detrás de la caja registradora, su piel algo tostada y con pequeñas arrugas por la edad, se estiró en una sonrisa, sus rasgos definidos y ojos oscuros tienen un aspecto alegre.

—Alonzo —Lo saludé de igual manera.

—¿Cómo vas con eso? —cuestiono señalando de reojo mi brazo amputado, con su nariz bastante definida y algo alargada.

—Supongo que normal —suspire—. Aún no puedo creer que incluso tú sabías todo sobre lo de mi ex —murmure entre dientes.

Él sonríe.

—Amigo, tu familia está en el ojo del huracán desde que tuvieron éxito, pero más con todo el drama del accidente. Sin ese accidente y el drama de tu ex, seguirían siendo solo la familia «dueña de una inmobiliaria» —afirmo él—. Son comidilla de los medios, como casi todas las familias «influyentes» de aquí. No deberías darle tanta importancia, los chismes son solo eso.

—Es fácil decirlo —Me froté el puente de la nariz.

Él me señaló a un lado del mostrador una bolsa de papel marrón.

—¿Cómo puedes aprenderte lo que a tus clientes les gusta?

—Tú —Me señalo—. Tienes casi tres años viniendo aquí solo o con conocidos y casi siempre es lo mismo. Un café Latte o un Expreso, dependido de tu estado de ánimo. Y lo demás es una empanada o un croissant. Eres demasiado obvio.

—No inventes —reí divertido—. ¿Acaso haces eso con todos?

Él se encogió de hombros.

—Necesitas otro hobby —Le pasé mi tarjeta—. Si algún día mis hijos vienen aquí, no los asustes adivinando lo que quieren.

—No lo haré, es una costumbre del oficio. Las personas que atienden aquí también suelen memorizar los rostros de los clientes frecuentes, no es para tanto —aseguro devolviéndome la tarjeta junto al papel de factura—. Nos vemos otro día, sigue con el ejercicio —empezó a toser—. Y busca un trabajo, el dinero en tu tarjeta no será eterno.

—¿Crees que alguien me contrate? —pregunte.

Él se encogió de hombros.

—Tocar una puerta no significa que se abrirá —respondió mientras me hace una seña para que me aparte y deje pasar a los demás clientes.

Abrí la bolsa de camino al gimnasio. Con la prótesis me siento un poco más completo, pero con un solo brazo la gente me dirige algunas miradas desagradables, por suerte ya he aprendido algunos trucos para abrir una bolsa como la que llevo en mi mano. Aun así, decidí sentarme al inicio de una escalera de un edificio público; adentro de la bolsa hay una empanada, un café con la palabra Latte en el envase y un pastelillo—que no pedí, pero me regalo—con la palabra «serenidad» escrita con algún tipo de jalea dulce.

Una tragedia nombrada vida │ST 1│Donde viven las historias. Descúbrelo ahora