¿Mujer o ratón?

954 71 3
                                    


Jade se detuvo delante de un escaparate y pensó que Perrie debía de estar en Londres por la misma razón por la que estaba su abuelo. Había leído en la prensa que se iba a producir una reunión de magnates griegos con intereses en negocios británicos. Al contrario que Leonard, Perrie tenía unas grandes oficinas en la City, donde debería estar en ese mismo momento.

¿Qué tenía ella que perder? Perrie seguía soltera. Y Leonard Thirllwall nunca bromeaba con el dinero. Su abuelo pagaría millones de libras por verla casada con Perrie Edwards. Las personas no contaban para nada en eso, lo primero era unir los dos enormes imperios económicos. Y con eso, incluso ella podía ser capaz de hacer la última oferta. ¿Estaba loca? No, se lo debía a su madre. Norma había sacrificado mucho por ella.

Miró su reflejo en el escaparate. Una mujer morena de altura media, con una falda gris y una chaqueta vieja. Incluso con lo poco que comía, nunca sería delgada. Debía de haber heredado sus generosas curvas de su padre, ya que su madre era muy delgada. Bueno, pero valía su peso en oro, se recordó a sí misma. Y, si había algo en lo que Perrie sobresaliera, era en su capacidad para aumentar sus ya importantes riquezas.

****

Perrie estaba planeando un gran trato.

Había ordenado que no le pasaran ninguna llamada. Así que, cuando llamaron levemente a la puerta de su despacho, miró irritado a su ayudante británico, Claudimar, cuando se acercó y le susurró algo al oído.

—Lo siento, pero hay una mujer que pide verlo urgentemente, señora.—

—He dicho que no quiero interrupciones, sobre todo de mujeres.—

—Dice que es la nieta de Leonard Thirllwall, Jade. Pero la recepcionista no está convencida de que sea cierto. Supongo que no lo parece, señora...—

¿Jade Thirllwall? Perrie frunció el ceño. Ese nombre aún despertaba en su interior una cierta ternura a la vez que rabia. ¿Cómo se atrevía esa zorra a pretender verla?

Se puso en pie repentinamente, y todos los demás hicieron lo mismo.

Se acercó a los ventanales y pensó que Leonard le había dicho que nunca la perdonaría, y era un hombre de palabra.

Incluso en esos momentos Perrie se estremecía al recordar la humillación que había sufrido al verse enfrentado públicamente con el hecho de que su novia, supuestamente virginal, había salido de su coche con un amigo borracho y se había acostado con él. Era asqueroso. De hecho, solo recordarlo le hacía lamentar el no haber tenido la oportunidad de castigarla como se merecía.

—¿Señora....?— Perrie se volvió.

—Que espere.— Su ayudante contuvo la sorpresa con dificultad.

—¿A qué hora le digo a su secretaria que la verá?—

—Deje que espere.—Mientras pasaba la hora del almuerzo y empezaba la tarde, Jade era consciente de que alguna gente pasaba con sospechosa lentitud por la zona de recepción y la miraba extrañada.

Mantuvo la cabeza alta aparentando indiferencia. Se dijo que había logrado entrar y que iba a aprovechar su oportunidad. Perrie no se había negado a verla. Después de todo, tenía que intentarlo, ella era su última oportunidad y tenía que tragarse el orgullo.

Justo antes de las cinco, la recepcionista se levantó de la mesa y le dijo:

—La señora Edwards ha abandonado el edificio, señorita Thirllwall.— Jade se puso pálida. Luego recuperó la dignidad y se levantó.

Mientras bajaba en el ascensor, decidió que al día siguiente haría lo mismo. Y al otro. Todos los días que fueran necesarios.

En el autobús, pensó que Perrie ya no era la guapa adolescente de la que una vez se había enamorado. Ahora era ya una adulta. Como su abuelo, no debía ver la necesidad de justificar su propio comportamiento. No le habían dicho que no la atendería. La había dejado concebir esperanzas. Eso había sido algo cruel, pero ella debería haber estado preparada para esa táctica.

***

A la mañana siguiente, Jade tomó posiciones en la sala de espera de las oficinas de Perrie tres minutos después de las nueve en punto.

Pidió verla como el día anterior y la recepcionista no la miró. Jade se preguntó si ese sería el día en que Perrie perdiera la paciencia y haría que la echaran del edificio.

A las nueve y diez, Claudimar Nieto se acercó a Perrie, que, como siempre, había empezado a trabajar a las ocho de la mañana.

—La señorita Thirllwall está aquí de nuevo hoy, señora.— Perrie se tensó casi imperceptiblemente.

—¿Tiene el archivo Tenco? —le preguntó Perrie como si el otro no hubiera dicho nada.

***

El día continuó con Jade esperando que su humildad impulsara a Perrie a dedicarle cinco minutos de su tiempo. Para cuando terminó el día, la recepcionista le dijo de nuevo que Perrie se había marchado y ella experimentó semejante oleada de frustración que hubiera querido gritar.

***

Al tercer día, Jade deseó haberse llevado unos sándwiches de casa, pero eso habría despertado las sospechas de su madre.

Sorprendentemente, a mediodía, cuando volvió de una visita al cuarto de baño, se encontró con una taza de té y tres pastas esperándola. Sonrió y la recepcionista la miró conspirativamente. Para entonces, ella estaba convencida de que todo el mundo había pasado por allí para echarle un vistazo. Todos menos Perrie.

A las tres, cuando ya había desaparecido lo que le quedaba de paciencia, la desesperación empezó a apoderarse de ella. Perrie volvería a Grecia pronto y quedaría aún más lejos de su alcance. Tomó una decisión repentina y se levantó. Pasó por delante de la mesa de recepción y empezó a caminar por el corredor que daba a los despachos.

—¡Señorita Thirllwall, no puede pasar ahí!—le gritó la recepcionista.

Pero ella sabía que, hiciera lo que hiciese, ya estaba perdida. Obligar a Perrie a enfrentarse a ella no era lo más adecuado. A Perrie no le gustaba que nadie se enfrentara a ella. Podría reaccionar como alguien de las cavernas.

Cuando estuvo delante de una de las puertas, unas manos masculinas la sujetaron por los brazos.

—Lo siento, señorita Thirllwall, pero nadie entra ahí sin permiso de la jefa —dijo una voz con acento griego.

—Damianos... —dijo ella reconociendo la voz del guardaespaldas de Perrie—. ¿No podría mirar para otro lado solo por una vez?—

—Vuelva a casa, por su abuelo. Por favor, hágalo antes de que se la coman viva.

Damianos dudó un momento y, sin pensarlo, ella aprovechó la oportunidad. Se soltó de repente y entró por la puerta.

Perrie se levantó sorprendida de detrás de su mesa.

Jade supo que tenía solo un segundo antes de que Damianos volviera a intervenir.

—¿Eres una mujer o un ratón que no se atreve a enfrentarse a su ex? —le espetó.

Appearances|| Jerrie ✔️Where stories live. Discover now