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El tatuado era arrastrado salvajemente por el fuerte caudal, mientras las rocas lo golpeaban con ímpetu. Aunque intentaba recuperar su flotador con gran desesperación, la corriente se lo impedía. Su cuerpo era arrastrado a voluntad del Santuario, quien lo sumergía varias veces y lo volcaba como un trapo viejo.

Sonrisas y Tristán seguían en su forcejeo, ignorando el peligro que atravesaba El Lojano.

–¡Maldición! –protesté, al ver como su rivalidad era más fuerte que su sentido común.

Las personas a mi alrededor miraban con espanto y algunos intentaban ayudar, pero tenían tanto miedo que sus músculos se encontraban paralizados.

Un poderoso remolino sacudió a los dos últimos de la superficie en el tramo infernal, y el salvavidas de Tristán se desprendió de él, sujetándose en el de su enemigo.

–¡Suéltame, maldita sea! –protestó el trigueño, tratando de liberar el agarre del pequeño simplón. Tristán se aferraba al flotador de Sonrisas con desesperación, sabía que si se soltaba sería su fin. Por su parte, el arrogante más grande de la historia se encontraba demasiado cerca de la isla, un poco más y podría alcanzar a Kikis.

–¡D-derríbalo! –ordenó El Lojano, ante la sorpresa de todos. Aun con su cuerpo siendo revolcado por la corriente, tomó un gran respiro para soltar ese poderoso rugido–. ¡A-ahora! –añadió, ingresando una gran cantidad de agua en su cuerpo.

Ese idiota era realmente sorprendente...

El mandato del tatuado fue obedecido por Tristán, quien balanceaba todo su cuerpo sobre el frotador para desestabilizarlo.

–¡Maldición! –reclamó Sonrisas, golpeando las manos del simplón. Aun así, él no cedía su agarre, quería verlo siendo revolcado por las peligrosas rocas, y no se daría por vencido tan fácilmente. Pero en ese momento...

"No... No..." Mi mente estaba desconcertada y mi cuerpo sentía un escalofriante miedo.

–¡Cuidado! –gritaron algunos con horror, pero los rivales estaban tan concentrado en su asunto que lo ignoraron por completo. Sus miradas se enfocaban entre ellos, luchando por salir victorioso en su disputa. Tristán trataba de volcar a su enemigo, mientras que Sonrisas estiraba sus manos hacia la orilla de la pequeña isla, tratando de alcanzarla.

–¡Detrás de ti! –alertó el chico púas, señalando el peligro con su mano.

–¡Tristán! –rugió una alarmada voz sin poder identificar su proveniencia.

–¡Sonrisas! –gritaron otros.

–¡Cuidado! –bufó El Lojano con terror. En serio..., el tatuado en semejante situación y aún era capaz de preocuparse por lo demás. Alucinante...

–¡Sonrisas! –soltó un desgarrador grito desde el otro lado. Kikis estaba lleno de pánico y no podía ocultar el miedo que recorría sus venas–. ¡Tristán! –añadió, siendo lo último que escucharían.

Ambos voltearon por inercia al escuchar la desesperación de Kikis y sus ojos se abrieron desorbitadamente. Detrás de ellos se mostraba una gigantesca roca que apenas sobresalía a la superficie. El problema no era el tamaño de esa piedra, sino su enorme contextura, que impedía el paso del agua. La corriente se desviaba hacia el otro lado, donde El Santuario arrastraba al Lojano, siendo el único camino posible por donde el caudal podía avanzar. La descomunal roca interrumpía la corriente y ninguna partícula de agua podía atravesar esa maciza muralla. Sin embargo, ellos estaban tan al borde como para tener tiempo a desviarse, su única salida era atravesar el gran peñasco por encima, donde les esperaba una caída de más de un metro al otro lado.

Without ColorsWhere stories live. Discover now