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–Ya no aguanto más... –repitió, llorando desconsoladamente.

–Fiorelha... –susurré, antes de lanzarme a ella y estrujarla entre mis brazos. Mi amiga estaba destrozada, pendiendo de un hilo entre la vida y la perdición. Cualquier acto mío podría ser crucial en sus decisiones. Darme cuenta de aquello hizo que me atormentara. ¿Cómo no pude notar todo lo que estaba pasando ella? ¿Cómo pude ser un pésimo amigo? Y lo peor de todo... ¿Cómo pude tratarla como un completo idiota cuando más me necesitaba?

¡Maldita sea!

–¡Estoy harta de todo! –chilló en mi hombro. Yo trataba de tranquilizarla, acariciando su larga cabellera con delicadeza. Me sentía fatal pero no podía permitirme echarme a llorar, tenía que ser fuerte por ella. Contuve mis lágrimas y la reconfortaba en mis brazos poco a poco. Ella gemía sin parar, con la respiración entrecortada. La niña que dormía en ese cuerpo de mujer había salido a flote y se había descontrolado. Aparté su rostro y llevé mis manos sobre sus mejillas.

Las lágrimas la empapaban y por más que yo intentara removerlas no podía limpiar su rojizo e hinchado rostro. Sus labios parecían como dos enormes fresas y la punta de su nariz como un tomate.

–Cuéntame todo, por favor –supliqué, combatiendo contra el dolor que sentía en mi pecho–. Haré lo que sea para que te sientas mejor... ¡Lo juro! –fingí una sonrisa.

Ella intentó calmarse para poder hablar. La ayudé a tranquilizarse, haciendo que respirara lenta y profundamente. Cuando al fin pudo recuperar la postura, me contó toda su realidad. Conversamos por horas, sin notar que el tiempo transcurría de prisa. Cuando me di cuenta ya había amanecido.

Le di un último abrazo y la besé en la mejilla para despedirme. No quería soltarla, sentía que si lo hacía se iba a ir para siempre de mi lado.

–Todo estará mejor, ya lo veras –Le susurre en el oído sin dejar de abrazarla. Ella no dijo nada, solo me apretó con más fuerza. Fue difícil soltarla, pero debía hacerlo...

Salí del hospital con el cuerpo hecho añicos y la mente a punto de estallar. Tomé un taxi de regreso a casa, y apenas llegué, me tumbé en lo que parecía la cama más suave del mundo. Creo que no pasó ni un solo minuto cuando me quedé profundamente dormido, soñando miles de cosas, para no decir pesadillas...

Desperté al día siguiente con el corazón agitado y el cuerpo sudado. ¡Sí! Dormí un día completo... Todos mis músculos temblaban y sentía un miedo terrible sin saber el motivo. Simplemente estaba horrorizado. Recordé todo lo relacionado con Fiorelha y quise engañarme de que se trataba de una terrible pesadilla. Pero no pude... Tenía que enfrentarme a la realidad, ella había intentado quitarse la vida y se encontraba en un abismo sin salida.

Levanté mi mano con pereza para tomar mi celular y revisar la hora. Era las 2 p.m. del sábado. No podía creer lo mucho que había dormido, y aun así me sentía con el cuerpo molido. Pasé todo el fin de semana dentro de casa, sin salir una sola vez a menos que no haya sido para ir a la tienda. La música de mi celular sonaba lo más alto posible y así pasó todo el tiempo durante esos dos días. Trataba de distraer mi mente lo mejor que podía pero era imposible dejar de pensar en Fiorelha, en su situación, en lo que estaba viviendo...

Los días pasaron volando y cuando menos me di cuenta ya era lunes por la noche. No había ido a clases en todo el día y Fiorelha tampoco. La visité varias veces a su casa, con el miedo de volver a repetir esa traumatizante escena, con ella tirada en el suelo y la sangre escurriéndose alrededor. Conversamos muchos durante esos días. Pude entenderla mejor, ponerme en su lugar. Pero aun así sentía un pequeño enojo hacia ella. Nunca iba a estar de acuerdo con la decisión que había tomado, jamás lo estaría. Ni por todo lo que estaba pasando, ni por todo el dolor que estaba sufriendo, ella había sido una cobarde y punto.

Without ColorsWhere stories live. Discover now