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¿Qué fue entonces lo que la llevó a intentar cometer suicidio? ¿Fue acaso las constantes peleas traumatizantes que presenciaba de sus padres? ¿O quizá el divorcio de ellos? ¿Pudo haber sido la pérdida de su hermano o incluso la ruptura con su novio? O más doloroso aún, puede que todo se haya juntado para formar una gigantesca bola de nieve, la cual esperó el momento justo para derrumbarse y aplastarla como una asfixiante avalancha.

¡No! Nada de eso. Fiorelha no tenía ningún otro problema más que ella misma, eso me dijo entre lágrimas. El divorcio de sus padres no le afectó para nada. Eso era simplemente una bomba que ella sabía iba a estallar en cualquier momento. Y como dicen, a guerra avisada no muere soldado, ella se había protegido hasta los dientes. Cuando finalmente la bomba estalló, esta ocasionó simplemente un pequeño rasguño en su corazón. Con la muerte de su hermano ocurrió lo mismo. Tantas lágrimas derramadas durante los años de lucha contra esa maldita enfermedad, hizo que perdiera la sensibilidad ante la noticia que tocaría cualquier día a su puerta:

Fiorelha, tu hermano ha muerto...

Pero ella no sintió nada. Dolor, tristeza, amargura... Nada de eso. Su vida era tan opaca y gris como la mía. Pero el verdadero problema era ella, porque se había rendido ante este triste paisaje...

¿Acaso no podía intentar luchar por recuperar los "colores" en su vida como lo hacía yo? Claro que ella no tenía que hacerlo de una manera literal, pero vaya que esa palabra encajaba a la perfección de forma metafórica. ¿A qué podría ella llamar colores? ¿Qué le hacía falta para que vuelva alegrarse al darse cuenta cada mañana que su corazón late? ¿¡Por qué maldita sea no puede ser feliz de que su corazón no sea un completo fracaso como el mío!? ¿¡Por qué!? Me frustra que ella sea una total malagradecida con la vida. Como si sus problemas fueran los más graves del mundo. Y aun así, tomar el camino fácil la convertía en una cobarde, y eso me irritaba. Dejé de pensar en ella apenas pude ver la entrada del complejo deportivo. Los murmullos de las personas de adentro podían escucharse con claridad, como si me estuvieran susurrando al oído. De entre todas las voces que se mezclaban, pude identificar la del Duque y Sr. Liar que al parecer discutían con el árbitro. Mi celular no había dejado de vibrar en todo el camino pero lo ignoré por completo, de todas formas ya estaba a punto de llegar. Seguí corriendo hasta llegar a la entrada e ingresé a toda velocidad. Dentro del complejo había dos canchas de futbol sala donde siempre se jugaba todos los campeonatos. A los costados se ubicaban las gradas para el público, las cuales estaban repletas de personas. En la cancha izquierda ya se estaba llevando a cabo un partido, mientras que en la otra estaba mi equipo junto el otro discutiendo con el réferi.

–¡Esperen! –solté un grito desgarrador, sin dejar de correr, hasta ubicarme en el centro de la cancha. Me sentí como si fuera parte de una película, de esas donde el protagonista desesperadamente intenta detener la boda del amor de su vida. Reí por dentro al pensar en eso–. ¡Ya estoy aquí! No nos descalifiquen, por favor... –jadeé con mi último aliento, mirando al árbitro con el rostro cansado. Llevé mis manos sobre mis rodillas e incliné mi cuerpo para tratar de recuperar el aliento. Respiraba con dificultad y mis piernas temblaban. Levanté la mirada para clavarle mis fatigados ojos al réferi, pero algo extraño estaba ocurriendo. Nadie decía palabra alguna y todos me miraban como un bicho raro. Los del otro equipo me miraban de manera burlesca, mostrando sus gigantescas sonrisas mientras cuchicheaban entre ellos. El juez deportivo me miraba de manera atónita, luchando contra las ganas de reír. No entendía que diablos ocurría. Busqué respuestas en los ojos de mis amigos que simplemente hacían lo mismo que los demás. De pronto, pude escuchar los murmullos de las personas en las gradas que parecían fuertes estruendos. Desvié la mirada hacia ellos y pude notar como todos me miraban mientras balbuceaban palabras que no podía entender. La mayoría de ellos reían sin tomarse la delicadeza de disimularlo. Me apuntaban con sus dedos mientras murmuraban sabrá dios que estupideces.

Without ColorsWhere stories live. Discover now