29

40 1 0
                                    

–Fiorelha... –susurré con el corazón hecho añicos. Cada vez que sus lágrimas descendían a través de sus mejillas hacía que miles de agujas de clavaran en mi pecho, provocándome el dolor más insoportable que jamás haya sentido. Me dolía. Pero no era un dolor físico. Mi alma lloraba junto a ella, y lo peor de todo es que tenía razón. Cada y una de sus frías palabras estaban envueltas en la dolorosa verdad que nadie se atreve a aceptar.

La vida es una mierda...

Pero a diferencia de ella, a mí no me afectaba el saberlo. Es más, eso me daba fuerzas para aprovecharla al máximo, y más aun sabiendo que me queda tan poco tiempo. Pero, ¿cómo explicarle eso a Fiorelha? ¿Cómo hacer recapacitar a una persona que ha perdido completamente su luz?

–Ya no quiero vivir... –soltó dolida–. No me interesa en absoluto nada relacionado a la vida... –chilló con sus manos cubriéndole el rostro.

¿Qué podía decirle? ¡Tenía que actuar rápido! Pero no se me ocurría nada que no sea una estupidez... Solo se me venían a la mente las mismas cursilerías de películas o las que todo el mundo usa.

Todo estará bien...

Después del huracán viene la calma...

No te rindas...

¡Vaya mierda! ¡Puras patrañas!

Decidí hacer lo que mejor se me daba, desenchufar mi mente y dejar que mi alma se apodere de todos mis actos. Simplemente fluir... como el agua en el río, o como un pequeño gorrión guiándose con las ráfagas de viento.

¡Sí! Solo fluir con la vida...

–Tienes razón. La vida es una mierda... –comenté con serenidad. Fiorelha apartó las manos de su rostro y me miró con confusión. Lo más seguro es que esperaba una de esas frases que para mí me parecían una completa estupidez–. Por más que lo piense, y vaya que he pensado mucho en ello, no le encuentro un sentido a la vida...

Podía ver la perplejidad en el rostro de Fiorelha, asombrada de mis palabras. Estábamos siendo tan sinceros el uno con el otro, mostrando como verdaderamente pensamos, revelando nuestras almas totalmente al desnudo.

–Lo ves –añadió con amargura, mostrándose un poco orgullosa de que estuviera de acuerdo con ella–. Por eso es que...

–Entonces dale tu propio significado –La interrumpí. Ella abrió los ojos como platos e intentaba articular las palabras, pero solo pudo emitir unos cuantos balbuceos inaudibles–. La vida es insignificante –continué sin darle oportunidad a objetar–, pero es nuestra insignificancia. ¿Acaso quieres desperdiciarla? ¡Sé feliz, maldita sea! ¿Qué te gusta? ¡Hazlo! ¡Disfruta esta maldita insignificancia al máximo, que nadie sabe lo que vendrá después! –jadeé mientras trataba de recuperar el aliento. Ella me miraba con asombro, pero por un instante, por tan solo una pequeña fracción de segundo, pude ver nuevamente la luz en sus ojos.

Fiorelha volteó a su refugio lunar y apretó sus labios con impotencia. No pude evitar sonreír al haberla puesto en jaque, mostrándole la manera en la que veo el mundo.

–¿Y cómo rayos piensas disfrutar esta insignificancia cuando hay tanta maldad alrededor? –preguntó con ironía, como si fuera lo más obvio del mundo. No apartó la mirada al hablar y seguía contemplando esa majestuosa luna.

–¿Maldad? –repetí sin entender.

–¿Cómo piensas hacerle si te traicionan como a Tristán, o si la universidad es comprada por esos desgraciados de negro sin considerar a los cientos de estudiantes...? ¿¡Cómo diablos piensas hacerle si se te muere un hermano!? –reclamó con impotencia. Sus palabras se habían clavado en mi corazón como una filosa garra, estrujándolo hasta sacarle la última gota de sangre. No pude hacer nada para que mis ojos evitaran derramar unas cuantas lágrimas, pero no podía permitirme perder esta batalla.

Without ColorsWhere stories live. Discover now