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–El paciente Kikis, acercarse por favor –Se escuchó la dulce voz de una joven enfermera. Apenas escuchamos mi nombre, mis padres y yo nos acercamos a la recepción con paso apresurado. La mujer detrás del recibidor me solicitó una gran variedad de datos, tanto personales como médicos. A mí me parecía una completa tortura, solo quería saber cuándo podían operarme. ¡Estaba tan ansioso!

La molesta entrevista al fin había terminado y la enfermera nos dio unas cuantas instrucciones para realizarme los primeros análisis. Tuve que pasar por varias máquinas, pinchazos y otros procedimientos durante más de una hora, pero me daba igual. Era un pequeño sacrificio para la recompensa de seguir viviendo.

"Un nuevo corazón..." volví a pensar con una gigantesca sonrisa. Un nuevo pinchazo que me clavaron en una de mis venas fue completamente indoloro para mí. Me sentía tan extasiado por la idea de que toda esta pesadilla acabaría pronto que nada podía inmutarme. ¡Nada!

¡Já! Que equivocado estaba...

–Bueno, Sr. Kikis. El Dr. Cervantes lo atenderá cuando sea su turno, si gusta puede esperarlo en las butacas como también puede elegir cualquiera de las revistas del aparador –indicó una nueva enfermera, llevándonos hasta el despacho del médico. La mujer mostraba una edad más avanzada que la primera que nos atendió, pero nunca borraba su amable sonrisa–. ¿Algo más que pueda ayudarlos? –añadió con cortesía.

–No, muchas gracias –respondió mi madre con amabilidad.

–Entonces, me marcho –Hizo un gesto con la cabeza y se alejó lentamente de nuestra vista.

Mi padre tomo un periódico de la enorme pila de revistas y deslizó varias páginas hasta detenerse en la sección de deportes. Por su parte, mi madre no dejaba de observar el pequeño recuadro donde indicada el nombre del doctor. Su rostro mostraba emoción y alegría, se la veía tan feliz...

Mis dedos estaban inquietos, moviéndose sin cesar. Junté mis manos y comencé a jugar con ellos, al mismo tiempo que mis pies zapateaban sobre el piso. Estábamos al final de un largo pasillo, justo al frente del despacho del cardiólogo. Había varias puertas más donde se encontraban otros especialistas, así como también otras personas esperando en las butacas.

Transcurrieron varios minutos y aún no llegaba nuestro turno. Cada vez que mencionaban el nombre de un paciente, mi corazón se paralizaba con la esperanza de que fuera el mío, pero mi momento no llegaba.

–Ya vuelvo –dije cansado–, necesito ir al baño.

–No tardes –pidió mi madre–. Ya casi es nuestro turno.

–Sí, sí... –dije con incredulidad, antes de marcharme.

Recorrí varios pasillos, atravesando una gran cantidad de habitaciones. El hospital era demasiado lujoso y gigantesco, nada comparando con el humilde edificio donde internaron a Fiorelha. Era muy fácil perderse, es más, yo ya lo estaba. Todos los pasillos parecían los mismos y las habitaciones eran idénticas.

–107... 108... –Mencionaba los números que se mostraban en las placas. Podía ver a través de las ventanillas que algunas estaban vacías. Unos cuantos pacientes estaban siendo atendidos por los respectivos enfermeros y doctores. Pude notar que en algunas habitaciones se encontraban personas realmente graves, lo que me produjo una terrible depresión.

"No soy el único que combate contra la muerte..."

En mi intento por encontrar el lugar donde se encontraban mis padres, atravesé una habitación que tenía la puerta abierta. Un muchacho delgado y blanco, que aparentaba tener los mismos años que yo, yacía recostado en la camilla, conectado por varios aparatos y tubos. Sus ojos se mantenían cerrados y una mujer de avanzada edad lo acompañaba a su lado. Sin darme cuenta, me había detenido por completo para observar esa desgarradora escena. El joven parecía un androide, cubierto la mayor parte de su cuerpo por artefactos. Un ciborg...

Without ColorsWhere stories live. Discover now