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El Duque dio unos suaves golpes a la puerta del salón. Se lo notaba muy nervioso. Aunque trataba de ocultarlo, a mí no me podía engañar, lo conocía muy bien. Intentó nuevamente, esta vez un poco más fuerte. Al no obtener respuesta, él abrió la puerta en una pequeña abertura, mientras ambos nos asomábamos en el salón.

–Disculpe... –dijo El Duque en tono tímido–. ¿Podemos pasar? –Todas las miradas de los estudiantes se depositaron en nosotros, de igual manera que la del profesor. Pegué un vistazo rápido al pizarrón, Burro estaba presentando un tema nuevo con diapositivas. Lo miré, se veía demasiado enojado por nuestra interrupción. Casi me parto de la risa allí mismo, nunca me había dado tanta gracia verlo así, pero luché contra las ganas de carcajear.

–Vaya, miren quienes han decidido venir –Empezó a balbucear Burro con sarcasmo–. Pero si tenemos al Sr. Duque y al Sr. Kikis... ¿Acaso creen que estas son horas de llegar?

El Duque agachó la cabeza, afligido por las palabras de Burro. ¡Esto no se podía quedar así! Que sea nuestro profesor no le daba el derecho a humillarnos ni tratarnos mal. Y vaya que a Burro le encantaba hacerlo... ¡Siempre era lo mismo!

–Pues, no sé... A nosotros nos parece bien, ¿y a usted? –respondí con total confianza. Una risilla se escuchó por parte de los estudiantes, quienes trataban de disimularlo tapándose las bocas. Burro los fulminó a todos con sus destellantes y furiosos ojos. Sentí una gran satisfacción al contemplar la escena, era realmente fascinante. El Duque me miraba perplejo, con una sonrisa incrédula.

–Muy altanero Sr. Kikis... –Nos miró a ambos nuevamente. Tomó un largo respiro y sin cambiar su enojado rostro, continuó–: ¡Pasen! ¡Tendrán un punto menos en el examen! –informó con voz triunfante.

–¿¡Qué!? –reclamó mi amigo–. Eso es injusto... –Se desinfló con impotencia.

–¿Y que es justo para usted, Sr. Duque? –añadió con arrogancia.

–Que no nos quite puntos –respondí de inmediato. Una vez más, todos trataban de contener las risas. Burro se notaba realmente furioso, le estaba dando justo donde le dolía, en el orgullo. Antes de que hiciera algo o respondiera, El Duque y yo entramos al salón y nos sentamos con rapidez. "Esto apenas estaba comenzando..." Sonreí. El profesor no tuvo más opción que tragarse la rabia y continuar con su clase. Aún quedaba una hora más...

Los minutos transcurrían y la aburrida cátedra continuaba como siempre. El Duque anotaba con desesperación todo lo que veía en la pizarra, mientras que yo, me sentía de lo más relajado, con una enorme sonrisa en mi rostro. Burro finalizó la explicación y nos ordenó realizar unos cuantos ejercicios sobre el tema que acababa de enseñar. Todos se concentraron en sus cuadernos, intentando realizar los problemas que parecían más bien jeroglíficos. Saqué mi cuaderno, pero en vez de imitar a los demás, empecé a garabatear cualquier cosa que se me viniera a la mente.

El profesor merodeaba por todo el salón, revisando que los estudiantes estuvieran trabajando en lo que pidió. Asomaba la cabeza para ojear algunos cuadernos, revisaba por unos cuantos segundos y luego soltaba un suspiro, sonriendo y negando con la cabeza. Mis compañeros al recibir tal trato, agachaban la mirada con nerviosismo y borraban todo el procedimiento que llevaban. "¡Vaya prepotencia!" Apreté mi puño con rabia, presionando el lápiz que sostenía. Seguía a Burro con la mirada mientras caminaba por todo el salón, observando su reloj de mano.

–¡Hey! –Me llamó El Duque en un susurro–. Me había olvidado decírtelo... El Lojano me invitó a una fiesta que habrá en Roca Plateada este sábado, ¿quieres ir? –cuchicheó con una amplia sonrisa.

–¿Fiesta? –Le murmuré–. No lo sé, no tengo ganas de nada de eso... –respondí con sinceridad.

–¡Vamos! Anímate... Yo te cuido para que no te vuelvas a emborrachar –bromeó. Ambos reímos casi inaudiblemente.

–¡Sr. Duque y Sr. Kikis! –bramó el profesor con un tono tan fuerte que hizo estremecernos de nuestros asientos. –Veo que están muy felices, ¿por qué no nos comparte el chiste para reírnos todos? –dijo, tratando de humillarnos.

–No lo creo –respondí de inmediato–. La verdad es que nos reímos de un chiste que recibí en mi celular, pero pienso que es muy moderno como para que usted lo entienda –Mi voz sonaba segura y confiada. En esta ocasión mis compañeros no pudieron aguantar y carcajearon a más no poder. Burro estaba rojo de la rabia que circulaba por todo su cuerpo.

–¡Pase al frente! –gritó con autoridad, totalmente enojado–. ¡Ponga en el pizarrón lo que tiene en su cuaderno, ahora! –Me ordenó con el ceño fruncido y los labios apretados.

"¿Lo que tengo en mi cuaderno...? Pues, si es lo que quiere..." Sonreí, al mismo tiempo que caminaba al pizarrón. Tomé el marcador y comencé a plasmar exactamente lo que había realizado en la hoja, mientras me robaba las miradas de todos. Después de unos cuantos segundo, dejé de escribir y volteé mi cuerpo para observar a toda la clase.

–¡Listo! –informé con una gigantesca sonrisa. Lo primero que hice fue mirar la cara de Burro y casi me parto de la risa al instante.

–¿¡Pero qué diablos es eso!? –reclamó con la cara enrojecida, echando chispas.

–¿Qué? –Me encogí de hombros–. Hice exactamente lo que usted me pidió. Mire... –Volteé mi cuaderno y se lo mostré a todo el mundo. Apenas lo vieron, el salón estalló en una estruendosa carcajada que retumbaba en las paredes como un poderoso tambor. Tanto la hoja de mi cuaderno, como el pizarrón, mostraban una caricatura que había hecho de Burro. Le había dibujado cuatro patas al profesor y le coloqué unas enormes orejas que le quedaban muy bien, sin mencionar los gigantescos dientes que encajaban a la perfección.

Burro estaba irritado, muerto de ira, con la cara roja como un tomate y unas cuantas venas brotadas. Su cuerpo temblaba de la rabia e impotencia, y sus ojos estaban completamente desorbitados.

–¡Sr. Kikis! –rugió, deteniendo las carcajadas de todos. Su aspecto realmente daba miedo, nunca antes lo habíamos visto así. "¡Sí!", celebré en mi mente. –¡Se me va de la clase ahora mismo! ¡Rápido! –soltó con un grito desgarrador.

Me encogí de hombros, sin decir ni una sola palabra, mostrándole una sonrisa burlesca. Realmente estaba disfrutando del momento, pero falta una última cosa... Caminé hacia el escritorio del profesor y dejé el marcador con mala gana, volteé mi cuerpo y le clavé mis ojos llenos de seguridad y confianza. Me quedé así por varios segundos, sin decir nada.

–¿¡Acaso no me escuchó!? –dijo irritado–. ¡Que se salga de la clase! ¡Ah!, y por cierto, tiene dos puntos menos al examen... –Trató de fingir una sonrisa, para no demostrar que era yo ahora el quien lo humillaba.

–Seguro –Le dije, sonriendo. Caminé lentamente hacia la puerta y me despedía de todos mis compañeros como si fuera un importante y reconocido famoso, alzando mi mano y moviéndola de lado a lado. Incluso lanzaba besos al aire mostrándoles el gran cariño que sentía hacia mis admiradores. Todos carcajeaban sin parar, mientras que Burro reventaba de la ira. –Oh... y antes de irme –"Ahora sí, la cereza del pastel" –, tengo una última cosa que decirle –Le clavé mis destellantes ojos una vez más y sentí claramente como todas las miradas se depositaban en mí, deteniendo sus carcajadas para prestarme absoluta atención. Sentir las miradas de todos mis compañeros me hizo caer en cuenta de algo importante que estaba ignorando... No quería que me expulsaran de la universidad, era lo último que desearía en el mundo. Pero era mi momento de cobrarme de todas y cada una de las atrocidades que había hecho Burro como profesor. "Darle su merecido y asegurarme de que no me expulsen. ¡Bien, lo tengo!", bromeé en mi mente–. Usted es... ¿cómo lo digo? ¿La persona más carente de inteligencia que he conocido en toda mi vida? Usted es... tan arrogante, soberbio, orgulloso, ¡nos ve a todos como si fuéramos menos! –Meneaba mi cabeza negativamente–. No entiendo cómo puede existir una persona tan perversa, que se alimenta de las desgracias de otros... ¡que las disfruta! Me da tanta repugnancia... –escupí la última palabra con desprecio–. Todos aquí lo odian, creo que tiene la inteligencia suficiente como para notarlo. Yo no lo hago, usted solo me produce lástima... –Lo miré con amargura–. Debe sentirse tan solo y vacío como para ser de esa manera... –Llevé mi mano a la puerta y la abrí lentamente–. Y ahora si me marcho, ya he gastado el tiempo que tenía hoy para desperdiciar... –Les mostré una gigantesca sonrisa antes de irme y cerrar la puerta de un solo golpe.

"¿Por qué una persona como él merece vivir más que yo...?"

Without ColorsWhere stories live. Discover now