Capítulo V. Una grata sorpresa

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—Bien. ¿Algún consejo, advertencia...?

—No deje que se le suban a caballo, cualquier falta debe ser castigada.

—Entendido.

—Buena suerte, Bauer, ya verá como no es un empleo complicado.

Me perdí el primer día por los pasillos. Creía que recordaba dónde estaba cada aula, pero la Academia había evolucionado los últimos doce años y muchas materias habían cambiado de nombre, por lo que no fui capaz de orientarme por las placas en las puertas.

Tuve que usar el mapa. El Subsuelo era una red de túneles y módulos casi tan extenso como el mismo pueblo, incluso puede que más. Era tan inmenso que no podría explicar de una sola vez todo lo que abarcaba sin conseguir que el lector se duerma o empiece a pensar en qué mal momento se le habrá ocurrido ponerse a leer esto.

En el módulo D5 —Dormitorios V— estaban las habitaciones de los profesores. Allí había dejado algunas cosas como libros o cuadernos de dibujo para entretenerme cuando tuviera que hacer guardia. También tenía un pequeño escritorio con estantes para clasificar mis diversos archivos, por lo que pensé que sería mejor dejar mi material de profesor en la habitación. Después de recoger mi cartera del dormitorio, me dirigí al módulo A1 —Aulas I— y recorrí las paredes blancas en busca de mi clase, siguiendo el camino de lámparas azules.

Puesto que en el Subsuelo era imposible poner ventanas se mirara como se mirara, la iluminación se había resuelto gracias al descubrimiento de un insecto luminiscente que abundaba en las lagunas del Bosque. Se extraía la sustancia luminosa de este insecto y se usaba para rellenar las conocidas como «lámparas azules», que producían una luz ininterrumpida y podían durar entre dos semanas y un mes. Todo en el Subsuelo usaba estas lámparas, ya que no transmitían tanto calor como el fuego y a diferencia de él eran por completo inofensivas.

Cuando conseguí encontrar el aula, seis alumnos ya habían llegado y me esperaban allí sentados. La puerta estaba abierta y su cháchara se pasaba un poco de volumen. Antes de entrar respiré y me obligué a dejar atrás mis pensamientos. Un pequeño revuelto me recorrió el estómago y comencé a sentirme inseguro. Recordé mi primer día de clase, cuando tuve que presentarme delante de todos mis compañeros. Me atemorizaba la idea de llamar la atención cuando me sentía tan pequeño.

«Mides un metro noventa, Mikhael, no me fastidies».

—Señores —dije para llamar su atención y callaron en el acto. Se colocaron rectos en su silla y me miraron cuando mi cojera y yo nos acercamos a la tarima. Dejé el maletín en la mesa y el bastón apoyado en el borde. Miré la pizarra. ¿Debía apuntar mi nombre o serían lo bastante inteligentes para saber cómo se escribía? Al final decidí apostar por ellos, me hubiese parecido un insulto lo contrario—. Buenos días. Siento el retraso, pero me han cambiado el aula de sitio.

—No, si llega pronto, aún no es la hora —dijo uno de los chicos, de mejillas regordetas y sonrojadas.

Sonó una campana.

—Ahora sí. Ha llegado justo, ¿eh?

—Bueno. —Me aclaré la garganta—. Mi nombre es Mikhael Bauer y, como sabréis por la placa de la puerta, soy el nuevo profesor de Diseño Técnico.

Estudié con un vistazo a los seis alumnos mientras trataba de concentrarme. Parecían estudiantes aplicados, todos en silencio y prestando atención.

—Tú, ¿cómo te llamas?

—Andrej Müller, señor.

—Müller, ¿puedes abrir el libro de texto, por favor?

HumoWhere stories live. Discover now