Fueron los veinte minutos más felices de mi existencia. No los veía como mis padres, sino como dos grandes amigos a quienes podía confiarles mi vida si fuera necesario. Nunca me había sentido así, tan lleno y amado. Tanto, que no quería acabar nunca.

–Que descanses –Se despidieron ambos–. Te amamos... –Me sonrieron mientras ambos se abrazaban.

–Yo también los amo... –sonreí, finalizando la videollamada.

Tiré mi celular en la cama y me lancé de espaldas sobre el colchón, con la enorme sonrisa aún en mi rostro. Mi dormitorio estaba a oscuras y concentré mi mirada en el techo, pensando en miles de cosas. Estaba tan feliz por la transformación repentina de mi relación con mis padres, pero no pude evitar pensar en el problema actual. Arrastré mi mano derecha hacia mi corazón, apretando con frustración.

¡Créanme! ¡Viviré por muchos años más...!

"¡Qué estúpido! ¿Cómo pude decir algo así? Haciendo promesas en este estado..." Me regañé en mi mente, golpeando la cama con fuerza. Mi puño temblaba de ira y repetí varios golpes más, convirtiéndolos en un desesperante berrinche hacia la vida.

"¿¡Por qué a mí!?" Reclamé con el alma destrozada. Mordía mi labio con fuerza para resistir las lágrimas que amenazaban por salir. "¿¡Por qué yo!?", repetí. No es que estile agua bendita ni mucho menos que sea un santo, pero me sentía traicionado por la vida. Sentía como si me hubiera dado la espalda, sin mirar atrás...

Siempre he sido una persona decente, al menos lo normal...; Obedezco a mis padres, trato bien a mis amigos, cumplo con mis obligaciones académicas, lavo mis dientes todos los días... Entonces, ¿¡por qué tuve que ser yo!? ¿¡Por qué la vida me escogió para ser el portador de esta enfermedad, que más que el corazón, lo que verdaderamente te carcome es el alma? ¿¡Por qué y mil veces por qué!?

No me había dado cuenta cuándo las lágrimas habían comenzado a salir, recorriendo mis mejillas hasta caer en las sabanas. Por primera vez desde hace mucho tiempo me sentía tan débil y vulnerable. Mis manos sujetaban las sabanas con desesperación, como si eso fuera a calmar el dolor en mi pecho. Las lágrimas seguían saliendo a montones a medida que mi respiración se entrecortaba. Mi garganta se encontraba seca y ardía cada vez que intentaba humedecerla. Sentía como la sangre de mi rostro hervía y mi cabeza empezaba a doler con intensidad cada vez que gemía más y más fuerte.

Pensé en la muerte...

Desde que había recibido la fatal noticia, nunca me había puesto a pensar en ello, pero en esa ocasión lo hice.

Pensé en mi muerte...

Me sentía tan pequeño e insignificante. Me dolía tanto pensar no saber qué iba a pasarme después de morir. ¿A dónde iré? ¿Acaso regresaré? ¿Podré recordar todo lo que hice?

¡Créanme! ¡Viviré por muchos años más...!

"¡Qué estúpido!", pensé con ira e impotencia.

A mitad de esa fría noche, completamente a oscuras y con un silencio abrumador, mi alma comenzaba a desmoronarse cada vez más. La mentalidad de "vivir al máximo mis últimos días" se habían ido al carajo y una terrible ansiedad me carcomía llevándome a la desesperación. La idea de que la muerte estuviera a la vuelta de la esquina me aterraba, y ya no podía mentirme más. Estaba completamente horrorizado y la desesperación parecía querer llevarme a la locura.

–¡Ahhhhhhhhhh! –rugí como nunca. Solté un chillido tan potente que sentí con claridad como mi garganta se desgarraba. Grité como cinco segundos, retumbando las paredes de mi dormitorio formando un débil eco. No pude continuar con mi desesperante lamento porque sentí como un nudo trababa mi lengua, haciéndome quebrar en llanto.

Lloré y lloré, como un pequeño niño asustado quien desea a su madre con urgencia. Mis lágrimas cubrían todo mi rostro y sentía que mis ojos estaban hinchados como dos pelotas de tenis.

"Voy a morir...", pensé con desesperación. "¡En realidad voy a morir...!" Gemía.

Llevé mi mano hacia mi pecho con rapidez y apreté con fuerza. En ese momento, no sé si por producto de mi imaginación, pero sentí como mi corazón había dejado de latir. Una dolorosa punzada oprimía mi tórax, provocándome un dolor tan potente que impedía que respirara. Quería gritar, gemir con todas mis fuerzas, pero ni eso podía. Sentía como la vida se me estaba escapando... ¡Tres meses mis huevos! En algo tenía razón cuando les dije a mis padres que los doctores no podían tener la certeza cuando alguien se fuera a morir. Llegué a pensar que sin duda, mi médico se había equivocado y que la muerte iba a visitarme antes de lo previsto.

En mi desesperación, pensé en las cosas por las que quería seguir aferrándome a la vida. Pensé en mis padres, en mis amigos, en la universidad, en Nieve...

En los colores...

"¡No! ¿¡Qué mierda te está pasando, Kikis!?"

Tenía que reaccionar de una vez por todas y por fin lo había entendido. Estaba entrando en una crisis y le estaba permitiendo que me devorara a gusto. ¡Pero no! Yo soy más fuerte... Recordé que aún había cosas por las que luchar, cosas que, aunque tuviera tan poco tiempo de vida, batallaría con uñas y dientes para que mis últimos días hayan valido la pena.

Pensé en Fiorelha y en la difícil situación que debía estar pasando. Es como mi hermana, era mi obligación ayudarla...

Pensé en Nieve y en lo estúpido que era guardarme lo que sentía por ella...

Pensé también en Sonrisas y en Tristán, en como las personas pueden llegar a ser tan egoístas para lastimar a los demás de la peor manera...

Pensé en los colores... ¡No me dejaría vencer!

Y en Claus... ¡En ese ambicioso inversionista y sus títeres de negro! ¡Mi hogar! ¡Kiami! No me lo dejaría arrebatar tan fácil...

"¡No, Kikis! No es momento de estar llorando... ¡Aún hay muchas cosas por hacer!"

Without ColorsWhere stories live. Discover now