–Como gustes...

No soltamos palabra alguna durante todo el camino hacia el río cercano de la institución. Solamente entramos al comedor para conseguir un encendedor y luego nos dirigimos a uno de los lugares más frecuentados por los estudiantes de Kiami. Llegamos hasta la parada del autobús, cruzamos la carretera y seguimos por un sendero rodeado por matorrales y gigantescos árboles. Conozco a la perfección este camino, cada zigzagueo, cada roca en su camino, cada tronco...

Un par de minutos después llegamos al final del sendero, donde tuvimos que descender por unas enormes rocas que se abrían paso hasta una pequeña playa a orillas del corrientoso río.

"El santuario...", pensé con alegría al ver el hermoso y familiar paisaje.

Nos quitamos los zapatos y disfrutamos por un pequeño instante la reconfortante sensación de los pies descalzos sobre la arena. El Lojano sacó un fino porro que llevaba en su bolsillo y lo prendió con dificultad. El sol ardía con potencia y el viento soplaba como si estuviera enojado con nosotros. Nos sentamos sobre dos gigantescas rocas a orillas del río y colocamos nuestros pies en la turbulenta agua. No recuerdo cuanto tiempo pasó, pero sentí que había transcurrido toda una eternidad cuando empecé a disfrutar del paisaje. Era sencillamente maravilloso. Los arboles mostraban sus frondosas hojas, danzando al ritmo del viento, mientras el sol las iluminaba de manera perfecta. Todo un majestuoso espectáculo.

El río se mostraba más voraz que nunca, pero su agua cristalina y refrescante se mantenía igual que de costumbre. El santuario es el lugar más visitado por nosotros. Los estudiantes llegan a este lugar a diario por infinidades de motivos. Algunos vienen para relajarse después de un tormentoso día, o simplemente para contemplar el paisaje como lo estaba haciendo yo. Otros se meten al río, cuando el clima es perfecto para hacerlo. He visto a quienes vienen a dibujar o escribir poemas, incluso sé de algunos que dicen que el santuario es el lugar perfecto para estudiar. Y claro está, no faltan los que usan este mágico lugar para fumar de vez en cuando...

Y no me refiero a cigarrillos...

–¿Y bien? –dijo El Lojano al fin, dándole una buena jalada a su pequeño porro. Extendió su mano para ofrecérmelo pero yo negué con la cabeza–. ¿Por qué me has contado todo esto? –preguntó con inquietud–. ¿Acaso el asunto no se trataba sobre los cartones?

–Lo sé –contesté sin dejar de observar el río–. Pero créeme –resoplé con una sonrisa–, necesitas saber todo eso para entender lo que te voy a contar.

–¿Aún hay más? –preguntó con preocupación. Yo reí por un efímero instante.

–Tranquilo... Esto no es malo, todo lo contrario –anuncié. El tatuado le dio una nueva jalada a su porro–. ¿Recuerdas tu fiesta? ¿La que me regalaste el cartón?

–Sí –afirmó, botando el humo de sus pulmones–. ¿Qué hay con eso?

–Ese día... Después de usar el cartón... Vi los colores... ¡Los vi! –Le conté con alegría.

–¿Enserio? –vociferó con emoción–. ¿Cómo fue? ¿Seguro que fue por el cartón?

–Estoy seguro –contesté de inmediato, meneando la cabeza.

Le conté mi versión de la fiesta en su dormitorio. Todo lo que viví aquella noche, desde que llegué, hasta por supuesto, los efectos que experimenté por la droga. Trataba de detallar lo mejor que podía las sensaciones de aquella vez, y sobre todo, la reaparición de los colores. Podía notar como El Lojano escuchaba con asombro y estupefacción. Sabía con seguridad que no dudaba de mí o de mi historia, pero aun así, él no podía evitar estar sorprendido. Seguí mi relato con el capítulo de Aladdín. El tatuado carcajeó y chasqueó los dedos al comprender la enorme urgencia que tenía por conseguir un nuevo cartón.

–Ahora entiendo... –intervino en un susurro, mientras sonreía levemente.

Le conté como los efectos, aunque diferentes a los de la fiesta, eran igual de potentes. Sin embargo, nunca ocurrió lo más importante.

–Los colores... Nunca los vi... –finalicé cabizbajo, con un hilo de voz. El Lojano se estaba tomando su tiempo para asimilarlo todo, rascándose la barbilla mientras pensaba. Le dio una última jalada a su porro y lo desintegró en la roca donde se sentaba.

–¡Vaya historia! –exclamó con energía–. Tengo que serte sincero, no sé ni que mierda pensar... –dijo mientras se cruzaba de brazos–. Por lo que me cuentas, los cartones hicieron su trabajo, no hay nada que reprocharles. Tampoco es como si uno de sus efectos sea devolverte los colores. ¿Te imaginas? –preguntó emocionado–. ¡Estaríamos hablando de un milagro! Por eso siempre he dicho que las drogas es un mundo inexplorado... –Sentí que pensaba para sí mismo. Solo le respondí con una sonrisa–. ¿Pero que fue diferente de ambas ocasiones en las que probaste los cartones? –Frunció el ceño.

–No lo sé... –solté desanimado–. En la fiesta había gente, música que nunca había escuchado, alcohol..., más gente... –bromeé con amargura.

–¡El grafiti! –intervino con los ojos abiertos, chocando su puño con la palma de la mano–. ¿Y si recreamos el ambiente de la fiesta? Podría ser una opción...

–Sí... –afirmé con sorpresa. Era una brillante idea. ¡Fantástica!–. ¿Harías eso por mí?

–¡Claro! No hay problema. Pero... –Desvió la mirada y se mostró avergonzado–. Tendrás que comprar el cartón, enserio no tengo dinero para ayudarte –Se disculpó con sinceridad. Yo carcajeé a más no poder mientras él se contagiaba de mi alegría.

–Me has hecho el día... –reí, limpiándome las lágrimas.

–Bueno... –Tomó un gran respiro mientras contemplaba el paisaje–. Este momento se merece un buen porro.

–Te lo acabas de fumar... –Le recordé.

–¿Acaso piensas que solo llevo uno conmigo? –Preguntó ofendido, con una gigantesca sonrisa. De su otro bolsillo, sacó uno más grande que el anterior y lo encendió de inmediato. Se lo llevó a los labios y le dio dos grandes bocanadas. Una vez más, intentó ofrecérmelo, extendiendo su mano con insistencia mientras me miraba con alegría.

–No, gra... ¡Olvidalo! –gruñí, arrebatándoselo de sus dedos.

Yo fumaba, El Lojano sonreía y ambos mirábamos el espectacular paisaje que teníamos en frente. Un simple momento, nada especial, pero esos son los que más se te quedan grabado en la mente...

–¿Y cómo afrontaras tus problemas? –preguntó con algo de recelo.

–¡Ni puta idea! –reclamé, pasándole el porro.

–La vida es una mierda... –meditó mientras fumaba.

–Totalmente...

Without ColorsWhere stories live. Discover now