No me había dado cuenta de cuánto tiempo había transcurrido. ¿Habría pasado tanto? Estaba tan perdido en mis pensamientos que no me había percatado de nada. Incluso estaba nuevamente recostado en la camilla, sin haberlo notado, cubierto por las finas sabanas del hospital. El doctor no se encontraba en la habitación y la enfermera tampoco mostraba rastros. Mis padres seguían allí. Mi madre había tomado una silla y la había colocado al lado de la camilla para estar junto a mí. La mitad de su cuerpo yacía recostado sobre el mío, durmiendo tranquilamente, sin dejar de sujetarme mi mano. Por su parte, mi padre había optado por dormir en el sillón que estaba cerca a la ventana. Se lo veía tan viejo y agotado.

Me levanté con delicadeza sin hacer ruido y me dirigí al baño, necesitaba lavarme la cara con urgencia, sentía que llevaba un aspecto terrible. Y en efecto, así era. Me contemplaba en el espejo, analizándome cada milímetro de mi rostro. Se veía tan raro, y no por lo espantoso que lucía, sino por su color...

Mis labios, mis ojos, mi piel... todo se encontraba en tono de grises.

Regresé a la camilla, tratando de no despertar a mis padres, pero no lo logré.

–¿Kikis? –susurró mi madre, abriendo sus ojos con pereza.

–Sí, soy yo. Tranquila... –La calmé, acariciándole su cabellera.

–¿Cómo te sientes hijo? –"¡Vaya! Mi padre también se había despertado..."

–¿Cómo se debería sentir alguien que le han dicho que va a morir? –Salió de mi alma. La había cagado por completo. No lo quise decir en voz alta, fue más como un pensamiento. Yo y mi enorme boca...–. Perdón –dije al ver como ambos se deprimían.

–No. Tienes razón... –dijo mi padre–. Yo soy el que debe pedir disculpas por preguntar una estupidez en un momento así, lo siento.

–Papá... –Lo miré a los ojos. El precioso color café de sus iris también se habían esfumado. En ese momento los remplazaban unos tristes ojos grises–. ¿Cuándo volveré a la universidad? –pregunté.

–¿¡Universidad!? –soltó mi madre con asombro.

–¿De qué hablas? –intervino él–. Tenemos que realizarte más estudios y consultarle a diferentes doctores para...

–¡No! –Lo interrumpí cabizbajo–. No... no quiero nada de eso. Si en verdad tengo tan poco tiempo no quiero desperdiciar ni un solo segundo.

–Pero hijo –refutó mi madre–, nosotros aún no perdemos las esperanzas. ¡No debemos hacerlo! O al menos –apretó los labios y le cayeron un par de lágrimas–, podríamos ir a los lugares que quieras... –dijo, rompiendo en llanto.

–Madre... si en verdad me aman, no se preocupen por mí, por favor... ¡Quiero volver a Kiami! ¡Quiero regresar a la vida que tenía! ¡No quiero que nada cambie...! –jadeé con lágrimas en mi rostro. Esto dolía. En realidad dolía, como si una bomba se hubiera detonado dentro de mí. Me costaba respirar y mi garganta estaba hecha un nudo. –Por favor... –pedí con la última fuerza que me quedaba...

*****

Dos días después había regresado a Kiami con total normalidad. Nadie se había enterado de nada. Por su parte, se esparció el fuerte rumor de que me había emborrachado tanto hasta caer inconsciente, e incluso, unos hablaban de intoxicación. Por eso los tantos días que estuve fuera de la universidad. Vaya estupidez... Al menos era una suerte. Así mi vida podría seguir como siempre, hasta lo que más dure...

–¡Hey!, ¿qué tal? A los tiempos que te dejas ver –bromeó El Duque, acercándose a mí.

–Hola... –le respondí sin ganas.

–¿Qué fue lo que te pasó? Me tenías realmente preocupado, no respondías a mis mensajes –dijo con los ojos bien abiertos. Por poco y se le salían del rostro.

–Bebí mucho en la fiesta y estuve enfermo varios días, lo siento... –mentí.

–Vaya... ¡que estúpido! –rio a carcajadas–. Hablas como hembra –siguió bromeando. Su ánimo me contagió y reí involuntariamente.

–¿Acaso solo vienes para burlarte? –Lo regañé.

–No, idiota. Venía a decirte que estamos llegando tarde a clases.

–¿¡Qué!? ¿Enserio?

–Sí, cincuenta minutos para ser exactos.

–¿¡Qué!? Vaya mierda... –protesté para mí mismo–. Estoy algo distraído, mi error... ¡Apurémonos! –pedí. Dicho eso, ambos salimos disparados hacia el salón de clases. Llegar nos tomaría cinco minutos más, así que sería casi una hora de atraso. ¡Un nuevo record para mi historial!

–Y por cierto, ¿con quién tenemos clases? –pregunté en un jadeo, sin dejar de correr.

–Con Burro.

–¿¡Con él!? –Me quejé.

Burro. El profesor más odiado en Kiami, era una completa tortura recibir sus clases. ¡Bien, Kikis! Te quedan 3 meses de vida y en vez de viajar por el mundo tú lo eliges a él... No pues, ¡bravo! ¡Una inteligencia descomunal! ¡Escóndete que los de la Nasa te buscan...!

–Además, debes ponerte al corriente –siguió El Duque–. En el tiempo que no estuviste nos mandaron un montón de deberes y varios proyectos. Y por cierto, la otra semana tenemos examen con Burro.

–¡Carajo! –reclamé. "¡Pero esperen!" Abrí mis ojos al darme cuenta de algo que no había pensado antes. Algo muy importante que cambiaría, al menos para bien, los próximos tres meses de vida... "Si no quiero, no debo por qué hacer todo esto. ¡Es verdad! ¡Soy un completo idiota! ¿Por qué no lo pensé antes? Es una de las ventajas de estar prácticamente muerto... Puedo seguir con mi vida, con la gente que amo, en el lugar que deseo, sin tener que hacer las cosas que no quiero. ¡Será como tener vacaciones dentro de la universidad!

Esto comienza a ponerse bueno... Aunque solo dure 3 meses, lo aprovecharé al máximo" No pude evitar sonreír al pensar en todo eso.

–¿Qué ocurre? –preguntó El Duque con curiosidad–. ¿Y esa enorme sonrisa?

–Nada. Simplemente estoy feliz...

–¡Qué gay sonó eso! –carcajeó.

–Muérete... –reímos juntos, mientras nos dirigíamos a lo que sería una inolvidable clase con Burro.

Without ColorsWhere stories live. Discover now