Prólogo

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Él nunca había querido ser Rey, ese jamás había sido su propósito en la vida, todo lo que en realidad siempre deseó le fue arrebatado de la peor forma posible. Fue en el camino cuando pensaba que aún podía recuperarlo que ganó esos malditos Siete Reinos, pero jamás, jamás, obtuvo lo que más quiso.

Los años habían pasado, y con ellos habían venido las malditas obligaciones que cargaban esos malditos reinos; una de ellas había sido contraer matrimonio. Era de esperarse que el Rey se casara y procreara un heredero para el jodido Trono de Hierro.

Robert se casó con Cersei de la Casa Lannister, una bellísima muchacha hija del hombre que lo había apoyado en su rebelión. El problema es que jamás pudo amarla y pensaba que jamás iba a poder; él sabía que jamás volvería a amar a nadie en su vida como la había amado a ella. Lyanna Stark se había llevado todos sus sentimientos con la muerte.

O eso pensaba hasta que su Reina consorte le dio a su primer hijo y vio aquellos intensos ojos azules oscuros mirándolo con detenimiento y fortaleza. En ese mismo segundo el mayor de los Baratheon entendió que la vida le estaba entregando nuevamente la oportunidad de ser feliz y volver a amar. Su pequeña primogénita, Seren de la Casa Baratheon y de la Casa Lannister, nació en una noche tormentosa y tempestuosa, tal como el carácter que se formaría en ella con el pasar de los años.

La princesa Seren, conocida también como Princesa Tormenta o Leona Tormenta, fue criada hasta los ocho años bajo el seno familiar en Desembarco del Rey. Recibió la educación que merecía debido a su título y posición, y además de lo clásico que se les enseñaba a las doncellas, por petición y decisión propia también fue instruida por los mejores maestros de lucha de todo Poniente. Creció bajo los valores de ambas Casas y aprendió fielmente sus mejores enseñanzas portando con orgullo sus emblemas. La furia y el rugido eran de ella.

Los Reyes desde su nacimiento profesaron un inmenso amor y devoción por su primogénita, ella había sido una luz de rayo en sus grises vidas. La pequeña niña era feliz, todos eran felices teniéndola en sus vidas, pero había inquietudes en el Rey que no lo dejaban descansar por las noches, él no confiaba en la familia materna de su hija, ni siquiera en su madre. Ellos no eran los indicados para instruir su educación.

Sabía por experiencia propia lo que significaba convivir con leones y los peligros que ello conllevaba, él no era el estúpido alcohólico que todos creían podían engañar, eso no. Robert sabía más de lo que siquiera podían llegar a imaginar, pero a esas alturas de su vida ya estaba cansado. ¿Qué sentido tenía seguir luchando? Estaba rodeado, arpías, serpientes y leones le mordían los talones a destajo.

Por eso su pequeña furiosa debía ser salvada de esas garras, porque ella significaba la vida misma para el Rey. Jamás pensó que podría volver a amar con esa intensidad, con esa fuerza; pero Seren y él se pertenecían, era sangre de su sangre, su todo. Alejarla lo desgarraría.

Eddard Stark era su más fiel y verdadero amigo, a ese honorable hombre norteño le había confiado su vida tantas veces justo como lo estaba volviendo a hacer al enviarle a su pequeña Tormenta para ser criada bajo su techo y sus valores.

Así fue como una Leona tormentosa llegó a criarse y crecer entre la promesa de un invierno venidero, frío y lobos. Lord Ned Stark se convirtió en su tutor, maestro y guía; su esposa en una madre, y sus hijos en su familia.

Desde el primer momento en que puso un pie en las tierras norteñas nunca estuvo sola, sus días estuvieron siempre acompañados de tres chiquillos que nunca le perdieron el paso. El heredero legítimo, el bastardo y el pupilo. ¿A quién demonios le importaban los títulos?, a ella no. Para Seren esos niños se convirtieron en sus mejores amigos, en su compañía y en la aventura del día a día. Para ellos, la princesa Baratheon se convirtió en la chispa de sus vidas, en la tormenta enloquecedora, en todo.

Sin embargo la amistad pura y transparente no duró para siempre, ellos fueron creciendo, sus sentimientos mutaron e inevitablemente cayeron rendidos a sus pies. Reconocer aquellos sentimientos fue la parte difícil, la parte fácil fue decírselo y demostrárselo volviéndola loca porque nada habría importado si la Leona Tormenta hubiese sido indiferente, pero no lo era; Seren también lo sentía, sentía tanto por ellos, por los tres.

El destino y las cartas estaban echadas, los hilos ya habían comenzado a ser movidos, las artimañas a funcionar. El Juego de Tronos partía, y con ello Seren su camino para convertirse en más que una simple princesita; la furia era suya, la corona y el Reino también. Poniente la escucharía rugir, y el juego por su corazón no se quedaría atrás.



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Queen and the Lionheart |GoT|Where stories live. Discover now