Ella era su vida, jamás pensó que podría volver a amar con esa intensidad y con esa fuerza, no cuando se lo habían arrebatado todo antes. Pero Robert y Seren se pertenecía, era sangre de su sangre, su todo. Alejarla lo desgarraría, sin embargo su pr...
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Increíble. Jamás imaginó llegar alguna vez a ese punto de desconcierto, el caos en su mente segura era real, más real que cualquier cosa que antes hubiese pasado por ella. Tantas cosas y una aparente única situación que desembocaba en ella con fuerza abusadora.
Preguntas realizó y muy poco se le contestó. Todo era confuso, extraño y no tenía sentido. Intentó escuchar atentamente, sin perder detalle alguno; escuchó de peligros, de confianza, de trampas y estrategias para alcanzar un futuro inminente, innegable, del que tampoco se atrevieron a decir mucho. Todo era un perverso enigma, un juego retorcido en el que se vio atrapada justo al medio, sola, sin respuestas, sin armas para defenderse más que la presunta confianza.
Quiso creer, prometió creerle a ese hombre que en la soledad del Bosque de los Dioses parecía otro. No era un Rey cualquiera, uno insulso, borracho y estúpido; era la figura de un real rey, uno sabio, increíble estratega, lleno de secretos a conveniencia.
Con el misterio y el enigma no pudo más, y de él quiso alejarse físicamente, por ello despidiéndose escuetamente de su progenitor corrió hasta las caballerizas, ensilló a Tormenta y desapareció del castillo de Invernalia que solo en esos momentos con sus altas paredes impenetrables de piedra gris parecía más cárcel que el hogar que la había visto crecer.
Cabalgó quién sabe cuánto, solo cabalgó muy lejos. Lejos de las incógnitas, de las imposiciones, del vuelco que dio su vida en solo una terrible mañana.
Cuando se sintió lo suficientemente libre bajó de Tormenta y la amarró a un tronco de árbol al lado de un arrollo perdido en medio del espeso bosque. Una vez con los pies en la tierra la frustración que estuvo reprimiendo volvió a su cuerpo en forma de avalancha y solo pudo gritar intentando sacarla por completo. Pues solo eso no bastó, comenzó a caminar de un lado a otro manchando todo el odioso vestido en el barro, pateando piedras y cuanta rama se le cruzara por el camino hasta que pisó una pequeña piedra y resbaló.
El golpe que se dio en el trasero al caer no fue tan fuerte como el que comenzó a sentir en su tobillo derecho.
— ¡Maldita sea! —exclamó enfurecida y chilló nuevamente hasta que sus pulmones le ardieron y sintió las mejillas mojadas.
Lágrimas de frustración, de rabia, de ignorancia y de una profunda angustia siguieron cayendo por sus tormentosos ojos azules. Era un poco el dolor de trasero, el dolor de tobillo y el asfixiante dolor de pecho producto de todos los tortuosos acontecimientos.
Desde pequeña, cuando apenas era una niña y había comenzado a entender un poco lo que la vida significaba comprendió cómo quería vivir la propia. Llena de aventuras, sin ataduras, una vida real y por sobre todo libre. Había luchado siempre para hacer valer sus deseos, reconocía que ser la princesa de los Siete Reinos le facilitó hasta cierto punto aquello, pero ahora mismo ese odioso título parecía condenarla hasta el fondo de su más profundo terror.
