Recuerdo V. Humo en el comedor

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—¡No os he dicho nada porque me habrías dejado sin un clavo! ¡Mi familia pasa hambre por tu culpa!

La bofetada que le arreó provocó un grito ahogado en todos los presentes. Estaba demasiado cerca de Jael y, cuando sonó el chasquido, mis músculos se tensaron y no me atreví a moverme. El corazón me latía en los oídos. Tras el golpe, mi hermano permaneció impasible, ni siquiera se llevó la mano a la mejilla dolorida, que se le había enrojecido casi en el acto. Se levantó sin decir nada, cogió su abrigo y salió al páramo.

Adler fue tras él. Tina ayudó a mamá a recogerlo todo en silencio y yo me quedé solo con el gigante. Habiendo quedado asolas, fijó su atención en mí, y mi sangre se heló cuando mis ojos se encontraron con los suyos, sus cejas pobladas presionando con furia los montículos de su frente surcada por profundos socavones, como las olas del agua embravecida. No me podía mover, mi instinto de supervivencia me exigía quedarme quieto, pensé que la tomaría conmigo no habiendo quedado satisfecho con mi hermano. Pero dejó de prestarme atención y sustituyó mi presencia por la botella de vino, que trató de vaciar en una copa antes derramada.

Entonces me levanté con cuidado y recorrí en silencio el comedor sin quitarle el ojo de encima al hombre desgastado que apresaba la botella con torpeza, entré en mi cuarto y me escapé por la ventana. Y corrí a refugiarme en la niebla, donde mis lágrimas podían ser disimuladas.

Octubre, 315 después de la Catástrofe

—Tete, ¿qué es la Academia Militar? —pregunté una noche que vino a visitarnos, la primera vez que lo veía desde que había empezado la escuela. Era sábado y Jael sabía que Hugh no volvería hasta que cerraran las tabernas, así que vino a cenar en familia aprovechando que no tendría que verle la cara. La discusión había sido tan fuerte y el rencor tan arraigado que no volvieron a hablarse. Mi hermano tenía una habitación alquilada en la vivienda de un amigo suyo ya casado.

Jael esperó a encenderse bien el cigarrillo liado para responderme. Estábamos en el jardín trasero y me cubrí bien con la manta para dejar de temblar.

—Pues es la escuela donde van los pobres que no pueden pagarse unos estudios. Allí te enseñan a ser soldado.

—¿Y por qué tú no quieres ir?

—A ver, tú qué prefieres, ¿pelar patatas toda tu vida hasta que te mueras o que te paguen por hacer lo que te gusta?

—Es un buen argumento —le respondí imitando sus palabras. Respondía eso cuando no sabía qué decir, aunque tampoco supiera lo que significaba, solo en qué contexto se usaba.

Jael se rio y me revolvió el pelo. Se me cayó la manta de los hombros intentando quitarme los mechones rizados de los ojos.

—Córtate ya ese felpudo, anda.

—Nunca.

Entramos a cenar. Tina terminó de servir la mesa, mi madre estaba cansada. Durante la comida, Jael nos hablaba emocionado de las clases. Mi madre estaba muy contenta escuchándole hablar, se alegraba de tener un hijo que estudiara, que rompiera con la tradición familiar y la miseria que venía detrás. Hugh había hecho el servicio militar, al igual que su padre. Y el padre de mi madre también. Katherine trabajaba desde niña en el campo y se había casado con un campesino, desde entonces había tenido que lidiar con una casa, los hijos que no paraban de multiplicarse y más trabajo en el campo. Ya estaba cansada, y la expectativa de que su descendencia se hubiese saltado la línea era como un soplo de tranquilidad.

—Y eso no es todo. Uno de mis profesores se ha quedado tan impresionado con mi trabajo que me ha conseguido un puesto de prácticas en la Escuela de Arquitectos. No me pagan, pero es una gran oportunidad, ya puedo decir que tengo un pie dentro. Imagínate, mamá, la Escuela de Arquitectos, yo —dijo bañándonos con el brillo de su entusiasmo.

HumoWhere stories live. Discover now