s i e t e

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Erik siempre había sentido dolor en su interior. Era algo que parecía haber estado siempre junto a él, negándose a irse. Casi podría decirse que formaba parte de él y que juntos eran un solo ser.

Sin embargo, éste podía ser muy fuerte o tan débil que ni siquiera recordase que se encontraba ahí.

Al principio, fue fuerte. Muy fuerte. Nunca había sentido nada parecido así que él, siendo en aquellos tiempo tan indefenso, cedió y dejó que el dolor tomase el control de su propio ser. Y estuvo así durante muchos años. Luego, alguien le enseñó que aquel dolor no le controlaba del todo. Que era él quien decidía si quería que eso pasase o no. Él tenía el control, no el dolor.

Con el tiempo, éste fue apagándose poco a poco. El dolor, normalmente acompañado del odio, iba desplazándose a un segundo plano, mientras otros sentimientos tomaban su lugar. Los recuerdos de lo que había pasado hacía tanto tiempo seguían ahí, pero el dolor no. Éste hacía ya mucho tiempo que había apagado su luz.

Erik sentía que esa era una nueva manera de vivir. Nunca había sentido algo así, así que para él todo era demasiado nuevo. Pero, debía admitir, que le gustaba. Le gustaba todo lo que aquellos nuevos sentimientos le hacían sentir. Y, sobretodo, por quién los sentía.

Todo fue muy bien. La luz había ganado a la oscuridad. El amor, al odio.

Aun así, Erik siempre supo que su amor iba acompañado de alguien. Sabía que, si esa persona no estaba junto a él, no sería lo suficientemente fuerte como para mantener al odio dormido. Siempre lo había sabido y ese había sido su gran temor. Perderla y, por lo tanto, perderse a él mismo.

Pero incluso ese temor, que parecía tan grande a veces, quedaba opacado por lo que ella le hacía sentir. Ella siempre había sido capaz de hacer que Erik lo olvidase todo, que dejase de sentir y se dejase llevar por lo que ella le hacía sentir. Aunque, esta vez, tomando el control de su propio ser. De un modo que no había sido capaz antes.

Así que, en cuanto la perdió, perdió todo lo demás. Todo lo que había conseguido durante tanto tiempo cayó. Su felicidad, su amor, se derrumbaron, mientras el dolor y el odio volvían a abrirse paso en su interior.

Cuando Erik vio cómo la vida de su mujer y su hija se apagaban, su ser lo hizo con ellas. El dolor volvió y lo hizo de una manera tan fuerte que fue devastador. Algo así había sentido cuando su madre murió, pero volver a sentirlo hizo que algo en su interior se rompiese.

Por segunda vez, había perdido lo que más amaba. Lo único que le daba sentido a su vida. Lo que le hacía ser una persona distinta, una que de verdad le gustaba.

Todo lo que había construido durante años, se había esfumado en unos solos segundos.

Su mundo entero había caído.

Ya no sabía qué hacer, no sabía cómo afrontar todo aquello. La desesperación empezó a reinar en él y lo único que pudo hacer fue gritar y gritar durante horas. Cuando acabó, la furia se abrió pasó y le dominó. Se levantó y se acercó a un árbol, pégandole sin parar para poder hacer que aquellas emociones se alejasen de él. Estuvo tanto tiempo haciéndolo que su mano empezó a sangrar y, aun así, continuó. Cuando se sintió exhausto, se deslizó hasta el suelo y entonces apareció la tristeza. Lloró, como hacía mucho que no lo hacía. Lo hizo hasta que sus ojos se secaron. Y entonces, tras todo aquello, apareció el dolor.

Era tan desgarrador que le hacía querer volver a gritar, pero ya no se sentía capaz de ello. No se sentía capaz de nada más. No quería hacer nada más. Ya nada tenía sentido para él.

Sentía que su corazón se encogía con cada sacudida, que sus pulmones ardían con cada respiración. Que sus pestañas se rompían con cada pestañeo. Sentía que su vida desaparecía a cada segundo.

Destruction ◇ Erik LehnsherrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora